La economía norteamericana, asfixiada por el insondable nivel de deuda que la consume, es un caballo desbocado, y su enloquecido galopar representa un peligro inminente para quien como nosotros, está bajo sus cascos. La llamada de Obama a Zapatero la víspera de la presentación del plan de ajuste, y su posterior revelación pública por la Casa Blanca, ha puesto claramente de manifiesto tres de los principales rasgos que caracterizan la actual coyuntura política, tanto a nivel nacional como internacional.
En rimer lugar, la confirmación –aunque con una celeridad mayor a la prevista– de lo que venimos anunciado en nuestras publicaciones desde hace tres meses: la degradación de la posición internacional de España a una tercera o cuarta división mundial. No sólo se nos dictan las directrices estratégicas de la política económica, sino que además se hace públicamente, a los ojos de todo el planeta, dejando constancia de la nueva situación de “protectorado económico” de Washington y Berlín en la que hemos entrado. En segundo lugar, revela la imperiosa necesidad de EEUU de acaparar todo el espacio posible dentro de su órbita de dominio, concentrando para sí el mayor flujo de capitales externos para sostener su gigantesco déficit fiscal y su insondable deuda externa, la base imprescindible sobre la que se asienta el aparato político y militar necesario para mantener su hegemonía. Pero en tercer lugar, y esto es lo más peculiar que revela la nueva coyuntura, el hecho de que el emperador tenga que ser el que se dirija directamente a Zapatero, un alcalde de pueblo, para darle órdenes terminantes, indica también el estado en que se halla la jerarquía de la cadena imperialista y la degradación en la capacidad de mando que el “gobernador de la provincia europea”, es decir Alemania, ha alcanzado. La llamada del emperador Que Obama tenga que llamar a Zapatero durante media hora –cuando en la última visita a Washington no le dedicó ni un minuto de su tiempo– para darle órdenes terminantes, situándolo en que se trata de un problema central para el imperio, de los que no se discuten ni negocian, simplemente se acatan y cumplen, refleja la incapacidad política de Alemania y Francia para poner orden en el “corral europeo”. Mientras Zapatero llevaba semanas mareando la perdiz, dando largas y negociando interminablemente con Merkel y Sarkozy el alcance y la aplicación de las medidas y el plan de ajuste que se exige a España, la llamada de Obama ha puesto las cosas en su sitio. Obviamente, ante los mandatos del jefe del imperio Zapatero no puede hacer otra cosa que ponerse a cumplirlas. Pero esto no es lo relevante del asunto, es algo que ya se da por descontado. Lo realmente significativo es que Alemania, que formalmente ocupa el puesto de gobernador de la provincia europea no sea capaz de imponerse sobre un alcalde de pueblo. Cuando se agudizan las dificultades de la lucha de clases, inmediatamente aparece como factor determinante el poder real que cada uno tiene en el sistema de relaciones que jerarquiza la cadena de mando del poder mundial. La resistencia de Zapatero ante Merkel (y Sarkozy) no es sino la manifestación de la degradada capacidad de Alemania (y Francia) para dar órdenes, para mandar en la cadena imperialista. Lo que se ha puesto de manifiesto de una forma concreta es cómo la red de alianzas y dependencias tejidas durante estos años por el capital financiero alemán en la UE, no son nada sin Obama. A pesar de poseer mucho más capital que todas las provincias europeas juntas, Alemania dispone de mucho menos poder y autoridad política de lo que parece y de lo que quiere hacernos creer. Su condición de enano político y gusano militar es lo que está determinando su poder real. En el sistema de relaciones propio de la cadena imperialista, es la independencia político-militar la que te da el poder y la capacidad de negociar. Alemania no la tiene y eso se refleja en su incapacidad para imponerse en las negociaciones, incluso sobre un Zapatero llegado a la Moncloa para “llevar a España al corazón de Europa”. Lo que ha hecho necesario que tenga que irrumpir directamente el