Como «el momento Sputnik de esta generación», definió Obama en el discurso sobre el estado de la Unión la situación de su país en el mundo. Situación en la que el riesgo de que EEUU pierda la supremacía de la que ha disfrutado desde el fin de la segunda gran guerra, se acelera a medida que crece incontenible el ascenso de China. Fue, sólo unos días después, la otra cara de la moneda, el reflejo en clave interna de la visita del presidente chino a Washington.
“La visita del residente Hu Jintao a Washington será el más importante encuentro de alto nivel entre Estados Unidos y China desde el histórico viaje de Deng Xiaoping, hace más de 30 años”, había dicho unos días antes de la visita Zbigniew Brzezinski, ex consejero de Seguridad Nacional, asesor de Obama y uno de los más penetrantes estrategas norteamericanos a la hora de definir las prioridades e imperativos de la hegemonía yanqui. La afirmación tiene una doble lectura. De entrada, comparar ambas visitas equivale a decir que, como entonces, estamos en un período que se encamina a abrir toda una nueva etapa histórica en la distribución del poder mundial. Hacia un nuevo mundo Tras la entrevista de Nixon y Mao Tsé Tung unos años antes, que significó el primer paso para el estrechamiento de las relaciones diplomáticas entre EEUU y China, el viaje de Deng Xiaoping supuso el impulso decisivo para la formación de una especie de eje Washington-Pekín con el objetivo declarado de contener el aventurero expansionismo militar soviético, la principal fuente de guerra en los años 80. Frente antisoviético que, aunque políticamente nunca llegó a formalizarse, en los hechos actuó como tal, contribuyendo decisivamente a que en el curso de poco más de 10 años se produjera la implosión de la URSS, la desaparición del imperio soviético, y, con él, el fin de la larga era de la Guerra Fría. La visita de Deng Xiaoping sentó las bases para el inicio de un período que acabaría transformando los rasgos fundamentales y la estructura de poder mundial que había existido desde prácticamente la conclusión de la IIª Guerra Mundial. Al asimilar una y otra visita, Brzezinski advierte que la era de post-Guerra Fría, caracterizada por la hegemonía exclusiva de EEUU convertida en única superpotencia, también ha llegado, o esta en trance de llegar, a su inevitable fin. La aceleración del declive norteamericano, convertido tras el catastrófico legado de Bush en Irak y Afganistán y el estallido de la crisis de las subprime en un auténtico “ocaso imperial”, unido al imparable ascenso de las nuevas potencias emergentes comandadas por China han creado una nueva situación estratégica en el mundo, una nueva correlación de fuerzas a escala global y una nueva distribución del poder mundial. La lúcida advertencia de Brzezinski es que la mejor alternativa para EEUU en esta situación es, en primer lugar reconocer esta nueva realidad para, a continuación, poder reacomodarse a ella. Buscando mantener no una hegemonía exclusiva ya imposible, sino los mayores elementos posibles de liderazgo en la nueva arquitectura de poder del mundo necesariamente multipolar al que estamos abocados. Y para ello, el papel de China, y cómo EEUU sepa gestionar su ascenso, es un factor clave. Es desde aquí desde donde hay que leer la visita de Hu y sus resultados. El desesperado llamamiento de Obama, llamando a la actual generación de dirigentes norteamericanos a levantar su “momento Sputnik” –el instante, 1957, en que al lanzar la URSS el primer satélite artificial orbitando la tierra, EEUU tomó conciencia de que tenía ante sí una superpotencia rival disputándole la hegemonía– no deja de ser, como al día siguiente le recordaba el Washington Post, más que una declaración de buenas intenciones. Y ya se sabe que de ellas está empedrado el camino del infierno. En los años 50, EEUU concentraba el 50% del PIB mundial, hoy difícilmente alcanza el 23%. ¿De dónde va a sacar Obama el dinero para ese nuevo “momento Sputnik” de gigantescas inversiones en investigación y ciencia, en educación, en infraestructuras, en industria aeroespacial, etc, le preguntaba el Post? Una manera distinta de decir lo que ya señaló Marx, que la historia nunca se repite, y si lo hace, es “la primera vez como tragedia y la segunda como farsa”. Cambio de papeles sorprendente Los propios grandes medios de comunicación norteamericanos no daban crédito a lo sucedido. La víspera de la llegada de Hu todos habían saludado alborozadamente las palabras pronunciadas por Hillary Clinton sobre las relaciones China-EEUU sólo 48 horas antes (“cuanto más tiempo China reprima las libertades, más tiempo… las sillas vacías en Oslo seguirán siendo el símbolo de una gran nación de potencialidades no realizadas y promesas insatisfechas”). Pero tras la primera conferencia de prensa, se mostraban desconcertados, publicando en grandes titulares “Obama hace parecer bueno a Hu Jintao en derechos humanos”. El Post comenzaba su editorial, afirmando: “la más significativa de las declaraciones en la conferencia de prensa conjunta del miércoles del presidente Obama y el presidente chino Hu Jintao llegó en respuesta a las preguntas acerca de los derechos humanos. Preguntado cómo el abuso de China sobre su propio pueblo afectaba las relaciones entre los dos países, uno de los dos líderes respondió de una manera superficial, ofreciendo excusas para Pekín y llegando a la conclusión de que el desacuerdo sobre los derechos humanos ‘no nos impide cooperar en otras áreas críticas’. El otro declaró francamente que ‘aún queda mucho por hacer en China en términos de derechos humanos’. Lamentablemente, el primer orador fue el Sr. Obama, la afirmación relativamente honesta vino del Sr. Hu.” Las razones que explican esta aparente esquizofrenia, es la contradicción en que vive atrapado EEUU, y que cada vez se asemeja más a un callejón sin salida. Por un lado, necesita imperiosamente de China, no sólo porque se ha convertido en su principal banquero, sino porque representa en la actualidad la principal fuente de plusvalías, beneficios y acumulación de capital para una buena parte de las grandes corporaciones monopolistas yanquis. Apple ha podido obtener miles de millones de dólares de beneficios en 2010 y multiplicar su valor en bolsa inundando el mercado mundial con más de 7 millones de iPhones, pero sólo porque éstos se ensamblan en China. General Motors –recuerden aquello de “lo que es bueno para General Motors es bueno para EEUU”– ha podido sortear la quiebra y la nacionalización a la que tuvo que ser sometida hace sólo dos años, porque en 2010 China se convirtió en su principal mercado de ventas, por delante incluso de los propios EEUU. Un 28% de su negocio global reside hoy en China. En pena crisis de consumo, la gigantesca cadena minorista Wall Mart ha podido en 2010 aumentar sus beneficios. Pero sólo a costa de que las industrias chinas sigan proporcionándole ingentes cantidades de mercancías a costos híper-reducidos. Podíamos seguir con una larga lista de los mayores monopolios norteamericanos y la conclusión en todos ellos sería la misma. Si pueden mantener su tasa de beneficios es gracias al incesante crecimiento económico de China. Mantenerse en términos de buenas relaciones económicas, políticas y diplomáticas con quien se ha convertido en su mayor banquero y su principal fuente de beneficios ha pasado a ser un imperativo estratégico para grandes sectores de la burguesía monopolista yanqui. Pero, por otro lado, ello implica al mismo tiempo favorecer el ascenso de una potencia que le erosiona constantemente su poder mundial. Y además no cuestionando frontalmente su hegemonía, sino cambiando el terreno de juego en que históricamente EEUU ha basado esta hegemonía.