Un siglo de la revolución taylorista en la arquitectura

Ni Mies, ni Le Corbusier… fue el taylorismo

Los nuevos métodos de organización laboral supusieron la definición precisa de la oficina, y encontraron el la verticalidad un modelo de organización óptim

Cuando Frederick Winslow Taylor enunció su teorí­a sobre la gestión cientí­fica del trabajo en 1910, nadie imaginaba que acabarí­a suponiendo una revolución en el campo de la arquitectura, y menos aun, que transformarí­a la incipiente tipologí­a de oficinas en el gigantesco sí­mbolo del capitalismo americano, el rascacielos.

Los arquitectos euroeos a principios de siglo ya vieron en esta obra un prototipo que materializaba cambios sociales y productivos a los que su arquitectura pretendía ir destinada. El propio Mies Van Der Rohe la describía así: “Un edificio de oficinas es un edificio de trabajo, de organización, de claridad, de economía. Lugar limpio, iluminado, no compartimentado, articulado de acuerdo con la organización del trabajo”. La oficina pasa a ser expresión de las objetivas transformaciones sociales. Taylorismo Enmarcado en la segunda revolución industrial, el taylorismo supuso una revolución en la organización y división del trabajo, permitió dar un salto cualitativo en la productividad de los trabajadores al medir científicamente el tiempo de trabajo necesario para la elaboración de una mercancía. Esto llevó, a pequeña escala, a separar el trabajo manual del trabajo de organización, aislando fuerza física y administración, dando lugar al desarrollo de la estructura burocrática necesaria para organizar esta nueva división del trabajo. Pero, a gran escala, significó la disociación de la producción y los servicios, que apoyada por las nuevas redes de transporte junto al teléfono y el telégrafo, determinó la independencia de las fábricas y los centros urbanos, el nacimiento de grandes enclaves de actividad terciaria y la aparición de la oficina como tipo especializado funcionalmente. La oficina Taylorista Pese a que los avances técnicos empiezan a generalizarse a finales del siglo XIX – estructura reticular metálica, permeabilidad del cerramiento, crecimiento en altura, espacios diáfanos y versátiles- no será hasta que se imponga y sistematice la nueva división del trabajo cuando evolucione la tipología de oficina “gremial” a la taylorista. La incipiente división del trabajo en la oficina”gremial” se realizaba en “despachos individuales, desarrollando una actividad fija en el espacio y en el tiempo”, como apunta el arquitecto Iñaki Ábalos. Por el contrario, la nueva oficina taylorista reduce“el número de despachos en relación con las áreas libres y crece el número de oficinista que, sin responsabilidad sobre el conjunto de las tareas, adoptan una disposición en hilera, según los esquemas de la producción en serie”. El nuevo espacio administrativo está definido para optimizar el rendimiento sobre la base de la sistematización de las tareas y el apoyo de un medio ambiente neutro. Clima constante – acondicionado artificialmente- e hileras de trabajadores especializados conforman el nuevo carácter en los centros burocráticos. Cada puesto de trabajo pasa a ser la materialización del “tajo mínimo descompuesto” taylorista basado en la individualización y fragmentación de la tarea, diseñando el mobiliario como un artefacto que contenga todos los elemetos necesarios para realizar una operación concreta evitando movimientos innencesarios. Considerando al oficinista exclusivamente un elemento de producción, prolongación directa de la máquina, que pasa a perder su antigua posición social, viendo reducida su actividad a un acto mínimo repetitivo, deposeido de su saber. De la oficina al rascacielos Los nuevos métodos de organización laboral supusieron la definición precisa de la oficina, y encontraron el la verticalidad un modelo de organización óptimo que permitía reducir las distancias, al mecanizar los recorridos de los operarios. Consolidando el rascacielos como tipo apropiado para el uso de oficina, además de ser el símbolo del poder alcanzado por el capitalismo americano, con ejemplos como el Empire State o el Chrysler. La oficina taylorizada será esencialmente – como apunta I. Ábalos- “un edificio compacto, organizado verticalmente en forma de anillos en torno a un núcleo interior, capaz de alcanzar los trescientos metros de altura, (…) soportado por una estructura reticular en la que ahora ya no existen subdivisiones interiores, y equipado con sistemas mecánicos de ventilación, extracción y luz incandescente. Aloja una actividad descompuesta en puestos de trabajo contiguos y alineados con cierta rigidez, estables en el tiempo”. Finalmente, la rigidez física y laboral será criticada sistemáticamente por los sindicatos americanos, hostiles al tylorismo e influyentes a partir de la gran depresión de 1929, que ven en los planteamiento de Taylor un sistema de explotación brutal en el que hombre es una prolongación de la máquina sin más. Siguiendo el paralelismo las declaraciones del propio Taylor a los propietarios industriales son ilustrativas de la situación en que vivían los trabajadores: "Haced marchar vuestras máquinas sin descanso, hasta que revienten. Marchando a toda velocidad y el mayor tiempo posible, se amortizan rápidamente y podrán ser reemplazadas por otras mejores". Por otro lado el taylorismo es criticado por los propios industriales por el desequilibrio que sufre el conjunto ante el fallo o retraso de uno de sus eslabones y en el plano arquitectónico por la rígidez de su organización. Tras la Segunda Guerra Mundial el taylorismo quedará desfasado y aparecerán nuevas teorías en torno al trabajo que modificarán sus formas organizativas y, en consecencia, harán evolucionar la oficina, dando respuesta tanto a las nuevas funciones requeridas como a su nuevo papel simbólico en la sociedad.