Cuando va camino de cumplir 900 días, la brutal agresión del imperialismo ruso sobre Ucrania no aminora. Mientras el Moscú habla de ponzoñosas ofertas de paz -consistentes en un armisticio a cambio de territorios- los misiles y drones del Kremlin, cargados de fuego y muerte, siguen cayendo sobre Kiev y otras ciudades, causando decenas de muertos. Uno de los proyectiles que ha caído sobre la capital ha impactado contra el hospital infantil Ojmatdit.
A lo largo de tres años de guerra e invasión, la Rusia de Putin ha cometido una larga lista de crímenes de lesa humanidad, bombardeando ciudades e infraestructuras civiles en Ucrania, incluídos mercados y centros comerciales, estaciones de tren, escuelas y universidades, barrios residenciales y hospitales. Lugares sin valor militar, donde sólo pueden haber civiles inocentes.
No son errores de cálculo, ni acciones ciegas, son crímenes de guerra conscientes y deliberados, que buscan quebrar la moral de los defensores, someter a los ucranianos por el horror y el desgaste.
Esta criminal agresión tiene un máximo responsable, Putin y los oligarcas que le sostienen. Con la invasión de Ucrania buscan la consecución de un sangriento objetivo geopolítico, dotarse de área exclusiva de dominio imperialista, más o menos equivalente a la de la antigua Unión Soviética, desde Bielorrusia a las repúblicas de Asia Central.
Y para ello están dispuestos a lanzar más y más oleadas de muerte sobre las ciudades ucranianas, y más y más oleadas de carne de cañón -soldados rusos reclutados a la fuerza- a las trincheras.
Todas las personas demócratas y amantes de la paz, debemos denunciar la invasión y defender la soberanía, independencia e integridad territorial de Ucrania. Debemos ayudar solidariamente a la población castigada por la guerra, y apoyar sin reservas al pueblo ucraniano en su lucha por su independencia y libertad.