Aunque consideramos la independencia americana como un todo, lo cierto es, sin embargo, que los procesos que siguen los cuatro grandes virreinatos se desarrollan con una peculiaridad propia. Y entre ellos México es, sin duda, el que presenta una personalidad más diferenciada.
La unidad olítica previa de la que parten los cuatro virreinatos (Nueva España, Nueva Granada Perú y Río del Plata), así como la simultaneidad en el tiempo con que eclosionan y se desarrollan los procesos de lucha por la independencia en todo el continente entre 1810 y 1821, hacen aparecer a ésta como un único proceso. Y aunque en efecto presentan múltiples rasgos comunes, cada uno de ellos se va a desarrollar desde una especificidad propia y tomará, en consecuencia, un rumbo diverso.En el caso de México, es decir, del virreinato de Nueva España, un enorme territorio que en esos momentos abarca desde la línea imaginaria que une el norte de los actuales estados norteamericanos de California y Texas hasta la actual Panamá, el proceso de la lucha por la independencia que se desarrolla entre 1810 y 1824 está articulado en torno a cuatro fuerzas rectoras.En primer lugar, la oligarquía criolla, es decir, los descendientes de españoles nacidos en el virreinato. Fuertes económicamente dado que poseen importantes propiedades en tierras, fábricas minas y el comercio, pero desprovistos de fuerza política al tener prohibido participar en el gobierno y la administración del territorio, tareas reservadas exclusivamente a los españoles peninsulares.En segundo lugar, los españoles peninsulares, grandes hacendados, comerciantes o propietarios de minas pero mayoritariamente formado por los funcionarios de la administración colonial, con poder político pero con escaso arraigo real en la mayoría de la sociedad, aunque mantienen estrechos vínculos con los sectores más poderosos de la oligarquía criolla, además de administrar el quinto real y gestionar el monopolio comercial con la metrópoli. En contra de lo que pudiera pensarse, este sector jugará un papel decisivo en la independencia de México.La tercera fuerza activa es la iglesia, que a través de la evangelización del territorio y los diezmos ha conseguido acumular a los largo de tres siglos una fuerza política y económica de primer orden en el virreinato.Y, por último, pero no menos importante, la masonería, dividida en dos tendencias claramente diferenciadas (y enfrentadas): la logia escocesa de obediencia británica y la logia yorkina (los guadalupanos) directamente ligada a Estados Unidos.El 80% de la población restante, formada por indios, negros, mulatos y mestizos, aunque intervendrá de forma más o menos activa en las luchas por a independencia, lo hará siempre dirigida por los objetivos políticos de alguno de estos cuatro sectores, sin programa ni organización propia y diferenciada. De la primera chispa al grito del cura Hidalgo Cuando en 1808, Napoleón usurpa la corona española y el pueblo español se subleva contra las tropas francesas, el Ayuntamiento de la Ciudad de México se dirige al Virrey Iturrigaray proponiéndole que mientras el Rey y la Nación no sean libres, se mantenga como máxima autoridad de la colonia gobernándola de manera provisional y autónoma en nombre de Fernando VII.A medida que el Virrey Iturrigaray se inclina a aceptarla, un grupo de acaudalados españoles, incitados por el hacendado Yermo, destituye al Virrey, encarcela a los miembros del Ayuntamiento y otorga el poder de facto a la Real Audiencia, que ya había manifestado su rechazo a la propuesta municipal.En septiembre de 1809, surge otra conspiración con ideas similares. En la ciudad de Valladolid militares, eclesiásticos y abogados se manifiestan a favor de que la Colonia resista a los franceses y se conserve en favor de Fernando VII, aunque en ésta empieza a aparecer ya la idea de que, si finalmente España sucumbe a Napoleón, el virreinato debería tender a declarar su propia independencia. Los instigadores corren la misma suerte que en Ciudad de México.Pero paralelamente a los acontecimientos de Valladolid, en la Ciudad de Querétaro se está dando un movimiento similar cuyo impacto será mucho mayor. Al ser descubiertos los conspiradores, uno de ellos, el cura de la parroquia de Dolores, Miguel Hidalgo, se lanza a organizar una insurrección armada el 16 de septiembre de 1810, fecha considerada como el inicio de la lucha por la independencia mexicana. A los gritos de “¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡Abajo el mal