Llamemos a las cosas por su nombre. Independientemente de la buena, regular, mala o antagónica opinión que se tenga del gobierno de Nicolás Maduro, independientemente de que se considere que las elecciones de junio -a las que la gran parte de la oposición decidió no concurrir, que Maduro ganó, aunque con un bajo porcentaje de participación (46%), y que estuvieron avaladas y supervisadas por observadores internacionales, entre ellos Zapatero- no fueron válidas y que deben repetirse… lo que se ha puesto en marcha en Venezuela con la autoproclamación de Juan Guiadó como «presidente interino» del país es un autentico Golpe de Estado. Un golpe inequívocamente impulsado, diseñado y alentado desde los Estados Unidos.
El gobierno de Maduro está cometiendo errores -algunos de naturaleza grave- en el tratamiento de las contradicciones en el seno del pueblo, que han arrojado a una parte de las clases medias en brazos de la oposición. Resolver y ajustar cuentas a estos errores, o incluso castigar electoralmente a Maduro, es un asunto de los venezolanos.
Pero el principal causante de la crisis política y la penuria económica de este país es EEUU. Así lo reconocen hasta los informes del experto independiente enviado por la ONU, Alfred-Maurice de Zayas, que culpa a «la guerra no convencional impuesta por EEUU y a las sanciones económicas, que han causado demoras en la distribución (de alimentos, medicinas y artículos de primera necesidad)» la culpa de la extrema necesidad de amplios sectores de la población.
Es un golpe ‘made in USA’, claro y diáfano como la luz del día. Las evidencias no pueden ocultarse. No solo porque la administración Trump y sus gobiernos vasallos en la región -la Colombia del Iván Duque, el Brasil de Bolsonaro o la Argentina de Macri entre ellos- hayan reconocido inmediatamente a Guaidó o estén presionando a todos los gobiernos occidentales para que hagan lo propio, sino por la larga, acreditada y prácticamente carnal relación entre el hegemonismo norteamericano y la oligarquía venezolana. Una derecha criolla y vendepatrias que lleva casi dos décadas suspirando por un golpe -como el de 2002 contra Hugo Chávez que estuvo a punto de triunfar- que les permita retomar las riendas de las instituciones. Un golpe que solo puede venir de manos de una superpotencia norteamericana que no puede tolerar a una Venezuela convertida en referencia de la oposición de los pueblos latinoamericanos a la dominación yanqui.
Tras una década y media en la que la conformación de un Frente Antihegemonista Latinoamericano -una mayoría de gobiernos progresistas en el continente- hizo retroceder el poder de EEUU en el que había sido su histórico «patio trasero», la superpotencia ha lanzado una feroz ofensiva sobre Hispanoamérica para tratar de recuperar el terreno perdido.
Imposibilitada, por su declive imperial, de proceder (como hizo décadas atrás con el Plan Cóndor) a derribar gobiernos hostiles a golpe de asonadas militares y sangrientas dictaduras, Washington ha recurrido a la táctica de los «golpes blandos»: la utilización combinada de la oposición política, las mal llamadas «organizaciones de la sociedad civil», las patronales oligárquicas, los medios de comunicación, los estamentos judiciales, el boicot y la guerra económica, los disturbios violentos… para crear un clima de inestabilidad y descontento popular que propicie, llegado el momento, la caída de gobiernos insumisos ante EEUU.
Así ha conseguido volver a enclavar en la órbita norteamericana a Honduras, Paraguay, Argentina, Brasil e incluso Ecuador. Ahora, una vez consumado el giro proyanqui en Brasil tras el triunfo electoral del ultraderechista Jair Bolsonaro… la administración Trump se ha lanzado con toda su fuerza a dar un salto cualitativo en la desestabilización de Venezuela. Incluso provocando una situación de extrema tensión que amenaza con degenerar en un enfrentamiento civil de incalculables consecuencias.
El presidente norteamericano, Donald Trump, ha manifestado en múltiples ocasiones a lo largo de su mandato que la «opción militar» de EEUU contra Venezuela está encima de la mesa. Si el órdago de Guaidó y la derecha proyanqui venezolana no prospera -el gobierno bolivariano parece retener la lealtad de la mayor parte de la cúpula del Ejército- no son descartables en absoluto acciones armadas de las fuerzas de EEUU- o incluso de Colombia o Brasil a través de la frontera- contra el país caribeño.
Ningún demócrata, en nombre de las críticas que deban hacérsele al gobierno de Maduro, puede apoyar un Golpe de Estado instigado por una superpotencia norteamericana que es, de largo, la mayor amenaza para la paz mundial, la fuerza más depredadora del planeta, la principal fuente de explotación y opresión, de miseria y de tiranías para América Latina y para todos los pueblos del globo.