En 1985 se promulgó la Ley del Patrimonio Histórico Español, la primera ley sobre patrimonio de la democracia. Incluía numerosas novedades, y entre ellas destacaba el reconocimiento del carácter social del patrimonio. Por vez primera se atribuía el derecho de su disfrute a la totalidad de la ciudadanía, con independencia del propietario jurídico del bien. No fue la única: también se amplió el concepto de patrimonio, que ya no era exclusivamente artístico, sino que contempló también al patrimonio tecnológico, el documental y el bibliográfico, entre otros.
Las sucesivas legislaciones autonómicas se fueron encargando de completar y mejorar estos avances, pero desde este momento comenzó a gestionarse como patrimonio edificios y bienes muebles procedentes de la industria, que al perder su utilidad o quedar obsoletos, comenzaron a adquirir un valor cultural. Pero no todos los avances hay que atribuirlos a los cambios legislativos: antiguos trabajadores de empresas, a menudo incluso ya desaparecidas, tomaron consciencia de que su conocimiento de los procesos productivos y del manejo de maquinarias tenía también un gran valor. En este sentido las asociaciones defensoras del patrimonio industrial han desempeñado un importante papel en la concienciación y han asumido el papel que a la sociedad civil le tocaba jugar en este aspecto.
Las primeras actuaciones en materia de rehabilitación y puesta en valor pusieron a España en línea con lo que se estaba realizando en otras partes del mundo.
Estas intervenciones fueron especialmente relevantes en zonas que habían estado intensamente industrializadas y en las que la industria había adquirido, prácticamente, el carácter de “monocultivo”. El cese de la actividad originó una debacle económica y unas durísimas repercusiones sociales para amplias zonas que lentamente comenzaron a despoblarse, al carecer de medios para sustentar a sus habitantes.
Una comarca que encaja a la perfección con la situación descrita es la del Andévalo onubense, donde el descenso del precio de cotización del cobre hizo cesar la mayor parte de su actividad antaño rentable minera. 5.000 años de minería dejaron una comarca deprimida, con amplias zonas inutilizadas para la agricultura y la ganadería. La Fundación Riotinto se constituyó como una institución cultural sin ánimo de lucro con el objetivo inmediato de recuperar el patrimonio minero e impulsar su conversión en recurso turístico. La primera actuación fue la apertura del museo minero, al que se le puso el nombre de Ernest Lluch, su primer presidente, asesinado por ETA. Pronto siguieron la recuperación del ferrocarril minero, la habilitación de la visita a Peña de Hierro y la apertura de una de las casas victorianas del barrio inglés de Bellavista.
El Parque Minero de Riotinto, además de obtener diversos premios y reconocimientos internacionales, ha creado puestos de trabajo y reactivado moderadamente la economía de pequeñas poblaciones, que ahora tienen otro horizonte económico. El pasado año de 2016 recibió más de 89.000 visitantes.
Un caso similar es el de las minas de mercurio de Almadén (Ciudad Real), las más importantes del mundo de este metal y con 5.000 años de historia detrás. Su cierre se produjo en el 2003 por una directiva europea que limitaba el uso del mercurio debido a su toxicidad. La empresa constituida, MAYASA, ha configurado una completa oferta cultural -más reciente que la de Riotinto- que incluye la visita a galerías de interior situadas a 50 metros de profundidad. Esta experiencia permite de recorrer las entrañas de la tierra aprendiendo historia y técnicas mineras de la mano de guías que fueron antiguos mineros, quienes pueden contar en primera persona las peculiaridades de un mundo que resulta desconocido para la mayoría de las personas.
Tras un ligero descenso en el número de visitantes al agotarse la demanda del entorno más cercano, la inscripción en el listado de patrimonio mundial de UNESCO y su inclusión en la Red Española de Turismo Industrial (RETI) han supuesto un respaldo que ha abierto nuevas perspectivas encaminadas a los visitantes de otras provincias. Que la modesta población de Almadén, cuya población no llega a los 6.000 habitantes, disponga de una oferta hotelera de ocho establecimientos, es prueba del nuevo rumbo por el que ha apostado esta localidad, cuya oferta se está promoviendo estos días en FITUR.
En el caso de la cornisa cantábrica ha sido la crisis del carbón la que proyectó un panorama sombrío sobre sus habitantes. La “reconversión cultural” se inició en 1994 con la apertura del MUMI, Museo de la Minería y la Industria de Asturias, del que se espera que próximamente se amplíe con un nuevo museo dedicado al movimiento obrero. Más allá de la localidad El Entrego, donde se ubica, la oferta se ha visto enriquecida posteriormente con nuevas propuestas, como el ecomuseo minero Valle del Samuño y el poblado minero de Bastiello, entre otras, que en su conjunto recibieron en el año 2015, 110.000 visitantes, que provocaron un considerable impacto positivo en la economía y el empleo de la zona.
Con resultados aún más modestos que la experiencia anterior – pues se encuentra en proceso de consolidación- habría que mencionar también al parque minero de las Minas de La Unión, en Cartagena. Su cierre en 1991 dejó tras de sí un importante patrimonio tecnológico y minero que se ha ido recuperando de forma progresiva, entre el que no hay que olvidar un patrimonio inmaterial y único como es el de los cantes mineros.
En la mayoría de los ejemplos propuestos ha sido la población local la que se ha implicado en la nueva actividad económica generada por el turismo industrial, que de esta forma ha logrado un doble objetivo: encontrar empleo y ayudar a mantener las señas de identidad cultural que se habían conservado durante generaciones. Pero esta segunda oportunidad no beneficia exclusivamente a quienes trabajan para mantener en pie esta oferta. El más que considerable potencial didáctico que tiene el patrimonio industrial lo convierte en un recurso de primer orden para enseñar tecnología, historia y antropología, y lo que lo hace aún más atractivo para quienes lo disfrutamos, es también sumamente interesante y entretenido.
Francisco José Rodríguez Marín
Profesor de Patrimonio Industrial de la UMA