2022: Año Pasolini

Pasolini: furiosamente radical

La furiosa y revolucionaria radicalidad de Pasolini se basa en la adhesión visceral al poder de la vida, y exige enfrentarse a los mismos fundamentos de un mundo burgués que busca castrarla y convertirla en mercancía

Hace exactamente un siglo, el 5 marzo de 1922, nacía en Bolonia Pier Paolo Pasolini, poeta, ensayista, cineasta, pintor, nombre capital en la cultura de la segunda mitad del siglo XX y responsable de una de las obras más radicalmente revolucionarias.

Ahora el Círculo de Bellas Artes, el Istituto Italiano di Cultura y las universidades Complutense y Autónoma se unen para convertir el centenario de su nacimiento en un “Año Pasolini”, en el que se sucederán proyecciones de sus películas, congresos, debates, cine, teatro, música… Un amplísimo abanico de actividades recogidas en la web pasolini22madrid.com.

¿Qué tiene la obra de Pasolini para continuar impactándonos cuarenta años después de su muerte? ¿En qué consiste su carácter revolucionario?

Atreverse a señalar al poder

Y este es un libro que conviene empezar por el final. La versión oficial sobre su muerte, empeñada en decirnos que fue asesinado por uno de sus amantes, ya no la cree nadie. Y la verdad señala cada vez con mayor claridad hacia un crimen de Estado.

En noviembre de 1974, un año antes de morir, Pasolini publica un texto en Il Corriere della Sera, donde afirma conocer los nombres de los responsables de atentados fascistas como el del 12 de diciembre de 1969, en Milán, o los atentados de Brescia y Bolonia, en 1974: “Sé los nombres del grupo de poderosos que, con la ayuda de la CIA (y en segundo lugar de los coroneles griegos y la mafia), urdieron primero (aunque fracasaron miserablemente) una cruzada anticomunista para atajar el 1968 […]. Sé los nombres de quienes, entre misa y misa, dieron instrucciones y aseguraron la protección política a viejos generales (para mantener en pie, por si acaso, la organización de un posible golpe de Estado), a jóvenes neofascistas, o más bien neonazis (para crear en concreto la tensión anticomunista) y por último a criminales comunes […]”.

Pasolini se había atrevido a nombrar lo inombrable, a señalar en plena guerra fría los pilares de la intervención norteamericana sobre Italia y toda Europa Occidental. Y tenía la intención de revelar los detalles en una novela titulada “Petróleo” cuya publicación se aplazó sine die a causa de su muerte.

Pasolini combate frontalmente un mundo burgués que destruye la vida para convertirla en mercancía

Lo que se debe amar y lo que se debe despreciar

Pasolini toma una posición radical por la vida, frente a la podredumbre de los valores burgueses, ante un capitalismo desarrollado que convierte a los individuos en cosas y a todo en mercancía. Invocando “la fuerza suprema del sexo”, las relaciones humanas más arcaicas, menos contaminadas de civilización, buscando siempre en la vida una verdad que necesariamente debe ser brutal y violenta, como todas las pasiones y deseos.

Porque para Pasolini “el último baluarte de la realidad parecían ser los cuerpos inocentes con la arcaica, oscura y vital violencia de sus órganos sexuales”.

Es la “visualización total del eros” desarrollada en la “Trilogía de la vida”, integrada por “Decamerón”, “Los cuentos de Canterbury” y “Las mil y una noches”.

Huyendo de la modernidad burguesa para buscar la verdad en los clásicos medievales o árabes. Escapando de la corrupta y decadente Italia para filmar en el Tercer Mundo, en la Capadocia turca para “Medea” o en Yemen para “Las mil y una noches”.

Y dirigiendo su mirada hacia los arrabales marginales y el subproletariado condenados a la exclusión por el desarrollo capitalista, pero que todavía conservan parte de una verdad robada que requiere liberarse de prejuicios para acercarse a ella.

Pasolini quiere contar “todo el amor que siento por esas gentes sencillas y sublimes”. Porque “el tipo de personas que amo, con gran diferencia, son las que no han hecho ni siquiera el bachillerato; es decir, las personas absolutamente simples. No lo digo por retórica, lo digo porque la cultura pequeño-burguesa es algo que lleva siempre a la corrupción”.

Es un amor por la vida combativo, que exige la lucha contra aquello que pretende dominarla. Por eso Pasolini odia visceralmente el mundo burgués, plasmado en una Europa Occidental transformada en emblema del mundo civilizado, admirada por muchos y que él desprecia.

Celebremos el centenario del auténtico Pasolini, aquel que encarnaba todo lo que el poder odia

A principios de agosto de 1968 Pasolini inicia sus colaboraciones en la revista Tiempo bajo el epígrafe de “El caos”. Su primer artículo es toda una declaración de principios: “A menudo hablaré con violencia contra la burguesía: más aún, será éste el tema axial de mi palabra (…) por burguesía no entiendo tanto una clase social cuanto una verdadera y precisa enfermedad. Una enfermedad altamente contagiosa: tanto es así que ha contagiado a casi todos los que la combaten: desde los obreros del norte hasta los que han emigrado del sur, los burgueses de la oposición y los«solitarios (como es mi caso). El burgués -digámoslo en son de broma- es un vampiro que no descansa mientras no muerde el cuello de su víctima por el puro, natural y simple placer de ver cómo palidece, se pone triste, se deforma, pierde vitalidad, se retuerce, se corrompe, se asusta, se anega en sentimientos de culpa, se vuelve calculadora, agresiva, terrorista, igual que él”.

Para Pasolini las sociedades de capitalismo desarrollado construidas sobre las ruinas de la IIª Guerra Mundial en Europa, que en los sesenta alcanzan velocidad de crucero, son una auténtica cárcel que narcotiza nuestras conciencias anegándolas de mezquindad y sumisión.

Y Pasolini también combatirá el mundo burgués instalado en la izquierda. Quien afirmó que “actualmente solo los comunistas son capaces de suministrar una nueva cultura” fustigará también al PCI -el partido comunista italiano oficial- por “oponerse a la revolución”.

Celebremos el centenario de Pasolini, pero que nadie recorte las aristas más revolucionarias de su obra, para convertirla en un producto asimilable para el poder. Queremos volver a disfrutar del auténtico Pasolini, de aquel que encarnaba todo lo que el poder odiaba.