jefe del imperio para poner prietas las filas. Necesitan más Y se ha visto obligado a hacerlo debido a la nueva coyuntura en que ha entrado la economía mundial. Durante la fase más aguda de la crisis financiera, los meses que siguieron a la caída de Lehman Brothers, la inversión mundial tendió a refugiarse en valores considerados como seguros, es decir, el dólar y la deuda pública norteamericana. Lo que atrajo una enorme masa de capitales hacia EEUU con los que, mal que bien, pudo empezar a hacer frente a las consecuencias de la devastadora crisis estallada en el corazón de su sistema financiero. Sin embargo, a partir del segundo trimestre de 2009, y una vez visto que la crisis no afectaba a los países emergentes, la mayor parte de los flujos de capital mundiales han pasado a dirigirse masiva y aceleradamente hacia estas economías emergentes –en particular hacia China, pero también Brasil, India,…–, donde las ganancias del capital invertido son incomparablemente más altas. Lo que ha provocado que, en la actualidad, los recursos de capital para el endeudamiento de las grandes potencias más decadentes económicamente sean cada vez más limitados. Y esto exige “expulsar” de esos mercados a los países más débiles y concentrar ese capital en las cabezas de la cadena imperialista. Los llamados países PIGS han sido los primeros, por su debilidad política y su dependencia, en sufrir esta expulsión, que lleva implícita la degradación, pues significa que ahora las grandes potencias tienen que fiscalizar, controlar y tutelar sus cuentas públicas para mantenerlos en una posición marginal en su acceso a los mercados mundiales de capital. El Diario del Pueblo, el órgano oficial del Partido Comunista Chino, tras un sorprendente silencio de semanas desde el estallido de la crisis griega, publicaba días atrás un articulo con el significativo título de “Ojo con la crisis que se avecina”. En él plantea que lo ocurrido en Grecia ha expuesto “los miedos más profundos a que la deuda gubernamental en naciones más grandes sea insostenible” y que “todo indica que más tarde o más temprano otras economías pasarán por el mismo calvario por el que hoy transita Grecia”. En lo que es una clara referencia a España, sin nombrarla, y tal vez a Inglaterra, que, incluso antes que Italia, puede estar llamada a ser la siguiente en la lista debido a su gigantesco endeudamiento exterior, si el nuevo gobierno no empieza resolverlo aceleradamente de motu propio. En el origen de la crisis de la deuda que estallaba en febrero en Grecia, y que ha ido desde el confín más oriental de Europa propagándose hacia nosotros, está la implacable necesidad de las potencias centrales, pero antes que nada de EEUU, por ocupar y concentrar para sí el mercado de capitales que las economías emergentes dejan “fuera” de su cada vez mas poderoso campo de atracción gravitatoria. Basta con echar una ojeada al listado de los países con mayor deuda externa del mundo, tanto en volumen absoluto como en relación al PIB, para comprender rápidamente cómo todos los “riesgos de impago” con los que se alerta a los mercados no resisten la más mínima confrontación con la realidad. No es que España, Grecia o Italia tengan unos volúmenes inasumibles de deuda, no más desde luego que la mayoría de las grandes potencias, como para que los mercados se espanten ante ella. Lo que sí ocurre es que su debilidad y dependencia política les hacen candidatos idóneos para ser “eliminados” de ese circuito, dejando libre el espacio que hasta ahora han ocupado, y los capitales que consumen, para que puedan disponer de ellos rápidamente las potencias que están en la cúspide del poder mundial. EEUU cabalga sobre un caballo desbocado y su agitado galopar representa un peligro inminente para quien como nosotros, está bajo sus cascos. Zapatero en capilla El “plan a la griega para España” que reclamaba hace unos días el gobernador del Banco de España ya está puesto sobre la mesa. Y aunque EEUU, el FMI, la Comisión Europea y Alemania han saludado las medidas de Zapatero, advierten que todavía tienen que conocer los detalles para evaluar si es suficiente y