Tras obtener la Presidencia de Francia con un somero 65% de los votos frente a Marine Le Pen, Macron ha revalidado su triunfo obteniendo una amplia mayoría en la Asamblea Nacional, lo que a priori le debería permitir acometer los cambios políticos y económicos que propone sin grandes dificultades. Pero la apariencia y la realidad no siempre coinciden. Como dice el refrán, no es oro todo lo que reluce.
Con 47,5 millones de votantes registrados, las elecciones francesas registraron la mayor abstención de la historia de la V República: un 51% en la primera vuelta y un 57,36% en la segunda. En la primera vuelta votaron 22 millones y medio de franceses, mientras que en la segunda vuelta lo hicieron solo veinte millones (un 42,6% de los votantes).
De ellos, 7.323.026 electores votaron en la primera vuelta a las formaciones que apoyaban al presidente Macron (La República en Marcha y los centristas del MODEM), obteniendo un total del 32,32% de los votos. En la segunda vuelta, donde los candidatos de Macron obtuvieron un respaldo extra, ya que sus candidatos no competían contra todos los partidos, sino solo contra un rival (fuera lepenista, de los Republicanos, socialista, etc.), los partidarios de Macron obtuvieron 8.927.222 votos (el 49,12% de los votos totales), lo que les permitió obtener 350 de los 577 escaños de la Asamblea Nacional, o lo que es lo mismo, una cómoda mayoría absoluta.
Estos resultados pueden ser interpretados de muchas formas. En apariencia son todo un triunfo para Macron, que en poco más de un mes y desde fuera de los partidos tradicionales que han dominado la política de la V República, ha conseguido primero ganar la presidencia de Francia y, a continuación, una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. Sin embargo, no puede obviarse que ese éxito queda relativizado por unas cifras de apoyo popular a su proyecto que, por lo escuálidas, son también inéditas en la historia reciente de Francia.«Las elecciones francesas registraron la mayor abstención de la historia de la V República: un 51% en la primera vuelta y un 57,36% en la segunda»
Si tomamos como referencia la primera vuelta de las legislativas y el 100% del cuerpo electoral francés, Macron obtuvo el apoyo de un 15,41% de los franceses. En la segunda vuelta, ese apoyo alcanzó al 18,8%, pero no debemos olvidar que ese incremento del voto es, de alguna manera, un voto «prestado» frente a otros, cuya fidelidad no está garantizada, sino que dependerá muy mucho de que Macron satisfaga sus demandas y sus expectativas. En todo caso, la realidad es que Macron y sus aliados se han hecho con más del 60% de los escaños de Francia con el voto de menos del 20% de la población.
No cabe duda de que si alguna forma se puede calificar la victoria de Macron es de absolutamente pírrica. La falta de apoyo popular a su proyecto es tan notable, tan obvia, tan inédita en la reciente historia de Francia, que por todas partes aflora la fragilidad de un proyecto que, de momento, está cogido con hilos.
Es cierto que Macron cuenta con el apoyo de Obama (su auténtico mentor político) y que, por el momento, cuenta con el respaldo de Merkel y de Bruselas, pero de ninguna manera se puede asegurar que cuenta con apoyo del pueblo francés. ¡El 18,8% de los electores, incluyendo muchos apoyos dudosos, no se pueden confundir con «el pueblo francés»!«Con el 18,8% del voto real, Macron obtuvo la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional»
Lo cierto es que más real sería decir que el pueblo francés se mantiene a la expectativa de lo que Macron va a hacer. Y lo que haga determinará su apoyo o su oposición. Francia está en guardia hacia Macron. Y estye no puede contar, a priori, con la aquiercencia del pueblo.
La primera prueba de que esto es así la han dado ya las cuatro dimisiones que se han producido en el gobierno francés elegido hace menos de un mes por Macron, tras su triunfo presidencial. Macron había confiado inicialmente importantes carteras políticas a destacados representantes de la vieja clase política. No ha pasado ni un mes para que en el pasado de todos esos políticos aparecieran las lacras típicas del viejo sistema: corruptelas y privilegios que durante décadas el sistema no solo ha favorecido sino que ha ocultado con descaro. En principio, estas dimisiones podrían haberse convertido en un boomerang instantáneo y demoledor contra Macron. Pero este hábilmente ha sorteado la situación: provocando y admitiendo rápidamente esas dimisiones, Macron se ha presentado ante Francia como un baluarte de la ética, que no va a tolerar la impunidad de la vieja política, y como un político decidido a actuar.
