“Estoy en primero de Fernán Gómez”. Con esta frase, que se ha encargado de repetir insistentemente, José Sacristán expresaba su admiración por Fernando Fernán Gómez. Admiraba su obra, pero también su forma de encarar la vida.
Entre ambos hay un hilo que la actualidad se ha encargado de anudar. El mismo año en que se celebra el centenario del nacimiento de Fernán Gómez se le ha concedido un merecidísimo Premio Nacional de Cinematografía a José Sacristán.
Ambos representan a dos generaciones que se enfrentaron a las peores condiciones posibles, y que no solo no se quebraron sino que alcanzaron el éxito. Quienes parecían destinados a ser perdedores acabaron ganando.
El creador total
La enorme popularidad y la altura de Fernando Fernán Gómez como actor ha eclipsado las múltiples vertientes en las que se expresó su talento.
“He ido al teatro solo para verle a él”, afirmaba Manuel Gutiérrez Aragón, uno de nuestros mejores directores. Pocos actores han tenido o tienen un magnetismo parecido en la pantalla, su presencia física o su inconfundible voz la llenan y nos enganchan.
Se definía muchas veces a sí mismo simplemente como “un cómico”, palabra normalmente despreciada. Él la había vivido desde su mismo nacimiento: hijo de actores, nieto ilegítimo de María Guerrero, una de las actrices fetiche de la historia del teatro español.
Es imposible recorrer las interpretaciones memorables que nos ofreció Fernán Gómez, ligadas a algunas de las mejores películas del cine español. Fue la imagen más turbadora del exilio interior de los perdedores de la guerra en “El espíritu de la colmena”, esa joya inabarcable que nos ofreció Víctor Erice; estuvo junto a Berlanga en “Esa pareja feliz” y “Moros y cristianos”; y con Carlos Saura en “Ana y los lobos” o “Mamá cumple cien años”; fue el inolvidable maestro republicano de “La lengua de las mariposas” o encarnó la libertad arrancada en “Belle Époque”; encarnó el espíritu galdosiano en “El abuelo”, y a personajes perturbadores en “Pim, pam, pum… ¡fuego”, de Pedro Olea, o en “La mitad del cielo”, de Manuel Gutiérrez Aragón…
Y su enorme talento fue reconocido, tres veces, en el Festival de Cine de Berlín, uno de los más prestigiosos de Europa, dos como mejor actor y otra en reconocimiento a toda su carrera.
El creador total que fue Fernán Gómez lo abarcó casi todo, y siempre con grandeza
Pero Fernán Gómez fue mucho más que un actor memorable. Su fascinante carrera como director abrió las vías, incluso en pleno franquismo, para el mejor cine español. Desde esa joya con una mirada negra tan nuestra como “El extraño viaje” a “El mundo sigue”, una película tan dura que su exhibición fue rigurosamente prohibida por la censura. Desde “El viaje a ninguna parte”, gran triunfadora de la primera edición de los Goya, pero sobre todo un homenaje a esos siempre menospreciados “cómicos”, a su particular versión del lazarillo en “Lázaro de Tormes”, un diamante de muchos quilates.
Triunfó en el cine y también en la televisión. Solo mencionar “El pícaro”, una de las mejores series de la historia de la televisión en España.
El creador total que fue Fernán Gómez lo abarcó casi todo, y siempre con grandeza. Fue uno de los tres hombres de cine -junto a Borau y Gutiérrez Aragón- que se sentó en un sillón de la Real Academia de la Lengua. Escribió obras de teatro imprescindibles, como “Las bicicletas son para el verano”, unas memorias que dibujan toda una época –“El tiempo es amarillo”-, poesía, artículos en prensa recopilados en varios libros, ensayos -una extraordinaria “Historia de la picaresca”-, etc.
Fernando Fernán Gómez recibió durante la Guerra Civil clases en la Escuela de Actores de la CNT. Y cuando murió, la bandera rojinegra anarquista envolvió su féretro. Los perdedores no estaban ni yermos ni postrados. Solo reproducir la frase de Fernán Gómez con la que “Imprescindibles” anuncia el programa dedicado al actor: “Todo el tiempo que no se dedica a la revolución es tiempo perdido”.
El hijo de la Nati y el Venancio
José Sacristán fue el último en enterarse de que había recibido el Premio Nacional de Cinematografía. Estaba rodando escenas de su próxima película, “Cuidado con los que deseas”, de Fernando Colomo, en un bosque de Segovia sin cobertura. Cuando se le pudo localizar, la noticia ya había sido publicada por varios medios.
Esta anécdota define toda la carrera de José Sacristán.
Es, como él mismo se define, “el hijo de la Nati y Venancio”. Nació en plena guerra, en 1937, en Chinchón, un pueblo marcado por el cine desde que Orson Welles rodó en él “Campanadas a medianoche” o “Una historia inmortal”. Conoció a los seis años a su padre, el campesino republicano que cumplió seis años de condena en las cárceles franquistas. Y antes de ser uno de los actores más populares del cine español, tuvo que compaginar su trabajo en el teatro con el de vendedor de libros para poder mantener a su familia.
El Premio Nacional de Cinematografía a José Sacristán es quizá uno de los más justos que se hayan concedido
El Premio Nacional de Cinematografía a José Sacristán es quizá uno de los más justos que se hayan concedido. Encarnó a ese “español medio”, no un galán inalcanzable sino alguien con quien todos podemos identificarnos. Estuvo en el impulso a un nuevo cine español tras el franquismo, con “Un hombre llamado Flor de Otoño” o “Asignatura pendiente”, trabajó con Berlanga en “La vaquilla” o en “Todos a la cárcel”, y con directores internacionales en películas ya míticas, como “Operación Ogro” junto a Gillo Pontecorvo, o esa maravilla revolucionaria que es “Un lugar en el mundo”, de Adolfo Aristarain.
Recomendamos vivamente las dos entregas de “Imprescindibles” -uno de los mejores programas de la televisión- dedicados a Fernán Gómez y José Sacristán (“Fernando Fernán Gómez: el último gran conversador”, y “José Sacristán: Yo quería ser Tyrone Power”), que pueden visionarse en la web de RTVE.