Las élites independentistas han recibido un inesperado balón de oxígeno político cuando se encontraban al borde del precipicio. No ha llegado desde Cataluña, donde el apoyo social a la fragmentación no solo no es mayoritario sino que ha disminuido en los últimos meses, sino, y esto es lo relevante, desde Alemania, la primera potencia europea.
Contra todos los pronósticos, la Audiencia Territorial del land de Schweslig Holstein ha considerado “inadmisible” la tramitación de la extradición de Puigdemont por el delito de rebelión, alegando que no existe el requisito de “un uso de la violencia capaz de doblegar la voluntad de los órganos del Estado”.
Está todavía abierta la posibilidad de extraditar a Puigdemont por el delito de malversación, es decir el uso de fondos públicos para fines ilegales. Pero al paralizar la acusación de rebelión contra Puigdemont -precisamente su cabeza más visible y su principal responsable-, los magistrados alemanes torpedean en su nódulo principal toda la instrucción de la justicia española contra el intento de imponer una independencia unilateral.
Inmediatamente después de conocerse la detención de Puigdemont en suelo germano, Enric Juliana sentenciaba que “Alemania, el pais más poderoso de Europa, tiene a partir de ahora la última palabra sobre el futuro de Puigdemont, con muy importantes consecuencias sobre la convalecencia de Cataluña y la política española en su conjunto”.
Ahora sabemos en qué dirección se ha pronunciado: en la de dar un inesperado espaldarazo a unos líderes de la fragmentación que parecían abocados a su derrota total.
Curiosamente, o no, la decisión de la justicia española coincide con las demandas expresadas por The New York Times, uno de los históricos portavoces de la gran burguesía norteamericana.
El rotativo norteamericano afirmaba hace pocos días que “el arresto de Puigdemont pone a prueba a España (…) en un tema que ha puesto en jaque la cohesión geográfica del país”. Y en un editorial titulado “La disputa de Cataluña en Alemana”, alegaba que “el arresto de Puigdemont lleva la causa catalana a la arena política, a pesar de que el gobierno español trate el caso como un asunto puramente criminal”. Recomendando a los jueces alemanes que extraditaran a Puigdemont, pero eliminando la acusación de rebelión, en “un gesto que haría mucho para calmar la confrontación”.
La decisión de la justicia alemana va a tener importantes consecuencias. Fuentes del PP la han calificado de “desgracia para España”. Y las élites de la fragmentación ya la están utilizando como munición. Uno de los principales periódicos independentistas editorializa “Europa tumba la gran mentira española”, y encabeza su articulo principal con el titular “España cae en desgracia en Europa”.
Alemania ha decidido,no cobrarse el apoyo a España, como hace unos días podía sospecharse, sino algo peor, hurgar en las heridas contra la unidad para mantenerlas abiertas e inmiscuirse en los asuntos internos más delicados de nuestro país para azuzarlos.
Un tribunal menor de un land alemnán, equiparable a una audiencia provincial española, se ha atrevido a enmendarle la plana a una de las más altas instancias judiciales españolas. Extralimitandose de forma flagrante, no solo ha dirimido si los delitos de la euroorden cursada por España se ajustaban a la legislación alemana -el procedimiento normal-, sino que ha entrado en el fondo del asunto… para desautorizar al Tribunal Supremo español.
Y además lo ha hecho en un tiempo récord, y sin disponer de todas las pruebas del proceso. Para decidir si admite a trámite la extradición por malversación el tribunal alemán reclama más documentación y se da más tiempo… pero ha denegado la extradición por rebelión rápìdamente y sin un estudio en profundidad.
Uno de los analistas de las tertulias televisivas daba la pista de la sorprendente actuación de la justicia alemana: “nos siguen considerando un país pequeño. No hubieran actuado de la misma manera si hubiera estado implicado un movimiento independentista corso que amenazada la unidad francesa”.
Esta es la clave. Las grandes potencias no son, como algunos han difundido, el gran muro de contención contra la fragmentación. Por el contrario, utilizan los ataques contra la unidad para intervenir en España.
Por eso les interesa que sigan abiertas, que la derrota del independentismo catalán sea tan grande que lo convierta en un actor sin influencia.
Esta es la carta de la “internacionalización del procés” que siguen jugando las élites independentistas.
Tras la decisión de la justicia alemana, la figura de Puigdemont, que parecía haber menguado, vuelve a convertirse en “el icono principal del independentismo”.
Y ahora, los partidos de la fragmentación han reactivado la posibilidad de volver a presentar a Jordi Sánchez, ex lider de la ANC en prisión, como candidato a la presidencia. La ha propuesto Puigdemont, llamando a “aprovechar políticamente” la demanda presentada por Jordi Sánchez ante la ONU, que el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas ha admitido a trámite instando además a España a “garantizar los derechos políticos de Sánchez”.
Las repercusiones de que no pueda juzgarse a Puigdemont por rebelión van a extenderse también a toda la política española, colocando a un gobierno de Rajoy que ya abarca demasiados y muy complicados frentes en una posición de mayor debilidad.
Cuando las grandes potencias intervienen en los asuntos internos de España, el peligro está garantizado. Dejar el destino del país en manos de sus decisiones es en si mismo una amenaza. Lo volvemos a comprobar ahora.