El pasado 3 de abril, un ataque con drones de Israel segaba brutalmente la vida de siete trabajadores humanitarios de la ONG World Central Kitchen, dirigida por el popular chef español Jose Andrés, que se encontraban en el norte de la Gaza llevando alimentos a una población asediada por las bombas y por la hambruna. Entre los asesinados hay tres ciudadanos británicos, una australiana, un polaco, un palestino y un ciudadano de doble nacionalidad de EEUU y Canadá.
Como era de esperar, el Ejército israelí ha asegurado que el ataque a trabajadores fue un «lamentable error derivado de fallos operativos», y entre medias sonrisas, el primer ministro Netanyahu ha mostrado sus condolencias diciendo que «son cosas que pasan en la guerra”.
¿Un error? Nada de eso.
Israel no comete errores. Israel perpetra horrores.
El chef Jose Andrés -al igual que medio planeta- ha desechado con furia estas fariseas explicaciones, acusando a Israel de atacar a sus trabajadores humanitarios «sistemáticamente, coche por coche». Los coches estaban clara y nítidamente «marcados como vehículos de WCK; y sus movimientos cumplían plenamente con lo indicado por las autoridades israelíes, que conocían su itinerario, su ruta y su misión humanitaria».
La secuencia de los hechos no deja lugar a dudas sobre la alevosía de la masacre. Tras el ataque al primer vehículo, los supervivientes salieron del coche y llamaron a las autoridades israelíes para avisarles de su «error». Cuando fueron recogidos por otros vehículos, los militares israelíes remataron la faena. Los cooperantes fueron atacados de nuevo causando el balance final de víctimas.
Israel no comete errores. Israel perpetra crímenes de guerra conscientes y premeditados.
Los asesinatos de estos siete cooperantes no fueron involuntarios, lo mismo que no lo son los otros 200 trabajadores humanitarios de la UNRWA masacrados por Israel desde el 7 de octubre. Lo mismo que no lo son los 136 periodistas ejecutados por las IDF. Tampoco los 349 sanitarios asesinados.
Las más de 33.000 víctimas mortales gazatíes -en realidad, más de 41.000 si contamos los cadáveres no identificados que se estima que hay bajo los escombros-, de ellos más de 15.000 niños, no son ningún «error». Tampoco lo son los más de 300 ataques a hospitales o los 200 bombardeos a refugios. O los tiroteos a la muchedumbre hambrienta que acude a recoger paquetes de comida o a conseguir agua potable. Todos ellos son fruto de crímenes de lesa humanidad, cometidos con intención y alevosía, a menudo filmados por las tropas tropas sionistas.
Tras la masacre, World Central Kitchen (WCK) ha suspendido sus operaciones para hacer llegar alimento a Gaza, dejando a la población al borde del hambre por inanición, algo extremadamente útil para el indisimulado objetivo final de la brutal operación militar israelí. Forzar -por las bombas o por el hambre- una nueva Naqba, la limpieza étnica de los más de 2 millones de gazatíes de la Franja, logrando que huyan al desierto egipcio.
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Israel bombardea la residencia del embajador iraní en Damasco
Los esfuerzos pirómanos de Netanyahu ponen Oriente Medio al borde de una gran guerra
Mientras la violencia genocida en Gaza no deja de batir nuevos registros de horror, y mientras los ataques al sur de Líbano se suceden, los halcones belicistas de Tel Aviv han dado un nuevo salto en una escalada que busca -cada vez más indisimuladamente- provocar a Irán y hacer estallar un incendio en Oriente Medio, una conflagración a gran escala que obligue a EEUU a intervenir con toda su fuerza en la región.
En su desprecio de la legalidad internacional, el gobierno de Netanyahu ha atacado a dos países con el mismo misil. El bombardeo de la residencia del embajador iraní en la capital siria -el ataque más letal desde 2021, que ha matado a destacados militares iraníes, entre ellos tres comandantes de la Guardia Revolucionaria- es una ofensa que Teherán no puede obviar.
