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‘Messa da Requiem’ por la banca española al compás de los nuevos test de estrés

Recordaba el economista Jesús Fernández-Villaverde en una charla que circula por la red algo que parece de Perogrullo: “La economía está para servir a las personas” y no al revés. Esta sentencia, que es tal cual en Pensilvania, en cuya universidad imparte clases, dista sin embargo de darse en los círculos ilustrados de Madrid y Barcelona. Aquí existe la sensación de que es el ciudadano con sus impuestos y sus recortes el que trabaja para salvar al ‘sufrido’ sistema financiero, de que es el ciudadano quien se ha quedado con la deuda, y los directivos bancarios, con los yates y Ferraris.

Cuentan que, en los inicios del Consejo Empresarial de la Competitividad, cuando esta organización todavía no pasaba de embrión y Alierta y Fainé organizaban almuerzos privados para ‘salvar España’ igual que si se tratara de un grupo de universitarios preparando el trabajo de final de carrera, Emilio Botín, presidente de Banco Santander, solía ponerse de pie y pedir la palabra para, sujetando sus tirantes rojos con los pulgares, exhortar a los compañeros de mantel a acometer medidas drásticas que afectaban a los de siempre, es decir, a los asalariados: “César, tú que eres el que coordinas, apunta: hay que bajar el sueldo a todos los trabajadores”.

El rescate bancario ha salido caro. Muchos ciudadanos no sólo han visto cómo les recortaban el sueldo de forma contundente, en el mejor de los casos, o eran víctimas de expedientes de regulación de empleo, en el peor, sino también cómo tenían que rascarse el bolsillo para costear una fiesta a la que no habían sido invitados. Como recordaba recientemente Eduardo Segovia en este diario, el rescate financiero nos ha costado 100.000 millones o, lo que es lo mismo, 2.175 euros por español. Y todo apunta a que habrá más, que esto, en resumidas cuentas, todavía no ha acabado.

A pesar de los ímprobos esfuerzos por reforzar su solvencia y capital, a la banca española le vuelven a temblar las canillas. Es por esa tramontana que sopla en torno a la calle Alcalá poniendo en entredicho que la reorganización del sistema financiero haya concluido. Los vientos dicen que todavía no se ha tocado suelo, que los márgenes caen mientras la mora crece, que hacen falta más inyecciones de capital. Vienen los test de estrés y en Fráncfort ya están preparando una ‘Messa da Requiem’ que, en este caso, no conducirá el genial director de orquesta Riccardo Muti, sino el ex-Goldman Sachs Mario Draghi, que acompañará con nuevas reclamaciones, cierres de oficinas y despidos. Los decretos Guindos no han bastado. Tampoco el pachulí. Pese a las provisiones realizadas, las entidades siguen desprendiendo cierto tufillo a sudor seco. La culpa la siguen teniendo la exposición al ladrillo y una recua de refinanciaciones que están kaputt o casi.

Un informe de UBS fechado el 4 de abril, Large International Banks preferred over domestics, pone negro sobre blanco las medias verdades de la banca y destaca su negativa a limpiar la casa y barrer tanto ladrillo de adobe y tanto crédito podrido. “Los bancos españoles todavía tienen en libros 140.000 millones de euros entre créditos a promotores inmobiliarios y bienes adjudicados con una cobertura media del 42% y una horquilla que va del 32% de unas entidades al 51% de otras, es decir, existe una gran diferencia entre bancos”, analiza la entidad helvética. “Esta cobertura parece algo tímida en comparación con los precios de las últimas transacciones. Desde nuestro punto de vista, a la banca española le llevará más tiempo, entre cuatro y seis trimestres, hacer una limpia total de su balance. De ahí que seamos bastantes conservadores en nuestras previsiones de 2014”.

La pesadilla no ha concluido. Y menos con unos test de estrés a la vuelta de la esquina. UBS ha recortado de nuevo un 6% sus estimaciones del beneficio por acción de la banca española, salvando a las entidades con mayor presencia internacional, caso de BBVA y Santander. Los banqueros, que se las creían tan felices, andan pidiendo hora para hacerse otro agujero en el cinto del pantalón. Deducían que con sus llamadas al optimismo y esas invocaciones a Bergamín y su “piensa mal y no acertarás” nunca, solucionarían semejante desaguisado. Nada más lejos de la realidad. En España hay que pensar mal.

“Hay mucho dinero extranjero deseando comprar activos a la banca, ya sean inmobiliarios o participaciones en empresas con problemas, pero este dinero se resiste porque entiende que el país todavía está protegido y que nadie está dispuesto a revelar lo que esconde bajo la alfombra”, comentan en un banco de negocios internacional. “Creen necesario que la mayor parte de la cartera de los bancos se venda con un descuento importante. En EEUU, esto se hizo rápido; en España vamos muy lentos. La banca pide unos precios irreales. ¿Cuánto factura esta empresa? Pues con estos ingresos tienes que hacer una quita de deuda del 70%. Si me pides un 40%, no es viable. Quédate con ella”.

Por un quítame allá esas pajas, que si dejar la deuda en mil millones, que si dejarla en 700, Pescanova camina peligrosamente por el alambre. Hay un desfase oceánico entre lo que quieren las entidades y lo que verdaderamente valen las empresas. Algo similar sucede con la Sareb, ese banco malo que parió el Gobierno por orden del MoU y que cierra operaciones con cuentagotas porque, en vez de tomar consciencia de la fuerte devaluación que se ha producido, liquidar su porfolio a precios atractivos para los inversores y limpiar de una vez por todas su balance, lo que trata es de maximizar el beneficio. Dar hilo a la cometa a la espera de que esto se recupere. Hay quien dice, incluso, que dentro de un año la Sareb estará promoviendo de nuevo. Nadie aprende.

España es más un país de funcionarios que de políticos. Más de personajes grises que de gobernantes de raza como Miguel Valls en Francia, que ha propuesto reducir a la mitad las regiones, o Matteo Renzi en Italia, que pretende achicar e incluso eliminar los organismos inútiles “de forma inmediata”, empezando por el Senado. El perfil funcionarial de la clase dirigente española, que intenta arrogarse de forma ilegítima el papel de elite, explica la lentitud con la que se mueve el país y por qué el quilombo financiero, a día de hoy, no está resuelto. Lo que Estados Unidos hace en cuatro años o Europa en diez, a España le cuesta veinte. Y ya entonces, deben pensar, que venga otro y lo arregle.