Este año se cumplen cinco siglos del abrupto final de la sociedad azteca, a manos de las tropas comandadas por Hernán Cortés. La efeméride ha dado lugar a renovadas disputas.
¿Conquista, invasión, encuentro entre dos mundos… cómo debemos entender lo que sucedió en 1521? ¿La defensa y reivindicación del pasado indígena implica la negación de lo hispano?
La historia no es una simple mirada muerta hacia el pasado. Es una manera de comprender un presente muy vivo. Fijémonos únicamente en dos datos. Por comparación, como se comprenden mejor las cosas. México es el país americano con mayor población indígena, con 25 millones de personas, un 19,4% de la población. En EEUU, los pueblos originarios solo representan un 1,3% del total. En México, un 70% de la población es mestiza… en EEUU solo el 2,3%.
Este hecho define al mundo hispano frente al anglosajón. Somos mestizos, en todos los terrenos. Y este es un punto de encuentro entre lo indígena y lo hispano.
Tan hispanos como indígenas
Ahora, que el recuerdo de lo que sucedió en 1521 da lugar a un enfrentamiento entre “indigenistas” e “hispanistas”, convendría volver la vista a la obra de Miguel León-Portilla. Uno de los grandes sabios mexicanos, condecorado en España con el Premio Príncipe de Asturias. Su monumental obra estuvo dedicada al estudio de las sociedades precolombinas mexicanas.
Erudito conocedor de la lengua náhuatl, tanto la antigua como la que sigue hablándose en diferentes zonas del centro de México, y también del pensamiento, profundo y complejo, de las sociedades indígenas.
Su obra “Visión de los vencidos, relaciones indígenas de la Conquista” supuso un punto de ruptura. Por primera vez se narraban los hechos desde la posición y sensibilidad de los pueblos derrotados. Ofreciéndonos, como puede leerse en la reseña de su primera edición, “pasajes trágicos comparables por su intensidad a los cantos homéricos”. Resultado del minucioso estudio y traducción de fuentes indígenas como el Códice Florentino, los Anales de Tlatelolco y los Cantares Mexicanos, pero también la crónica de Fernando Alvarado Tezozómoc, los Anales Tecpanecas de Azcapotzalco y las historias de los aliados tlaxcaltecas y texcocanos de Hernán Cortés.
Somos mestizos, y este hecho define al mundo hispano frente al anglosajón
No puede entenderse el México actual, ni ninguno de los países que forman el mundo hispano, renunciando o despreciando su pasado anterior a la conquista, que es también su presente. Pero tampoco dando la espalda a su carácter hispano.
Nada mejor que las palabras de León-Portilla para expresarlo: “la cultura azteca y, más ampliamente, la de todos los pueblos que a través de milenios se asentaron en el territorio de lo que hoy es México, constituyen antecedentes muy estimables, más aún, admirables, que han dejado una impronta en el ser de los modernos mexicanos. Pero a la vez que en éstos existen también numerosos rasgos y elementos de origen hispánico. (…) el México de hoy es resultado de fusiones étnicas principalmente entre indígenas y españoles y, en menor grado, con otras gentes de origen también europeo, africano y asiático”.
León-Portilla propuso el término “encuentro entre dos mundos” para definir lo que otros denominaban “conquista”. Y recibió viscerales críticas por ello: “unos me acusaban de querer ocultar un genocidio, y otros de privar a España de la gloria de la conquista”.
El “encuentro” no niega el hecho siempre brutal de la conquista: “encuentro también hace alusión o guarda relación con el “contra” y tiene como significado “choque”, “enfrentamiento” y “lucha”, lo cual hace referencia a la invasión, sometimiento, explotación y asesinato de indígenas, así como la resistencia de dichos pobladores”.
Pero también implica fusión, mestizaje, permanentes cruces. Algunos de ellos sorprendentes, como esa Virgen de Guadalupe que ocupó el lugar de la antigua diosa madre, y junto a Cristo representó la suprema deidad dual, Madre y Padre al mismo tiempo, de la época prehispánica.
La obra de León-Portilla nos recuerda que “en el ser de un elevado porcentaje de los mexicanos contemporáneos conviven, asúmase o no, lo indígena y lo hispánico”.
Un estudioso y defensor de los pueblos indígenas mexicanos que sentenciaba lúcidamente como “si un mexicano odia lo español, se está odiando a sí mismo. Es una actitud autodestructiva”.
Los otros españoles
No todos los españoles que llegaron a México fueron conquistadores. León-Portilla lo tenía muy presente. Recordaba a los muchos españoles que, huyendo de la misera, llegaron a México tras la independencia. No como dominadores sino para “trabajar en tiendas de abarrotes y panaderías, o como artesanos, obreros, empeñeros y empleados de bares, hoteles y plantaciones”. Ellos “se fundieron con el resto de la población y contribuyeron al desarrollo del país”.
“En el ser de un elevado porcentaje de los mexicanos contemporáneos conviven, asúmase o no, lo indígena y lo hispánico” (León-Portilla)
Y conviene recordar el exilio español, fraternalmente acogido en México tras 1939. Cerca de 35.000 españoles, huyendo del fascismo, se instalaron en el país americano. Era en muchos casos una parte importante de la élite cultural y científica española, que volvió a fundirse con el pueblo y la sociedad mexicana.
Un permanente viaje de ida y vuelva. Del que León-Portilla, casado con una extremeña, es otro ejemplo.
Conocer el México mestizo es también una necesidad para España. Darle la espalda, despreciarlo, mirarlo con ojos solo europeos, casi por encima del hombro, no solo es necio, es también renunciar a una parte de lo que somos.