gobierno!, ¡Viva Fernando VII!, ¡Viva la América española!”, el cura Hidalgo, al mando de 6.000 insurgentes inicia una victoriosa campaña que le lleva a tomar, entre otras, las ciudades de Toluca, Valladolid, Guadalajara, Guanajuato o Zacatecas. Finalmente, en marzo de 1811 es capturado, siendo ejecutado 4 meses más tarde en Chihuahua.En esta primera fase de la insurrección, sus objetivos políticos no están definidos todavía con claridad. Si por un lado asoman ideas que se convertirán en banderas de propagación del independentismo –“los gachupines (españoles) no han venido sino a despojarnos de nuestros bienes, por quitarnos nuestras tierras, por tenernos siempre avasallados bajo sus pies”–, por el otro la invocaciones a la autoridad suprema de Fernando VII como rey legítimo y a la defensa de la América española son constantes, sin que quedara nunca exactamente claro cuanto había en ello de convicción y cuanto de táctica para arrastrar tras de sí a una población mayoritariamente educada durante siglos por la Iglesia en el sometimiento y la lealtad a la corona. La independencia toma cuerpo Será con la aparición de Morelos, enviado por Hidalgo al sur, a la toma del estratégico puerto de Veracruz, como jefe político y militar de la insurgencia, cuando el movimiento por la independencia adquiere un cuerpo político claro.Morelos será el primero en romper públicamente con la bandera fernandina en el Manifiesto a los habitantes de Oaxaca, del 23 de diciembre de 1812, en la cual explicaba: ‘Nosotros hemos jurado sacrificar nuestras vidas y haciendas en defensa de nuestra religión santa y de nuestra patria. Ya no hay España, porque el francés se ha apoderado de ella. Ya no hay Fernando VII porque o él se quiso ir a su casa de Borbón en Francia y entonces no estamos obligados a reconocerlo por rey, o lo llevaron a la fuerza, y entonces ya no existe. Y aunque estuviera, a un reino conquistado le es lícito reconquistarse y a un reino obediente le es lícito no reconocer a su rey, cuando es gravoso en sus leyes que resultan insoportables, como las que de día en día nos iban recargando en este reino los malditos gachupines. Os diré por último que nuestras armas están pujantes y la América se ha de poner libre, queráis o no queráis vosotros’.Morelos, al contrario que Hidalgo, definió de manera clara el concepto de patria mexicana, buscando una homogeneización política y social que le permitiera quedar libre de la influencia extranjera. Abolió la esclavitud, suprimió los tributos reales, otorgó las tierras a las comunidades indígenas, acabó con los monopolios reales y comenzó a diseñar un proyecto de nación basada en los ideales revolucionarios liberales que habían sustentado la constitución norteamericana, la francesa y la de Cádiz de 1812.Convencido de que sin una fuerte unidad política el movimiento insurgente corría el peligro de atomización y desaparición, convocó el Congreso Nacional de Chilpancingo, quien tomó en sus manos la tarea de elaborar la declaración de independencia con respecto de España, establecer como forma de gobierno una República Central, depositar el poder en un Supremo Congreso, e instituir la separación de poderes entre el Ejecutivo, el Legisativo y el Supremo Tribunal de Justicia.Sin embargo, todo este proceso de organización político-administrativa debilitó la acción militar de los insurgentes, al tiempo que las fuerzas coloniales, una vez derrotado Napoleón en la península y retornado Fernando VII, reorganizaban sus fuerzas.La elevación a Virrey de Calleja –el militar que más y mejor había sabido combatir a los independentistas– marca el principio del fin de esta segunda etapa. Reorganizando y reforzando a las tropas realistas, Calleja logra derrotar en Puebla a Morelos, que cae prisionero y es ejecutado en diciembre de 1815.A partir de este momento, el movimiento decayó de forma evidente, y sólo se mantienen en pie grupos aislados en el centro y el sur mediante una táctica de guerra de guerrillas, que si bien permite sostener la lucha, poco a poco –al igual que en parte ocurre en la península– va diluyendo la idea de independencia y numerosas partidas van cayendo progresivamente en el bandidaje.La llegada del guerrillero español Francisco Javier Mina (Mina el Joven), desembarcado en México con ayuda inglesa al frente de un pequeño grupo para luchar contra el despotismo absolutista de Fernando VII, que al regresar al trono de España en 1814 había derogado la Constitución de Cádiz, supone una revitalización