En medio de todas las convulsiones políticas que asolan Europa, y aparentemente superada la ola de protestas que protagonizadas por los chalecos amarillos sacudieron Francia el año pasado, la presidencia de Emmanuel Macron se presentaba como una isla de estabilidad en la UE. Todo era un espejismo, un pequeño momento de calma en medio de una tormenta. Este otoño, las calles francesas vuelven a agitarse, con infinidad de huelgas y conflictos contra las políticas del Elíseo, especialmente la impopular reforma de las pensiones.
La oposición popular a Macron ha regresado, con fuerza y todos a la vez. Las centrales sindicales luchando contra la controvertida reforma del sistema de pensiones; los chalecos amarillos con fuerzas renovadas y sacando a 90.000 personas por las calles de toda Francia; movilizaciones de jóvenes ecologistas contra un presidente que en los escenarios internacionales es visto como adalid de la lucha contra el cambio climático; huelgas en los transportes públicos que dejan a París paralizada, así como de bomberos, agentes de policía, personal de los servicios de urgencias en los hospitales…
Todo esto es lo que se ha encontrado Macron -que aún festejaba su exitoso papel de anfitrión en la reciente cumbre del G7 en Biarritz- en el inicio del curso político.
La batalla central es la de la reforma del sistema público de pensiones que pretende el Elíseo, un tema de alto voltaje social y electoral. En Francia, la edad para jubilarse está fijada por ley en los 62 años, y tocarlo es un tabú. La reforma que impulsa Macron afirma mantener ese límite, pero hay gato encerrado. Quien decida jubilarse a los 62, como es su derecho, perderá un 10% de pensión. Quien lo haga a los 63, el 5%. Pero si aguanta dos años más, alargando su vida laboral a los 64… se verá “premiado” con un plus del 5% en la cuantía de su jubilación. Se calcula que de media, y con esta trampa, los futuros jubilados percibirán unas pensiones entre un 15% y un 23% más bajas.
Además, al simplificar los 40 regímenes de cotización que existen en Francia, en uno solo que funciona por puntos, se perjudica a una gran cantidad de colectivos profesionales, entre los cuales están muchos funcionarios y trabajadores públicos. Por eso, las movilizaciones sectoriales se han multiplicado. Más de 20.000 abogados y empleados del sector sanitario protestaron en la capital francesa contra la reforma de pensiones.
La reforma de las pensiones de Macron es la punta de lanza de una larga lista de medidas y políticas lesivas para los intereses de los trabajadores galos, que van desde recortes presupuestarios a la degradación de sus condiciones laborales. Los sindicatos de policía preparan la primera de sus protestas en 15 años. Los bomberos han alargado hasta finales de octubre la huelga iniciada a finales de junio. En los últimos seis meses, hasta 250 servicios de urgencias han hecho huelgas en los hospitales de toda Francia.
Todas estas protestas cuentan con un amplio respaldo de la opinión pública. Y por si esto fuera poco para el Elíseo, vuelve con fuerza un movimiento de chalecos amarillos que desde diciembre del año pasado parecía haberse deshinchado.
Al calor de las nuevas protestas por las pensiones y los recortes sociales, los ‘gilets jaunes’ han protagonizado una nueva oleada de protestas que ha sacado unos 90.000 manifestantes en distintas ciudades del país. Los protestas de los chalecos, de motivación principalmente social y económica, se ha aliado con las protestas de los grupos defensores del medio ambiente, en la semana mundial de las movilizaciones sobre el clima.
Todavía queda mucho otoño por delante, pero al otro lado de las gruesas ventanas del Elíseo, Macron siente el calor de las calles. Ya lo sintió el año pasado, y no lo pasó nada bien.