Ha sido histórico. El sábado 18 de octubre, una ola masiva de movilizaciones -más de 2.700- han sacado a un número récord de ciudadanos norteamericanos contra las ultrareaccionarias y autoritarias políticas de Donal Trump, denunciando sus permanentes ataques a la democracia y las libertades, su persecución a los migrantes, sus recortes sociales y sus no pocas corruptelas.
Frente a un semiparalizado partido demócrata, aún ‘KO’ tras la derrota electoral, de nuevo es la sociedad civil, el propio pueblo norteamericano -una inmensa y diversa pléyade de colectivos, plataformas, sindicatos y partidos de izquierdas- la que se ha organizado para luchar, de forma tan enérgica como pacífica, contra la deriva dictatorial de Trump al grito de «No Kings».
Siete millones de personas en 2.700 manifestaciones. «No Kings» ha hecho historia.
Nunca antes, al menos en el último medio siglo, había salido tanta gente y en tantos sitios diferentes, a las calles de EEUU para manifestarse. Y menos de manera tan contundente, contra un presidente. Hay que remontarse al ‘Earth Day’ de 1970 -20 millones de manifestantes en las protestas contra la contaminación industrial, que dieron origen al moderno movimiento ecologista- para encontrar una movilización simultánea más potente que la que se ha producido este sábado 18 de Octubre. Las protestas de ‘Black Lives Matter’ de 2020, también contra Trump, llegaron a sumar unos 26 millones, pero a lo largo de semanas, no en un mismo día.
Las manifestaciones más masivas y multitudinarias han sido, evidentemente, en las grandes urbes norteamericanas, tradicionalmente progresistas -más de 100.000 en Nueva York, Los Ángeles o Chicago, más de 200.000 en Washington o Boston, cerca de medio millón en San Francisco- pero también han sido igualmente contundentes en pequeñas ciudades perdidas en la profundidad de EEUU -la llamada «small-town America»- justo donde se supone que Trump tiene su granero de votos: los 16.000 manifestantes de Danville (Kentucky), los 55.000 de Bozeman (Montana), los 43.000 de Jefferson City (Misuri), o los 263.000 de Lubbock (Texas), con familias conservadoras uniéndose a las protestas.
Las protestas han sido organizadas por una amplísima red descentralizada llamada ‘No Kings Coalition’ formada por grupos civiles y colectivos progresistas -a los que los demócratas se han sumado, pero de ninguna manera dirigido- como Indivisible, 50501 Movement, la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU), MoveOn, Public Citize, o Common Defense, además de gran cantidad de sindicatos y partidos de izquierdas, socialistas o comunistas. Muchas de ellas son los que lideraron los meses anteriores las movilizaciones contra la Gestapo migratoria de Trump (la ICE), las protestas pro-palestinas contra el genocidio en Gaza, o las manifestaciones del Black Lives Matter años antes.
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Sobran razones
El lema unitario -«No Kings»- ya dice mucho de las razones de la protesta. En primer lugar, un rechazo frontal a la deriva dictatorial, autocrática y antidemocrática de un «monarca», Donald Trump, que ha expresado su voluntad de modificar la Constitución para presentarse a un tercer mandato y perpetuarse en la Casa Blanca, además de querer arroparse con «poderes ejecutivos ilimitados». Protestan además contra sus feroces ataques a las libertades y derechos civiles -derechos de voto, arremetidas contra la libertad de prensa o contra las protestas en universidades- tan duramente conseguidos en las luchas de los 60 y 70, que los estadounidenses engloban en la «Primera Enmienda» de su Constitución (que protege cinco libertades fundamentales: religión, expresión, prensa, reunión pacífica y el derecho de petición al gobierno).
Pero junto a estas demandas en primer plano, las manifestaciones han puesto mucho énfasis en el rechazo y la denuncia de las ultrarrepresivas políticas migratorias de Trump, que ha desatado una ola de terror y persecución contra los migrantes de EEUU, con detenciones arbitrarias en centros de trabajo, escuelas, hospitales, en la calle, en los domicilios… con un grado de crueldad inaudito, separando familias y mandando a trabajadores pacíficos a cárceles en El Salvador, o rodeadas de caimanes en Florida. Enviando tropas federales a ocupar ciudades «santuario» que se niegan a cooperar con las redadas de ICE.
Además, las protestas han denunciado la brutal ola de recortes presupuestarios, con despidos de miles y miles de funcionarios, cierres de programas sociales, sanitarios (programas de vacunación) o medioambientales, así como toda una batería de leyes que multiplican el poder de grandes corporaciones, por ejemplo derogando tratados con comunidades indígenas para construir oleoductos. Por último, pero no menos importante, los manifestantes han cargado contra las numerosas corruptelas de un presidente condenado por múltiples delitos fiscales, sobre el que pesa la acusación de haber alentado la toma golpista del Capitolio en enero de 2021, de estar enriqueciéndose en el cargo, o de estar implicado en las escandalosas tramas sexuales de su amigo Jeffrey Epstein.
Las masivas movilizaciones han marcado un hito, demostrando que el malestar contra Trump va a más y que la iniciativa de la sociedad civil ni mucho menos ha tocado techo. Todo ello cuando falta un año para las elecciones de mitad de mandato -noviembre de 2026-, que podrían hacer perder a los republicanos el control que ahora mismo tienen en las dos cámaras legislativas. Y cuando la popularidad de Trump ya ha comenzado a mostrar algunos signos de erosión (bajando al 42%).