del movimiento insurgente. Pero no iba a durar mucho. En 1817 Mina y el insurgente Pedro Moreno son derrotados, detenidos y fusilados en 1817. La aristocracia española se vuelve independentista Al comenzar la década de 1820, el movimiento insurgente está casi liquidado. Apenas unos pocos discípulos de Morelos (Vicente Guerrero, Pedro Ascencio, Guadalupe Victoria,…) mantienen sus pequeños grupos guerrilleros en el sureste, en las montañas del actual estado de Guerrero. El movimiento iniciado por Hidalgo y que con Morelos alcanzó su máxima expansión, había quedado reducido prácticamente a la nada.Sin embargo, una serie de sucesos externos en el plano político van a alterar profundamente el rumbo de los acontecimientos. En 1820, la sublevación de las tropas acantonadas en Cádiz para marchar a combatir a los independentistas de Nueva Granada desata una revolución liberal que obliga a Fernando VII a reconocer y jurar la Constitución de Cádiz.Un movimiento que no sólo iba a afectar a España, sino también a los territorios que seguían bajo su dominio, porque en ellos tarde o temprano habrían de aplicarse las nuevas leyes y disposiciones revolucionarias contenidas en la Constitución, lo cual atacaba directamente a las clases privilegiadas de la Nueva España, entre ellas, y no en poca medida, al alto clero.Cuando Fernando VII jura la Constitución de Cádiz y empiezan a aplicarse las reformas liberales, el virrey de la Nueva España Juan Ruiz de Apodaca se ve obligado a hacer otro tanto.Lo cual va a provocar un insólito cambio en los alineamientos de fuerzas en el virreinato. Encabezados por la Iglesia, grandes hacendados, comerciantes, dueños de las minas y sobre todo los jefes militares ven peligrar los fueros que habían adquirido a la sombra de la monarquía absolutista y amenazados sus privilegios y propiedades, con lo que, en un giro inaudito, se disponen a actuar a favor de la independencia para salvar sus intereses. Fueron estos sectores de las propias clases dirigentes peninsulares en el Vrrenaito quienes van a insuflar nueva vida a los insurgentes retomando la idea de independencia, sólo que desde un ideal y con unos objetivos distintos: para proteger sus intereses y preservar sus privilegios, aun a costa de su lealtad a la corona y a la unidad de “la gran familia de los españoles de los dos hemisferios” que había proclamado la Constitución de Cádiz.Impulsada ahora por la vieja y reaccionaria clase dominante colonial, la idea de la independencia va cobrando nuevas y mayores fuerzas y adeptos. Con el apoyo de la aristocracia, del ejército y del alto clero, un canónigo, Matías Monteagudo, es el encargado de organizar y dirigir la conspiración conocida como de La Profesa, por haberse realizado en el templo mercedario de ese mismo nombre, cuyo objetivo declarado es triple: por un lado terminar con cualquier vestigio de la vieja insurgencia, dirigida por los criollos y con una base social eminentemente popular, suplantándola y erigiéndose en el nuevo motor de la lucha por la independencia, por otro, conseguir la ruptura total de los lazos económicos y los vínculos políticos que unían al virreinato con España y, finalmente, establecer como forma de gobierno una monarquía absoluta que garantizara los fueros y privilegios que poseían.La entrada de estas nuevas fuerzas va a dar un giro del 180 grados al movimiento por la independencia de México. Pero no serán las últimas en entrar a la batalla. Tras ellas, la masonería, con dos cabezas visibles directamente ligadas a Londres y Washington, pasará a ocupar el papel decisivo en la última etapa de la lucha independentista. Algo que analizaremos con todo detalle en la próxima entrega. El Virreinato de Nueva España, cuya existencia se prolonga desde 1535 hasta 1821 fue la unidad político-administrativa en la que la Corona española integró a un vastísimo territorio que llego a abarcar, en su momento de máxima extensión, desde la Columbia Británica, en Canadá, y los estados de Washington, Oregón, Idaho, Arizona, California, Colorado, Texas, Nevada, Nuevo México, Wyoming y Utah en los Estados Unidos hasta Costa Rica en Centroamérica, estando también bajo su gobierno el resto de Centroamérica y el Caribe al tener bajo su autoridad a la Capitanía General de Cuba, la Capitanía General de Guatemala y los Territorios de Florida, Louisiana y Nootka. Además de este enorme territorio, Nueva España administraba también el archipiélago de Filipinas en Asia y varias islas menores en Oceanía como Guam.