¿Conocen este chiste? Un pintor, un músico, un escenógrafo y un escritor intentan montar una fundación con ayuda de unos cuantos millonarios españoles. La idea es conectar a gente adinerada y a artistas famélicos para que los ricos sufraguen los gastos de unos cuantos bohemios y estos dediquen al mecenas la obra resultante. ¿Les ha hecho gracia? Pues cuando intenté poner en pie este proyecto, los pocos ricos a los que tuve acceso se rieron en mi cara.
¿Conocen este chiste? Un pintor, un músico, un escenógrafo y un escritor intentan montar una fundación con ayuda de unos cuantos millonarios españoles. La idea es conectar a gente adinerada y a artistas famélicos para que los ricos sufraguen los gastos de unos cuantos bohemios y estos dediquen al mecenas la obra resultante. ¿Les ha hecho gracia? Pues cuando intenté poner en pie este proyecto, los pocos ricos a los que tuve acceso se rieron en mi cara.-¿Qué gano yo con eso?
-Usted paga unos pocos euros al mes durante 10 meses después de seleccionar el proyecto que más le guste. El artista vive con ese dinero y le dedica la obra cuando la termine. Nosotros nos encargamos de la difusión, y su nombre aparecerá asociado a una obra de arte por cuatro duros.
-¡Que me meo!
Cuatro años después se lo conté a un amigo potentado y él me preguntó si es que no sé cómo son los ricos en España. Desde entonces empecé a examinarlos con más atención. No pierdo la oportunidad de hablar con uno ni que sea durante cinco minutos. Algo he aprendido, así que las últimas noticias publicadas en El Confidencial y La Sexta no me han sorprendido en absoluto: los ricos españoles, si descontamos algunas excepciones maravillosas, son infinitamente más tacaños que cualquiera de mis conocidos miserables.
No voy a quejarme ahora de que en España haya tan pocos mecenas (sí los hay en Estados Unidos, Francia, Holanda, Reino Unido o Suecia), porque cada cual tiene derecho a hacer con su fortuna lo que le dé la gana. Pero ‘Los papeles de Panamá’, como la lista Falciani, demuestran que muchos ricos españoles ni siquiera están dispuestos a pagar al fisco.Desde el domingo pasado, abro el periódico con satisfacción y me río ante el desfile de millonarios desnudos que muestran sus vergüenzas fiscales ante el populacho. Lo trágico es que no sorprende en absoluto. He leído reacciones a estas noticias y no hay nadie que las ponga en duda. En todo caso, gente que dice que ya lo sabía, o que se lo imaginaba. No era difícil: hace un mes y pico se publicó un artículo sobre el miedo de las grandes fortunas a un Gobierno de izquierdas y la evasión fiscal se contemplaba con naturalidad entre las consecuencias que traería.
Quien tiene una fortuna personal prefiere, generalmente, que los servicios públicos los pague otro. El pringado, es decir: quien no tiene pujanza como para que su banco le asesore a la hora de abrir una empresa ficticia en Panamá, es decir: el autónomo, el asalariado, el pyme y el funcionario, es decir: usted, carga sobre sus espaldas el peso que a otros les costaría menos esfuerzo soportar. Esta estafa, paradójicamente, no es verosímil sin cierto grado de connivencia del Ministerio de Hacienda. Hoy se hace Montoro el sorprendido. Me decía un taxista que debe ser un buen día para leerle al ministro los wasaps.
Durante la crisis se ofreció una amnistía fiscal a los millonarios que ya quisiera el electricista que cobra en negro. Cuando Montoro nos dijo el dinero que se había recuperado, ni siquiera él pudo disimular la decepción. Un amigo editor me contó por aquel entonces una historia que viene perfectamente al caso. Había conocido a un millonario interesado por las humanidades y se habían citado a comer en Salamanca. El ricachón le demostró la hondura de sus conocimientos culturales y el amor que sentía por las letras hispánicas en una charla presuntuosa. Mi amigo el editor, entre tanto, pensaba: este igual me echa un cable con la editorial, que falta me hace. Acertaba. Estaba a punto de desatarse sobre su bolsillo una tormenta de dadivosidad.Devorados los cochinillos, el señor permitió generosamente al editor que pagase la cuenta, se mostró igualmente expansivo aceptando los libros que el editor tuvo a bien regalarle, y después le ofreció llevarlo a Madrid en su coche. Durante el confortable viaje, en un vehículo de gama altísima que corría como la carroza de un dios, el señor no hizo más que quejarse de lo caros que son los peajes y de lo mucho que lo freían a impuestos. Al paso por un peaje, preguntó al editor si tenía algo de dinero suelto y de nuevo le permitió pagar a él. Mi amigo me contaba esta historia entre descojonado y rabioso.
¿Es que para hacerse rico hace falta ser así de tacaño? ‘Los papeles de Panamá’ han venido tras la lista Falciani para decirnos que sí.Tampoco quiero ser injusto: algunos de nuestros ricos honrados pagan tanto que resulta comprensible que se quejen y protesten, sobre todo cuando descubren, como el resto de los ciudadanos, que una parte de su fortuna se va en aeropuertos sin aviones y otra en los yates de un político aficionado a la rapiña. Pero si, como demuestran ‘Los papeles de Panamá’, el sistema bancario asesora a los implicados, es porque la tendencia a la evasión de las élites económicas es tan natural como respirar.
Después, claro, muchos van de patriotas.