La Policía desmantela en la SGAE una trama que generaba derechos de autor fraudulentos
Una trama dentro de la Sociedad general de Autores y Editores (SGAE) recaudaba millones de euros por derechos de autor de temas de música emitida a altas horas de la madrugada en varias cadenas de televisión. La policía ha detenido hasta ahora a varias personas -socios de la SGAE y cómplices dentro de las televisiones- que se beneficiaban de emitir temas de dominio público mínimamente modificados, un fraude conocido como ‘La Rueda’.
Si usted teclea en google «música de dominio público libre de derechos de autor», verá que multitud de obras de Mozart, Beethoven, Bach o Vivaldi son patrimonio de la humanidad, y nadie tiene que pagar por interpretarlas o emitirlas como banda sonora de su programa radiofónico. Pero entonces alguien llega y cambia unas notas por aquí y unos arreglos por allá, y registra la partitura como propia. Luego ese ‘alguien’ es de la SGAE, tiene contactos en las televisiones, y consigue que ese hilo musical se emita -a altas horas de la madrugada, con una audiencia ínfima- en diversas cadenas de televisión de ámbito nacional o autonómico. Eureka: la SGAE recauda grandes cantidades de dinero por derechos de autor, y el falso compositor lo distribuye con sus compinches televisivos. Todos contentos, menos el presupuesto de las televisiones, claro. «‘La Rueda’ es un fraude que beneficia a un ínfimo puñado de socios de la SGAE -de los 120.000 que tiene- pero genera ingresos por derechos de autor superiores a los de las estrellas de las radiofórmulas»
Así funcionaba -y sigue funcionando- «la Rueda», un fraude por el que unos pocos socios de la SGAE -muchos de ellos ni siquiera músicos o autores- y empleados de varias televisiones ingresaban miles de euros gracias a la recaudación por temas de música de dominio público, mínimamente modificados y registrados bajo su propiedad intelectual. Pese a que esos temas musicales no los escuchara prácticamente nadie -horas con menos de un 1% de audiencia, o temas de fondo, casi inaudibles- generaban enormes beneficios. Las canciones que sonaron de madrugada supusieron el 70% de la recaudación de la SGAE por emisión de música en la televisión. Y la música supone el 80% de los 250 millones de euros que ingresó la SGAE en 2015.
Este sistema beneficia a un puñado de socios, pero genera ingresos por derechos de autor superiores a los de las estrellas del pop de las radiofórmulas. En concreto se trata de una camarilla conocida como ‘Los tupamaros’que desde 2006 registraron 24.981 temas ganando casi 26 millones de euros en seis años.
Con ellos colaboraban «personas en el seno de las televisiones que, a modo de intermediarios, estarían favoreciendo las emisiones en las cadenas en las que trabajan, a cambio de la cesión de determinados porcentajes de derechos sobre las obras emitidas en unos casos, así como de una contraprestación económica por su labor», dice la Policía Nacional en declaraciones a El País. Los temas emitidos eran cedidos a las editoriales pertenecientes a las propias cadenas, generando un lucrativo retorno -el 50% de los derechos de autor- compensatorio para las televisiones.
Dentro de la SGAE, no pocos miembros -entre ellos Antón Reixa (ex vocalista de Os Resentidos), que llegó a ser presidente de la SGAE después de la detención de la cúpula de Teddy Batista por la Operación Saga- han intentado apostar por la trasparencia, destapando y erradicando esta trama, pero fueron defenestrados en las luchas de poder dentro de la SGAE. Precisamente los propios beneficios de «la Rueda» hace que dentro de la SGAE -donde los socios cuentan con una cantidad de votos proporcional a sus ingresos, hasta un máximo de 30- los que están metidos en el ajo (junto a numerosos familiares, amigos y testaferros) constituyan un poderoso lobby para dirigir, condicionar a la Sociedad, o para deponer al que intente cambiar el sistema. De ahí el chascarrillo que se canta entre los socios pequeños: “No hay quien pueda, no hay quien pueda, con los votos de la rueda”. Una pequeña minoría de entre los más de 120.000 socios, pero suficientes para dar a la SGAE la nefasta fama que tiene en la opinión pública.