Más importante que el hecho de que pudiera equivocarse con los nombramientos, ha quedado el hecho de que ha cortado por lo sano con los políticos que cargan a sus espaldas los vicios del pasado. Incluso un aliado tan trascendental como François Bayrou, presidente del partido centrista MODEM, el principal apoyo de Macron,y al que el presidente había hecho el «encargo» de redactar un proyecto de Ley destinado a «moralizar» la vida pública. El ministro se ha visto forzado a dimitir antes que el proyecto de Ley llegue a la nueva Asamblea Nacional. Abandonó su cargo de ministro de Justicia para no lastrar la imagen de Macron después de que su nombre apareciera implicado en el escándalo de los empleos ficticios de los asistentes parlamentarios europeos. Días antes de Bayrou, y por el mismo motivo, había presentado su dimisión la recién elegida ministra de Defensa. Cabe recordar que este escándalo es el mismo que salpicó en su día a Le Pen y a Fillon. Macron no puede presentarse como el nuevo «moralizador» de Francia con un gobierno lleno de políticos corruptos.
Pero esta astucia de Macron, que le ha servido para fortalecerse en el frente interno en vez de debilitarse, no es aún un indicio de nada. Solo evidencia que es un politico hábil que tendrá que hacer muchas más concesiones de las previstas para ganarse el apoyo popular o, como mínimo, impedir que el escepticismo y la reserva de muchos franceses se tranforme rápidamente en oposición.
El problema vendrá cuando Macron trate de abordar algunos de los puntos esenciales de su programa electoral. En particular las medidas con las que pretende liberalizar el sistema económico, ajustar el presupuesto de Francia y llevar a cabo la prometida reforma laboral.
A este respecto, el ministro francés de Economía, Bruno Le Maire, afirmó inmediatamente después de las elecciones que habrá que tomar rápidamente «decisiones difíciles» para poner el déficit por debajo del 3 % del producto interior bruto (PIB) ya este año, una meta que considera «un símbolo» para recuperar la credibilidad ante sus socios europeos. «El interés nacional impone tomar esas decisiones difíciles para volver a pasar bajo el listón del 3% del déficit público», subrayó en una entrevista publicada por el semanario Le Figaro Le Maire, en la que insiste en que el control del gasto público es «una condición de nuestra soberanía» y, por tanto, algo «imperativo».«Macron cuenta con el apoyo de Obama y, por el momento, con el de Merkel y de Bruselas, pero de ninguna manera se puede asegurar que cuenta con apoyo del pueblo francés»
La principal medida fiscal que tiene en cartera es la supresión de cotizaciones que gravan los salarios, que se compensará con un incremento de la Contribución Social Generalizada (CSG), un impuesto proporcional sobre todos los ingresos profesionales o de capital que financia la Seguridad Social. Además, el gobierno tiene la intención de rebajar el tipo del impuesto de sociedades al 25% durante el quinquenio presidencial (2017-2022).
En resumidas cuentas, apretar el cinturón aún más a las clases medias y dar más beneficios fiscales a las empresas, o lo que es igual, hacer lo mismo que se hizo en Alemania, se ha hecho en España o Trump va a hacer en EEUU: llevar a cabo un nuevo trasvase de rentas, desde los salarios a las empresas, con la excusa de fomentar la competitividad de estas. El resultado de esto ya es bien sabido: agrandar progresivamente la grieta y ahondar el abismo social.
