Jamás el célebre dicho de «¡Pobre México!, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos» habrá cobrado tanto sentido como en la madrugada del pasado 9 de noviembre, cuando las urnas confirmaban que Donald Trump había sido elegido presidente de EEUU.
El candidato que había hecho campaña acusando a los mexicanos de violadores, drogadictos y malhechores, que amenazó con deportarlos por millones, que prometía construir un muro en la frontera, que aseguró que prohibiría el envío de remesas de EEUU a México por parte de los inmigrantes, y que incluso se atrevió a desairar al presidente mexicano y reírse de él tras una visita al DF (asegurando a la salida que Peña Nieto aún no sabía que sería México quien pagaría la construcción del muro), se acababa de convertir en el presidente electo. La peor pesadilla, hecha de pronto realidad.
Y el caso es que sólo con aplicar el 10% de esas medidas, México puede pasarlo sin duda muy mal. La economía mexicana está hoy en manos de EEUU, como nunca en su historia. Las remesas de los inmigrantes son la mayor fuente de riqueza del país (incluso por encima del petróleo). México es una gran factoría de EEUU. Las maquilas (en realidad fábricas americanas en territotio mexicano, con mano de obra mexicana, pero que tienen casi el mismo tratamiento que la embajada de un país extranjero, pues se aplica la legislación americana y están prohibidos los sindicatos), constituyen la mayor parte de las exportaciones «mexicanas». México vive una sangrienta guerra contra el narcotráfico, guerra que se libra con armas compradas en las 2.000 armerías estadounidenses que hay en la fontera. Y, al final, el dinero de la droga se lava a través de la banca americana.
Si Trump constituye realmente una amenaza de tal calibre, gran parte de la responsabilidad corresponde a las últimas administraciones mexicanas. Desde el último PRI hasta Fox y Calderón, y también Peña Nieto, han ido dejando cada vez más los resortes esenciales del país en manos de EEUU. Y ahora, un viraje hostil de Washington, puede poner al desnudo el tamaño de esa traición.
Un temblor recorre México estos días: pero más que mirar a Trump, México debe mirarse a sí mismo y responder a la pregunta: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Y aún más: ¿cómo escapar de esta muerte lenta y agónica que se nos prometió como el gran paraíso?