que, en todo caso, a partir de ahora España queda bajo su estricta vigilancia y fiscalización. El pronunciamiento explícito del Santander apresurándose a respaldar las medidas de Zapatero, así como los apoyos recibidos por una parte importante de los medios de comunicación expresa el respaldo momentáneo de los principales sectores de la oligarquía al gobierno Zapatero para que lleve adelante el primer plan de choque. A pesar, como confesaba al día siguiente el editorial de El País, del “inevitable coste político y social que acarreará una decisión que no admitía más aplazamientos”. Y que un columnista del mismo diario remachaba diciendo que por fin Zapatero se ha decidido a gobernar, aunque “quizá para durar poco”. Necesitan que el plan de recortes se haga ya, y, si esto es posible, que lo haga un Zapatero ya amortizado. Que tendría que aplicarlo además en solitario, dado el rechazo del PP, el resto de grupos parlamentarios y los sindicatos a las medidas. Lo que inevitablemente no sólo abrasa a Zapatero como alternativa viable en el corto-medio plazo, sino que tiende a poner en cuestión su liderazgo en lo inmediato. Al día siguiente del anuncio del tijeretazo, una imagen recurrente para un buen número de columnistas y tertulianos fue que “Zapatero ha presentado una moción de censura contra ZP”. Pero les faltó añadir que probablemente la ha ganado. Zapatero no aguanta otra semana como la pasada. La cuestión es saber si en algunos despachos se ha tomado ya la decisión de que España vuelva a vivir, y en qué momento, una semana igual. Hemos entrado en una coyuntura de alta tensión social y gran inestabilidad política. En el mejor de los casos, Zapatero tiene unos pocos meses para aplicar la primera fase de ajuste y rebaja salarial más impopular. Hasta el ex ministro de economía, Pedro Solbes, ha anunciado que el recorte del 5% a los funcionarios “es un mensaje al sector privado”. Y en los medios del grupo Prisa se advierte que “una recesión tan profunda como la actual exige una pérdida global de rentas”. Es decir, un recorte sustancial en los salarios de todos los trabajadores, y no sólo los del sector público. Todo apunta que, en la situación de “emergencia nacional” que describimos hace ya algunas semanas, las próximas semanas vamos a asistir a un escenario de fuerte inestabilidad política en el que la continuidad de Zapatero va a pender de un hilo. E incluso aunque pudiera superar esta primera coyuntura adversa (aderezada además por las cuantiosas emisiones de deuda pública que tiene que lanzar el Estado en el mes de julio), las primeras semanas de septiembre en las que el gobierno debe empezar a negociar los Prepuestos Generales del Estado para 2010 –algo que a día de hoy parece imposible que pueda conseguir Zapatero– pueden convertirse en el escenario propicio que desemboque en unas elecciones anticipadas para el finales de otoño o principios de año. Elecciones en las que todo apunta a una más que previsible correlación de fuerzas en la que el PP conseguiría una mayoría relativa, viéndose obligado a gobernar con algún tipo de acuerdo con CiU, resolviendo previamente, eso sí, el espinoso asunto del Estatut. Nuevo gobierno cuya misión sería, por un lado, continuar aplicando, ya de una forma sostenida en el tiempo, el plan de ajuste y rebaja salarial durante los siguientes años. Y por el otro, gestionar los intereses oligárquicos y su colocación mundial de acuerdo con el nuevo papel de España, una vez degradada. La batalla de la rebaja del 25% de los salarios ha entrado en su fase decisiva. Lo presentado por Zapatero es sólo la primera etapa del ajuste duro, lo que implica que los recortes deberán profundizarse todavía mucho más. Esto hace previsible que se produzca una respuesta social, cuya intensidad aún no es fácil calibrar, que vaya desde los sindicatos a un amplio conjunto de fuerzas sociales y políticas. Es, en este sentido, un notable cambio de escenario que, sin duda, trae nuevas y mejores condiciones para impulsar una política de frente amplio de unidad y rechazo al empobrecimiento y la dependencia rayana en la esclavitud a la que quieren conducirnos.