Reducir las cantidades de azufre en el proceso de obtención de gasolina y diésel es necesario para la salud humana… pero solo para la salud de europeos y norteamericanos. O al menos en eso se empeñan las multinacionales petroleras. Las concentraciones de este elemento presentes en el combustible que llega a los puertos africanos son entre 250 y 1.000 veces superiores a la permitida en Occidente.
@VioletaTercedor
En Septiembre de 2016, tras tres años de investigación, la ONG suiza Public Eye publicaba un informe detallado (“Dirty Diesel”, disponible en la red) que sacaba a la luz, por primera vez, cómo las petroleras europeas y americanas intoxican el continente africano vendiendo diésel y gasolina nocivos para la salud.
A pesar de que la cantidad de vehículos que transita cada día por las principales ciudades europeas sea mucho mayor que en las africanas, el aire que se respira en el viejo mundo está menos contaminado. Si comparamos Londres con Lagos, veremos cómo el aire en la ciudad nigeriana tiene 13 veces más partículas en suspensión que en la británica. ¿A qué se debe?
Por un lado, los coches que llegan al continente negro son de segunda mano y de mala calidad. Pero para explicar la insalubridad del aire que se respira en estas megaciudades hay que señalar al combustible que utilizan dichos automóviles. Las altas concentraciones de azufre que muestra (así como la presencia de otras sustancias tóxicas) hace que cualquier intento de reducir la contaminación sea inútil.
El azufre aparece de manera natural en el petróleo, por lo que son necesarios procesos específicos para reducir su concentración. Debido a la peligrosidad de este elemento, todos los países del llamado Occidente han establecido límites legales que obligan a las petroleras a no sobrepasar. También lo han hecho otros países como China, que se comprometió a fijar el límite europeo (10 partes por millón –ppm-) para el 2017.
Sin embargo, la inmensa mayoría de los países africanos carecen de limitación, lo que ha permitido el lucrativo negocio para las petroleras europeas y americanas.
Así, las empresas que procesan el petróleo para la obtención de combustible en el Golfo de los EEUU o en la conocida como región ARA (Ámsterdam, Rotterdam y Amberes) generan dos tipos de producto. Por un lado, reducen el azufre hasta 10-15 ppm o eliminan las sustancias tóxicas del combustible que van a vender dentro de sus fronteras. Por otro, producen un combustible de pésima calidad y muy dañino para la salud (eso sí, altamente rentable) bajo el slogan de “calidad africana”.
La gasolina y el diésel que importan nuestros vecinos del Sur tiene una concentración de azufre entre 2.500 y 10.000 ppm, además de otros componentes altamente contaminantes como sustancias aromáticas y poliaromáticas, benzeno o trazas de metal. La polución generada al hacerlo combustionar es la causa de enfermedades respiratorias como el asma, enfermedades cardiovasculares, enfermedad pulmonar obstructiva crónica o cáncer de pulmón. Un combustible generado para ser el más barato y cuya venta sería impensable en los países donde es producido.
ACTORES Y DIRECTORES
Han transcurrido dos años desde que se denunciara este atropello. En este tiempo, países como Nigeria o Ghana han empezado a tomar medidas, estableciendo un límite de concentración de azufre de 50 ppm en la gasolina, el diésel y el queroseno que llega a sus mercados, lo que supone un importante progreso.
Pero, ¿qué han hecho los democráticos países donde se produce el combustible tóxico? ¿Qué medidas han tomado? Absolutamente ninguna.
Si bien el pasado mes de Julio la policía ambiental neerlandesa presentó una investigación que corroboraba el informe de la ONG suiza, señalando a los Países Bajos entre los responsables en la producción del combustible peligroso, todavía no hay fecha para su discusión en el Parlamento. Aunque es un gran avance en comparación con Suiza, donde las corporaciones investigadas tienen sus oficinas centrales, y no se ha realizado ninguna investigación ni hay atisbos de alguna respuesta política.
Las empresas que han quedado señaladas, como Vitol, (que opera a través de Vivo Energy y Shell) Trafigura (Puma Energy), Addax & Oryx, Lynx Energy, Glencore, Mercuria y Gunvor, actúan en la región ARA, aunque tengan sus sedes en Suiza. Precisamente, es de esta región de donde procede el 50% del combustible importado en África Occidental. Dichas empresas, apodadas como “las conocidas desconocidas”, son famosas por su falta de transparencia en su extenso comercio con los países africanos.
Hacen un negocio redondo. Aprovechando la laxa legislación de los países africanos en la calidad del combustible que importan y, sobre todo, el silencio cómplice de los Estados europeos, venden en el continente negro el combustible más barato y de peor calidad. Al mismo tiempo, compran el crudo en estos países, que carecen de refinerías. Así, los países africanos se convierten en exportadores de petróleo e importadores de combustible.
TIRANDO DEL HILO…
A pesar de la creciente demanda de combustible que existe en África y de las potencialidades del continente como productor de petróleo, la mayoría de países carecen de refinerías. Poder procesar el propio combustible aportaría enormes ventajas económicas y sociales para los países del ébano, además de un importante pilar para su independencia. Por supuesto, supondría una muy molesta china en los zapatos de las multinacionales que hacen su agosto de esta situación. Por eso, no es anecdótico que organismos internacionales como el FMI (conocido por defender los intereses de EEUU fuera de sus fronteras) no apoyen que África impulse sus propias refinerías. Muy lejos de esta realidad, los tubos de escape de los coches africanos siguen contaminando el aire. Según la Organización Mundial de la Salud, 15.000 niños murieron cada día en 2016 por enfermedades respiratorias. 7 millones de personas mueren cada año debido al aire contaminado. O de los 4,2 millones de personas que sufren enfermedades respiratorias crónicas cada año, el 78% viven en países subdesarrollados. Y es que el abuso que sufren los africanos no es exclusivo del continente, pues algo similar pasa en América Latina o en Asia. Una muestra más de que el frío interés del capital es incompatible con la naturaleza, la salud y la propia vida humana.