Parafraseando a Vito Corleone en El Padrino II: «cuídate de tus enemigos, pero aún más de tus amigos». Algo parecido pudo haber pensado el gobierno ucraniano al escuchar las palabras de Stian Jenssen, jefe de Gabinete del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg. En un foro político de Noruega, este alto cargo de la Alianza Atlántica soltó que «una solución (a la guerra) puede ser que Ucrania ceda territorio y reciba a cambio su ingreso en la OTAN. No digo que deba ser así, pero es una posible solución».
Más tarde, y ante las protestas de Kiev -«que un representante de la OTAN esté apoyando la narrativa de una cesión territorial es absolutamente inaceptable y respalda las posiciones de Rusia», clamaron- Jenssen recogió cable. Pero no hacía más que expresar la creciente corriente de opinión, entre importantes sectores políticos de Washington, del Pentágono y de la OTAN, que ante la perspectiva de una guerra que se alarga, sugieren que debería empujarse a Ucrania a aceptar el chantaje del Kremlin y sus voceros: «Paz por territorios».
Las noticias que llegan de la ofensiva ucraniana no son alentadoras. Las tropas de Kiev avanzan muy lentamente, y con un enorme coste en vidas y material, ante unas defensas -trincheras superpuestas y campos densamente minados- que Rusia ha tenido muchos meses para preparar.
Esto no significa que aún no pueda dar sus frutos. Muchas de las grandes operaciones militares que ahora se estudian como grandes éxitos tuvieron que remontar desde una fase inicial de estancamiento. Pero va a costar, mucho. Las esperanzas de una finta rápida capaz de romper las líneas de frente y llegar a la costa del Mar de Azov, cortando los territorios ocupados en dos y aislando la península de Crimea, se han disipado.
Las pérdidas acumuladas son elevadísimas para ambos bandos. Según un estudio del New York Times, el número de soldados ucranianos y rusos muertos o heridos desde que comenzó la guerra en Ucrania en febrero de 2022 se acerca a los 500.000. Con mucho, la peor parte se la lleva Rusia: las bajas militares rusas se acercan a las 300.000, incluyendo hasta 120.000 muertos y entre 170.000 y 180.000 heridos. Pero las bajas ucranianas se acercan a las 70.000, con entre 100.000 y 120.000 heridos.
Y mientras que Rusia, con más de 143 millones, aún tiene un enorme margen para reclutar y enviar hombres como carne de cañón al campo de batalla (de hecho, es lo que ya ha hecho el Kremlin, reclutando a 300.000 soldados de entre las minorías étnicas y regiones más recónditas del país), Ucrania (43,7 millones) ya tiene a gran parte de su población movilizada en la defensa del país.
El destino de la invasión imperialista rusa no está escrito. En las primeras semanas, Putin fracasó en sus planes para perpetrar una operación relámpago, tomar la capital y hacer caer y sustituir al gobierno de Kiev. Y Ucrania no sólo ha sido capaz de resistir numantinamente, sino de llevar a cabo exitosas contraofensivas. Pero la realidad es que la lucha será larga, incierta y muy, muy costosa.
Ante esa perspectiva, y ante los costes económicos y militares de la ayuda bélica a Ucrania, crecen las voces dentro de las potencias occidentales que abogan por un pragmatismo imperialista. En primer lugar en EEUU, donde importantes sectores del partido republicano -comenzando por Trump- pero también voces del partido demócrata, como Robert F. Kennedy Jr. (sobrino de JFK e hijo de Bobby) exigen abandonar al pueblo ucraniano a su suerte. También podemos encontrar posiciones similares en las potencias europeas, y no sólo entre la extrema derecha o sectores de la izquierda abierta o vergonzantemente pro-Putin, sino entre destacados representantes de las clases dominantes, como el expresidente francés Nicolás Sarkozy.
En sus cálculos no entra la legítima y heroica lucha del pueblo ucraniano contra la invasión imperialista rusa, sino una fría operación de gastos y beneficios. Para Washington, para el Pentágono y para la OTAN, la ayuda militar a Ucrania nunca ha sido más que una operación en pos de sus propios intereses. Una fría inversión que para algunos comienza a no ser rentable.