No al golpe de Estado yanqui en Bolivia

El legítimo presidente Evo Morales ha sido obligado, por una sublevación militar, a renunciar a su cargo, y se ha exiliado a México, aceptando el ofrecimiento de asilo político del gobierno de López Obrador. 

Ante el silencio y la complicidad de gran parte de la comunidad internacional, cómplice de EEUU y sus golpistas, el Ejército y la policía, junto a bandas paramilitares de extrema derecha, están atacando a los militantes y sedes del Movimiento al Socialismo (MAS), así como a sindicalistas y fuerzas populares afines a Morales. Se respira un aire cercano a la guerra civil.

Las razones esgrimidas por la oposición derechista son las acusaciones de fraude en el recuento electoral de las pasadas elecciones del 20 de octubre. Acusaciones que tienen una credibilidad cuanto menos cuestionable, tras hacerse públicos documentos sonoros en los que se evidencia que importantes miembros del establishment de Washington y la Embajada de EEUU en Bolivia, han trabajado codo con codo para derribar al gobierno de Morales, precisamente tomando como excusa estas supuestas irregularidades. Sean o no ciertas las acusaciones, el plan para el golpe ya estaba diseñado desde hacía tiempo.

Es perfectamente legítimo buscar la derrota electoral de Evo Morales, acusarle de una mala gestión o hasta de corrupción y abuso de poder. Es perfectamente democrático, ante las sospechas de irregularidades graves en el reciente proceso electoral, exigir una repetición de las elecciones para que unos nuevos comicios, supervisados y verificados por observadores imparciales, otorguen un veredicto inequívoco sobre quién quiere la mayoría del pueblo boliviano que gobierne los próximos años.

Pero lo que no puede hacer ningún demócrata, en Bolivia o en España, es colaborar o mirar hacia otro lado cuando la oligarquía financiera boliviana -especialmente la de la rica región de Santa Cruz, caracterizada por sus veleidades separatistas- en abierta colaboración con el hegemonismo norteamericano, tratan de derribar por la vía del Golpe de Estado, llamada verginzantemente por los medios «rebelión cívico-militar», a un gobernante que representa al menos a la mitad, o casi a la mitad, de los bolivianos.

Más allá de los errores o infracciones (o no) que haya podido cometer el oficialismo del MAS, nadie puede negar que Bolivia y toda Hispanoamérica están sufriendo una aguda y violenta intervención por parte de los Estados Unidos, el Imperio que lleva muchas décadas imponiendo en el mundo hispano sus intereses de explotación, tiranía y opresión. La superpotencia que ha llenado América Latina de dictaduras y millones de cadáveres. La potencia que ha saqueado y saquea las riquezas del mundo hispano, dejando un infierno de pobreza y subdesarrollo en un continente que quiere, puede y debe ser rico, soberano, libre y próspero.

Se abalanzan sobre la Bolivia de Evo Morales porque este gobierno lleva 13 años desafiando al dominio hegemonista, conviertiendo la que fuera el país más pobre de Sudamérica en un referente de soberanía, progreso, desarrollo y redistribución de la riqueza en beneficio de las clases populares. 

De 2006 a 2018, el analfabetismo en Bolivia ha sido reducido del 13% al 2,4%; el desempleo ha caído del 9,2% al 4,1%; la pobreza ha cortada por la mitad (del 61% al 34%), lo mismo que la indigencia (del 38% al 15%); el PIB per cápita se ha triplicado (de los 1.086 dólares a los 3.306), y el salario mínimo casi se ha quintuplicado (de 62$ a 300$). 

El gobierno de Evo Morales ha nacionalizado la industria de los hidrocarburos o de las aún más estratégicas reservas de litio, disponiendo de una enorme fuente de ingresos para el país y el pueblo. Ha denunciado a los EEUU y ha establecido intensas relaciones comerciales y económicas con el resto de países hermanos de la Patria Grande, con China y con multitud de naciones del Sur. Se ha convertido en un referente de desarrollo y soberanía para las naciones hispanas y para el conjunto del Tercer Mundo.

Esto es lo que los centros de poder hegemonistas, y sus gorilas golpistas a sueldo, quieren derribar. Esto es lo que no pueden dejar que sea. Porque su mera existencia pone a los pueblos ante la perspectiva de su liberación y de su desarrollo independiente, y a ellos, los plutócratas de Wall Street y a las élites cruceñas, ante la perspectiva de su derrota.

En estas horas críticas que viven las clases populares bolivianas, no podemos adivinar el desenlace de esta brutal intervención hegemonista. Pero desde estas páginas queremos mostrar todo nuestro apoyo a la lucha democrática, patriótica y antiimperialista del pueblo boliviano y a su presidente, Evo Morales, y afirmar nuestra confianza en que las clases populares del hermano país andino conseguirán -más temprano que tarde- derrotar a Washington y a sus fuerzas cipayas, y reconquistar un futuro de soberanía, libertad y prosperidad para Bolivia.

El futuro pertenece a los pueblos y no al imperialismo.