Ni tan bien para los republicanos, ni tan mal para los demócratas. Así podría resumirse el resultado de las elecciones legislativas de mitad de mandato, a falta de decidirse algunos estados decisivos y con el control del Congreso y el Senado todavía en el aire.
Los votos aún están recontándose, y el resultado definitivo no está cerrado del todo. Los resultados y las proyecciones muestran al Partido Republicano en disposición de conquistar la Cámara de Representantes, pero por la mínima. Y en el Senado, los demócratas van por delante y tienen muchas posibilidades de mantener el control.
En estas midterms -tan decisivas para los dos años que le quedan de legislatura a Biden como para la más que inminente postulación de Trump para volver a ser elegido en 2024- no sólo se decide un duelo entre demócratas y republicanos, sino la correlación de fuerzas de las dos fracciones de la clase dominante norteamericana, cuyo enfrentamiento no ha dejado de agudizarse en los últimos años.
El resultado definitivo aún se está aclarando en el recuento, pero suena a «tablas». El país está ostensiblemente polarizado. La línea Biden gobierna, pero tendrá muchas peores condiciones para poder desplegar sus políticas (especialmente en el plano interno) estos dos años que le restan. Los republicanos y el trumpismo muestran su músculo y aprovechan el desgaste demócrata, pero no logran movilizar la «ola de votos» conservadora que venían vaticinando.
Mucho en juego
En este «supermartes» electoral había mucho en juego. Cada 8 de noviembre del año de mitad de mandato de un presidente, los los EEUU renuevan la totalidad de la Cámara de Representantes (435 escaños), un tercio del Senado (35 senadores de 100) y buena parte de los cargos de gobernador de los estados (36 de 50). De esta manera, las cámaras legislativas pueden quedar en manos del partido opuesto al que ocupa la Casa Blanca, contrapesando su acción de gobierno. O pueden darle vía expedita para desarrollar sus políticas.
Lo que suele ocurrir en EEUU, con pocas excepciones, es que las «midterms» acusen el desgaste del ocupante del Despacho Oval, reduzcan el número de congresistas y senadores del oficialismo, y aumenten el peso legislativo de la oposición. Sólo se han librado de esta tendencia Franklin D. Roosevelt en pleno New Deal (1934), Bill Clinton en el periodo de auge económico (1998), y un George W. Bush con unos EEUU bajo el miedo de los atentados del 11-S (2002).
Y así ha ocurrido en esta ocasión. Los demócratas de Biden han retrocedido, y los republicanos de Trump han avanzado. Pero de una manera mucho más matizada y tibia de lo que vaticinaban la mayoría de las encuestas.
Ni ola roja, ni batacazo demócrata
Los demócratas pierden peso, pero resisten. Los republicanos ganan escaños, pero la gran «ola roja» que tanto había prometido Trump [en la cromatografía política de EEUU, el rojo es para los republicanos, y el azul para los demócratas] no ha llegado a producirse.
Muchas encuestas vaticinaban un gran vuelco favorable a los republicanos, pero el tsunami ha quedado en marejada. Es muy posible que los de Trump logren el control de la Cámara de Representantes, pero por pocos escaños, y con peores resultados de lo esperado en algunos estados clave como Pensilvania y Michigan y algunos tradicionalmente conservadores como Kansas.
Una mezcla de alivio y resignación parece respirarse en las sedes del Partido Demócrata. Todo parece indicar que la Cámara de Representantes -hasta ahora de mayoría progresista- quedará en manos republicanas, algo que permitirá a los conservadores obstaculizar y bloquear gran parte de las políticas de Biden. Pero como premio de consolación, los resultados para los demócratas son mejor de lo esperado: han logrado resistir en buena parte de los Estados clave, y parece que retendrán el control del Senado.
A falta de saber el signo de 66 escaños del Congreso y de 5 del Senado -el recuento sigue en Estados como Georgia, Arizona, Wisconsin y Nevada- lo que parece más probable es que los republicanos logren arrebatar a Biden el control del Congreso, y que los demócratas retengan el control del Senado.
Si es esto lo que finalmente dictaminan las urnas, el presidente demócrata no podrá -como hasta ahora- actuar en solitario y pasar (aunque sea por los pelos) los trámites parlamentarios. Podrá gobernar, pero a base de órdenes ejecutivas, como lo tuvo que hacer Trump en sus dos últimos años de mandato. Esta prerrogativa presidencial de las órdenes ejecutivas -equivalentes a nuestros «decretos-ley»- es fundamental en política exterior, pero tiene sus límites en política doméstica.
Un resultado agridulce para Trump
Parece cuestión de días que -como ha ido sugiriendo de forma insistente durante toda la campaña- Donald Trump anuncie oficialmente sus intenciones de ser el candidato republicano para las elecciones presidenciales de 2024. Esto no quiere decir que finalmente pueda concurrir a carrera por la Casa Blanca -estando inmerso en varias y gravísimas causas judiciales, tanto por sus presuntos delitos fiscales, como por su papel en el asalto al Capitolio en 2021- pero todo parece indicar que va a lanzar su candidatura.
Este resultado electoral en las midterms ofrece para Trump un trampolín mucho menos brillante de lo que se esperaba. Cierto es que hasta 150 de los cerca de 250 congresistas y senadores republicanos ahora elegidos son acérrimamente trumpistas, y apoyan a pies juntillas las tesis de que fue Trump y no Biden el ganador de las elecciones de 2020. El Capitolio va a estar colonizado por muchos ultraderechistas que -como los asaltantes del 6 de enero- piensan que el actual gobierno es «ilegítimo», y que hubo «fraude» en el recuento.
Pero al mismo tiempo, algunos de los candidatos «estrella» de Trump a cargos de senadores, congresistas o gobernadores -los más ultras y negacionistas- han sido claramente derrotados. Tal es el caso de Kari Lake -la presentadora de noticias metida a política protegida de Trump- en Arizona, o de Mehmet Oz, un célebre presentador trumpista, que ha perdido la pugna por Pensilvania.
Esto demuestra que, a pesar de su innegable poder y capacidad de movilización, el trumpismo tiene severos límites para ganarse el apoyo de los sectores más moderados de los votantes tradicionalmente republicanos. Y da alas a los pocos que dentro del Grand Old Party, claman por un cambio de rumbo.