Junto a esta medida está la «inevitable» reforma laboral, que tras las conversaciones de Macron con los sindicatos (nada amistosas, por cierto), el nuevo presidente se ha guardado muy bien de explicitar. Recordemos que la anterior reforma, llevada a cabo por el expresidente Hollande y el exprimer ministro Manuel Valls, después de varias huelgas generales, paros, manifestaciones, etc. solo pudo aprobarse aprovechando el estado de excepción decretado en Francia tras los atentados yihadistas de París y Niza. Si Macron quiere implantar en Francia un sistema que permita los «mini-job» alemanes o los «contratos basura» españoles (y sin duda quiere hacerlo) tiene por delante una dura batalla. Que se sepa, Macron no ha deslumbrado precisamente a los trabajadores franceses. Ni siquiera su victoria sobre Le Pen le ha otorgado un brillo muy especial. Y para aprobar una reforma laboral,de poco le va a servir contar con el apoyo de Obama o de Merkel. Necesita unos apoyos que no tiene, y que desde luego no la van a dar aquellos a quienes pretende desvalijar o a quienes quiere someter a la misma precariedad a la que estas sometidos millones de trabajadores y jóvenes en los países donde ya se han aprobado ese tipo de medidas. Sin duda, la «fragilidad» social de Macron no va a tardar en aparecer.«Macron parece repetir los mismos pasos infructuosos que en su día dieron Sarkozy y Hollande, tratando de recuperar la paridad perdida con Alemania»
Otro frente que no va a tardar asimismo en dar problemas es el «frente europeo», en el que Macron no deja de postularse como un líder con ideas propias, dispuesto a encabezar el proyecto de una nueva Europa en la que Francia recupere la iniciativa y el liderazgo perdido. Macron aspira a volver a los tiempos del «eje franco-alemán», cuando Francia compartía con Alemania la dirección de Europa, antes de que la reubnificación alemana acabara con la paridad y diera pie a la actual hegemonía alemana. Y pretende, frente al desafío del Brexit, darle un nuevo impulso a la integración europea. El ministro francés de Economía ya se ha reunido con su homólogo alemán, Wolfgang Schäuble, y están trabajando en «la transformación de la zona euro en zona económica integrada»; ambos harán propuestas en el Consejo de Ministros franco-alemán que está programado en París el 13 de julio, presidido por Emmanuel Macron y Angela Merkel.
Macron parece repetir, en cierto modo, los mismos pasos que en su día dieron Sarkozy y Hollande, tratando de recuperar la paridad perdida con Alemania. Cabe recordar que tales intentos fueron totalmente infructuosos y que, en los últimos diez años, el abismo económico y político entre Francia y Alemania no ha hecho más que crecer.
Ahora Macron parece querer intentarlo por la vía de impulsar una mayor integración, promoviendo la unión bancaria, el fondo monetario europeo, el proyecto de presupuesto de la zona euro y el nombramiento en el futuro de un ministro de Finanzas europeo. «Este reforzamiento de la zona euro -piensa Macron- protegerá nuestras economías frente a la potencia de China y de Estados Unidos». Dentro de ese mismo proceso de integración, la Francia de Macron quiere avanzar «muy rápido en la convergencia fiscal de Alemania y Francia», lo que pasa en primer lugar por «una convergencia rápida del impuesto de sociedades».
La cuestión es siempre la misma: ¿puede la Francia actual soportar el «abrazo del oso» alemán sin venirse estrepitosamente abajo? ¿O sin provocar una reacción popular que desencadene un vuelco político total? No olvidemos que, aunque con fines políticos completamente distintos, y con proyectos absolutamente dispares, en la primera vuelta de las presidenciales francesas, dos candidatos que se mostraron absolutamente críticos con Alemania (la ultraderechista Le Pen y el izquierdista Melénchon) obtuvieron nada menos que el 45% de los votos. Media Francia recela de Alemania o, directamente, piensa que a día de hoy, y visto lo visto, Alemania es más un enemigo que un amigo de Francia. ¿Cómo va a responder el pueblo francés a una política de mayor integración con Alemania? ¿Va a soportar la economía francesa el envite de semejante «integración» con la potentísima economía alemana?
Macron le ha vendido a los franceses la idea de una renovación de la vida política y una Francia líder de nuevo en una Europa más unida. Esa idea la ha apoyado no llega a un 20% del cuerpo electoral francés. Esa es la realidad de partida. Veremos cuál es la casilla de llegada.