La economía global se encuentra en el final de un ciclo. La actual crisis sistémica se está adentrando en una fase de resolución que requiere de un nuevo paradigma, entendido como un nuevo conjunto de instituciones globales, y un nuevo equilibrio de poder entre las fuerzas contendientes, dentro y entre las naciones.
La economía global se encuentra en el final de un ciclo. La actual crisis sistémica se está adentrando en una fase de resolución que requiere de un nuevo paradigma, entendido como un nuevo conjunto de instituciones globales, y un nuevo equilibrio de poder entre las fuerzas contendientes, dentro y entre las naciones. Durante ese proceso, jugará un papel vital la recuperación de la rentabilidad de las empresas supervivientes mediante la adquisición de los activos de sus competidores fallidos a precios de ganga -se quedarán atónitos viendo caer empresas que todos consideraban estables-. Pero además será necesaria una actuación institucional diametralmente opuesta a la actual, encaminada a producir un reequilibrio entre el factor trabajo y el factor capital, mediante un aumento claro y contundente de los salarios reales. Por eso, Europa en su conjunto debería negarse a las propuestas y sugerencias de Obama, que simplemente suponen alargar la agonía actual. Pero me temo que no va a ser así. Y nos arrastrarán en su caída.Es evidente a estas alturas que el pensamiento económico dominante, englobado bajo el Consenso de Washington, ha fracasado. Su puesta en práctica ha generado unos tremendos costes sociales, económicos, medioambientales y políticos absolutamente inasumibles en el momento actual, salvo que alguien quiera revivir un nuevo proceso de lucha de clases, al estilo de la trilogía de los “Juegos del Hambre”, con todas sus consecuencias. La desregulación financiera promovida en tiempos de Bill Clinton, unida al fracaso de la supervisión del regulador y a una expansión monetaria tremendamente miope y dañina, intensificaron las consecuencias negativas del intenso proceso de financiarización que las élites pusieron en práctica desde mediados de los 80, al albor de la llegada al poder de los neoconservadores. El sistema ya no da más de sí. Se acabó, punto final.
No al Tratado de Libre Comercio
Barack Obama, en sus viajes por Asia y Europa, desde 2014, se ha dedicado a mendigar y “amenazar” a unos y a otros. Pretende varias cosas. Por un lado, el enésimo intento de las élites extractivas occidentales de mantener sus tasas de ganancia a costa de sus conciudadanos, a través del Tratado de Comercio Transatlántico (TPPI). Por otro lado, como objetivo final no escrito del mismo, la creación de un área monetaria del hemisferio occidental, unificando el euro y el dólar. Se trata de mantener un privilegio que no tiene ningún otro estado planetario: imponer en todas las transacciones comerciales y financieras globales esta nueva moneda. Ello permitiría a Occidente, especialmente a los Estados Unidos, piensan sus promotores, seguir financiando un stock de deuda privada y pública impagable. Finalmente, en un mundo multipolar, Obama reclama un incremento del gasto de defensa en Europa, ya que el imperio no puede sufragar más, ha llegado al límite. Ante todas y cada una de esas propuestas Europa debería alzar su voz de manera rotunda y clara, ¡no!
Los líderes políticos involucrados en la negociación del TPPI se sientan en una misma mesa con representantes de los lobbies industriales y financieros, decidiendo bajo exclusión de la opinión pública, el futuro de la protección de los consumidores y del medio ambiente a ambos lados del Atlántico. Los ciudadanos europeos están al margen de este proceso, que conlleva graves retrocesos democráticos. Las democracias occidentales atraviesan, sin duda, uno de los peores momentos de su historia. La mayoría están atrapadas en un Totalitarismo Invertido “a la Sheldon Wolin”. El TPPI socava garantías constitucionales y la soberanía nacional. Se pretende, en realidad, eliminar los impedimentos comerciales no tarifarios, es decir, que los estándares de producto, las obligaciones relativas a la protección del clima y todas las demás limitaciones comerciales, excepto los aranceles, den mayor facilidad a la compraventa de mercancías y servicios entre la Unión Europea y los Estados Unidos.Se ansía eliminar todas las garantías que en Europa se han conseguido de protección del consumidor y del medio ambiente. Entonces, ¿quién se beneficia realmente del libre comercio? Sólo aquellas empresas multinacionales establecidas libremente a lo largo del planeta para buscar la mano de obra más barata. El libre comercio, tal como le entienden, es una carrera global que arrastra al factor trabajo al fango, a la cuasi-esclavitud. ¿Es esto lo que quieren conservadores, socialdemócratas y liberales? Yo, ¡no!
La alternativa, un mundo multipolar
La búsqueda de un nuevo equilibrio global post-crisis requería reforzar e intensificar las agendas y reuniones entre Europa y los países BRIC. Se trataba de buscar una solución multipolar, cooperativa, que tuviera en cuenta nueva realidad geopolítica que englobara a todos. Frente a la actitud defensiva y obstruccionista de Estados Unidos, Europa debería haber promovido reuniones de expertos de países Euro-BRICS en temas tan diversos como el sistema monetario y financiero, relaciones comerciales, energía y materias primas, o seguridad y gobernanza mundial. Los europeos, a partir de nuestro proyecto común, con todas sus contradicciones y profundas diferencias, tenemos mucho que aportar sobre cómo, desde un punto de vista práctico, podemos solucionar conflictos de intereses integrando la heterogeneidad, especialmente ante la cautela de la posición china.Las bases en favor de un mundo multipolar eran evidentes tras el estallido de la crisis. Un diálogo directo Euro-BRICS, por ejemplo, abarcaría la mitad de la población mundial, más de 3.500 millones de habitantes, e implicaría indirectamente a cuatro continentes -Asia, América del Sur, África, y Europa-. Reafirmaría, además, la convergencia crítica en muchos temas relativos a la gobernanza mundial y los principales retos globales de las próximas décadas. Sin embargo, Europa y el mundo parecen caminar en otra dirección, donde los intereses de clase y de hegemonía geopolítica intentan prevalecer, retrasando lo inevitable. Por eso, en el ínterin, continuaremos con el caos instalado durante los últimos años.