Buscan un incendio que obligue a EEUU a intervenir en una región clave en el que su poder hegemonista ha retrocedido
El régimen de los ayatolás ha clamado venganza, asegurando que infligirá a el “máximo daño” por al ataque en Damasco, y tanto EEUU como Israel han puesto a sus fuerzas en la región en estado de máxima alerta. Miles de ciudadanos israelíes hacen acopio de agua y provisiones en los supermercados en un clima de amenaza e incertidumbre que la derecha sionista aprovecha para encuadrar por el miedo a la población, contrarrestando las fuertes protestas contra el gobierno y la guerra-de cientos de miles de personas, las más masivas desde el inicio de la ofensiva en Gaza- de estos días.
Esta agresión directa a Irán está medida con tiralíneas. En comunión con los sectores más belicistas y aventureros de la clase dominante norteamericana, el gobierno de Netanyahu busca en el cuerpo a cuerpo con Teherán una huída hacia adelante en una guerra que está aislando a Israel en el plano internacional. Buscan un incendio que obligue a EEUU a intervenir en una región clave en el que su poder hegemonista ha retrocedido tras las derrotas de Irak, Siria o Afganistán. Poniendo en peligro no sólo a la región, sino la propia paz mundial.
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Fricciones entre administración Biden y Netanyahu
Fisuras entre la Casa Blanca y Tel Aviv
La relación entre Washington y Tel Aviv es orgánica y estructural. Israel es el gendarme militar de EEUU en Oriente Medio, y pase lo que pase, la superpotencia no va a dejar de apoyar económica, política, diplomática y militarmente a su matón sionista.
Esto sigue siendo así bajo el gobierno de Biden. Ante la matanza de los cooperantes de WCK -el chef Jose Andrés es una figura enormemente conocida en EEUU, y muy próxima a los demócratas- y el anuncio de que EEUU enviará 2.000 bombas de una tonelada adicionales para arrasar Gaza, una periodista preguntaba a Matthew Miller, portavoz del departamento de Estado, si estos envíos no dañan la credibilidad de EEUU. La respuesta de Miller, sin pestañear, es que «Israel usa esa munición en Gaza cumpliendo la legalidad humanitaria».
Horas después, y con la misma cara de póker, John F. Kirby, asesor de Comunicaciones de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, aseguraba a otro periodista que «Hasta la fecha, EEUU no ha encontrado ningún caso en el que Israel haya violado el derecho internacional humanitario».
Este ejercicio de cinismo acrobático esconde sin embargo una contradicción. A menos de siete meses de unas elecciones presidenciales que se presentan cuesta arriba para Biden ante un Trump crecido, el 56% de los votantes demócratas y el 70% de los jóvenes en EEUU están en contra del genocidio israelí, y las manifestaciones contra la guerra son las mas gigantescas desde Vietnam. Y por otra parte, la linea Biden no quiere un incendio descontrolado en Oriente Medio que le distraería de su tarea principal: la contención de China.
Existe una contradicción entre la linea Biden y Netanyahu, y se está haciendo más honda. Lo podemos ver en unos EEUU que por primera vez se han abstenido -en vez de vetar- en una resolución de alto el fuego en Gaza en el Consejo de Seguridad. Lo podemos ver en una más que tensa llamada de Biden a Netanyahu.
Y lo podemos ver en la carta que varios congresistas y senadores demócratas han enviado a la Casa Blanca, no ya para exigir un alto el fuego… sino pidiendo un embargo de armas a Israel. No lo firmaban sólo figuras de la «izquierda demócrata como Alexandria Ocasio-Cortez u Ilhan Omar, sino hasta figuras del mismísimo establishment demócrata como la mismísima Nancy Pelosy.
Estas fisuras entre el hegemón y sus sicario existen, y la lucha de los pueblos las están abriendo. Es una buena noticia y un factor para detener el genocidio en Gaza