Tres años después de Esa bruma insensata, con dos de pandemia y confinamientos y una delicada operación, Vila-Matas vuelve a escena con renovada energía, la imaginación desatada, una ironía desbordante (que no teme incurrir en el humor negro) y su clásica galería de inciertas citas, en un texto que es vilamatiano a la enésima potencia. Parece como si el tiempo, e incluso la enfermedad, hubieran decantado y afilado su pluma, liberándola de cualquier atadura y dejándola, literalmente, a los pies de la ficción pura y dura.
Montevideo es, en cierta forma, un recorrido circular, que comienza en París, viaja por Cascais, recala en Montevideo, transita efímeramente por Reikyavik, escala en Colombia y regresa a París. Cada ciudad es un espacio mental y literario, o un estado de ánimo, donde el protagonista y narrador se va enfrentando a realidades y fantasías que le confirman la ambigüedad esencial de nuestro mundo y de nuestro estar en el mundo, y la fragilidad del suelo que pisamos y que en cualquier momento podemos dejar de pisar.
El primer París es el de la juventud, adónde acude a convertirse en un escritor de la “generación perdida” y acaba dedicándose al tráfico de drogas. Recorre este memorándum una ironía que a veces es salvaje y a veces desternillante, sobre todo cuando el narrador se enfoca a sí mismo y da cuenta de su quehacer, juzgando sin contemplaciones las obras iniciales con las que se dio a conocer, e incluso las que le han hecho famoso y le persiguen con el tostón del éxito, mientras continúa la incesante búsqueda del “camino perdido” y del “lenguaje olvidado”, las raíces de todo. En este recorrido, o temeraria y a la postre frustrada “biografía del estilo”, el narrador desciende hasta el suelo nutricio que supusieron obras como el Tristram Shandy de Sterne o Moby Dick de Melville, y rememora la locura que le llevó a transitar por las estrechas sendas de Valery, en las que la inteligencia analítica agostaba todo impulso creador de manera extenuante.
Tras dejar París, y en plena parálisis creativa, el narrador se embarca en viajes y aventuras donde, independientemente de su voluntad, le ocurren cosas, cosas vivas, experiencias reales, que van convenciendo al escritor paralizado de que se aleje definitivamente de la vieja senda Bartleby, y del tostón del “preferiría no hacerlo”, porque esas cosas que ahora le ocurren necesitan ser narradas, le exigen que las convierta en literatura. No en una literatura, decimonónica, “de trama y argumento”, de tramas consabidas y argumentos trillados, sino en esa literatura sabia, y lamentablemente poco comercial, en la que abunda la reflexión, se adopta a veces el punto de vista del ensayista, se mezcla la vida y la ficción con descaro absoluto, se recurre a veces a formas casi surrealistas y, en cierta forma delirantes, pero no al infructuoso modo de la falsa “escritura automática”, sino con un sabio control y una estructuración muy meditada de la materia narrada. Por ello a este libro de Vila-Matas le va como anillo al dedo la definición de la novela que un día hizo el gran escritor portugués Antonio Lobo Antunes: “Una novela es un delirio estructurado”. Y eso es exactamente Montevideo.
Esa sensación, que ya se comienza a percibir en Cascais, se agudiza cuando la novela se traslada a Montevideo, donde el narrador, invitado a otra cosa, centra todas sus energías en revivir una experiencia que Cortázar narró en un cuento que trascurre en un hotel de la capital uruguaya (y que para más incitación coincide en la localización y casi en el tema con otro cuento que en esa época, 1957, escribió Bioy Casares). Con el cuento cortazariano, “La puerta condenada”, la novela, que ya desde la cubierta ha jugado con el simbolismo de las puertas, los umbrales, las habitaciones, los corredores y pasillos que conectan unas habitaciones con otras, deviene en un laberinto, no arquitectónico, sino casi metafísico, puesto que entran en juego los mil tránsitos e interrogantes a que una puerta incita. Vila-Matas trae oportunamente al relato una cita de Cirlot: “La puerta es una invitación a penetrar en el misterio, lo opuesto al muro”.
Un libro que pese a adentrarse en las zonas más oscuros y no arredrarse a la hora de descender hasta los mismos bordes de la desesperación y el infierno, incluye un explícito llamamiento “a elevarse, renacer, volver a ser»
A indagar esos misterios nos invita la aventura, o sucesión de aventuras, que el escritor barcelonés va tejiendo con inaudita audacia, libertad, imaginación y delirio hasta la última página del libro.
Un libro que pese a adentrarse en las zonas más oscuros y no arredrarse a la hora de descender hasta los mismos bordes de la desesperación y el infierno, incluye un explícito llamamiento “a elevarse, renacer, volver a ser. Te lo repito, elevarse. En tus manos está tu destino, la llave de la puerta nueva”.
Montevideo es una novela compleja, llena de pasadizos e incitaciones, una reflexión que abarca la escritura y la vida como las dos piezas unidas de una tijera que tiene que cortar los nudos gordianos de los misterios que parecen irresolubles. O como le dice la madre del narrador aún niño al final del libro: “el gran misterio del universo era que hubiera un misterio del universo”.