¿Qué conclusiones podemos extraer de unas elecciones catalanas que han concentrado la atención de todos, y que van a tener importantes repercusiones en el futuro?
Por un lado, la extraordinaria movilización, con un récord de participación impensable antes en unas autonómicas, ha hecho avanzar el voto por la unidad, que vuelve a ser mayoría especialmente en las zonas urbanas y con mayor presencia del pueblo trabajador.
Pero, por otro lado, la capacidad de resistencia del voto independentista -alimentado por el enorme poder que conservan tras casi 40 años de control de la Generalitat- va a permitir formar gobierno a quienes siguen empeñados en un proyecto cuyo único objetivo es fracturar España.
La batalla por la defensa de la unidad va a vivir nuevos momentos decisivos. Puigdemont y los suyos, que nadie lo dude, van a volver a intentar imponer de forma antidemocrática su camino hacia la independencia, a pesar de contar con el rechazo de la mayoría de la sociedad catalana.
Nada más conocerse los resultados electorales, las cabezas del independentismo pasaron a la ofensiva.
Ignorando que la fuerza más votada por los catalanes fue Ciudadanos, que ha hecho bandera de su oposición al procés. No es que se negaran a felicitar a Inés Arrimada, es que ni siquiera se han dignado a nombrarla.
Insisten en despreciar a los catalanes que defienden la unidad, cuyos votos han vuelto a superar el 21-D a los partidarios de la independencia.
Desde Bruselas, Puigdemont se ha proclamado vencedor y ha reclamado para sí el derecho a gobernar Cataluña.
Desgraciadamente, no es una bravuconada. Las fuerzas independentistas dispondrán de mayoría en el parlament, con 70 diputados, mientras las enfrentadas a la ruptura, con 65 escaños, no tienen posibilidad alguna de formar gobierno.
Esta es sin duda una mala noticia. Bajo una u otra forma, unilateral o bilateral, van a seguir utilizando la Generalitat para intentar avanzar hacia la ruptura. Así lo demuestran las declaraciones de destacados dirigentes independentistas, considerando que “el 21-D legitima la república y los resultados del 1-O”.
La situación se agrava por el triunfo de Junts per Catalunya, la plataforma liderada por Puigdemont, en el campo independentista. Como recuerda Enric Juliana, frente a quienes consideran que “Puigdemont va por libre”, en realidad “representa a la clase dirigente de la Generalitat”, al núcleo de la “trama de 3%”.
Los sectores más agresivos del independentismo no están en las CUP ni en ERC -que además tienen ambas también un componente de izquierdas-. Están en los Pujol, Mas o Puigdemont. Y de ellos saldrá el nuevo president de la Generalitat.
No se ha conseguido evitar un nuevo gobierno independentista. Esa es una realidad que debemos afrontar. Pero el 21-D también nos deja muchas herramientas para fortalecer, en los próximos meses y años, la lucha por la unidad.
El 38% no tiene derecho a imponerse sobre la mayoría
Puigdemont afirma que “El Estado español ha sido derrotado en las urnas” y “debe asumir democráticamente los resultados”. Resaltando que “los catalanes han hablado y han dado mayoría al independentismo”.
Por su parte, Marta Rovira afirma que de los resultados del 21-D sale “un mandato para construir república catalana”.
Mienten. No existe ninguna mayoría independentista en Cataluña. Todo lo contrario.
El 21-D se ha producido una movilización sin precedentes en unas autónomicas. El 82% de participación -un récord histórico- supera en 7 puntos el 75% de los anteriores comicios en 2015.
Han acudido a votar 230.000 catalanes más que hace dos años. En su inmensa mayoría procedentes de sectores del pueblo trabajador que tradicionalmente habían dado la espalda a las autonómicas, pero que esta vez han dado un paso al frente ante la amenaza de fragmentación.
Este movimiento ha hecho avanzar el voto a favor de la unidad. Y ha vuelto a evidenciar que, frente a mentiras y falsedades, los catalanes que apoyan la independencia siguen siendo minoría.
Repasemos los datos. Veamos cuál es la verdad que nos cuentan.
Las formaciones independentistas han vuelto a fracasar en su intento por superar el 50% de los votos, que ellos mismos fijaron ya en 2015 como requisito. Se han quedado en el 47,5%, mientras el voto a formaciones enfrentadas a la independencia supone el 52,5%, cinco puntos más.
Los partidos favorables a la ruptura apenas han subido en votos, a pesar de que ha aumentado considerablemente la participación.
Si la suma de Junts per Catalunya y ERC ha superado en 240.000 votos los resultados cosechados por Junts pel Sí en 2015 nos es porque se haya disparado el voto independentista, sino principalmente porque han devorado a las CUP, que pierde 145.000 votos y se queda en cuatro diputados cuando venía de tener diez.
Visto de conjunto, el cómputo de apoyos a partidos independentistas solo ha aumentado en 96.000 votos, mientras que el de las formaciones contrarias a la independencia se ha incrementado en casi 250.000.
Pero en realidad, los partidarios del procés han retrocedido.
En 2015, Unió Democrática de Catalunya -que a última hora se desmarcó de la independencia, pero que estuvo apoyando el procés de la mano de Convergencia durante mucho tiempo- obtuvo más de 103.000 votos.
Si se los sumanos a los partidos que todavía eran abiertamente independentistas en 2015, y los comparamos con los resultados de 2017, comprobamos que los partidarios del procés -a pesar de un aumento de la participación récord- han perdido casi 6.500 votos en toda Cataluña.
Los catalanes han hablado el 21-D. Y lo han hecho para ampliar la ventaja a favor de los que defienden la unidad.
Si hace dos años los votos a partidos no independentista superaba en 54.000 al de los independentistas, ahora lo hace en casi 200.000 sufragios.
¿Dónde está la “mayoría por la independencia” de la que hablan Puigdemont o Marta Rovira?
Cuando intentaron presentar los resultados del 1-O como “un mandato democrático para avanzar hacia la independencia” denunciamos que los dos millones de votantes independentistas del referéndum apenas suponían el 38% de todo el censo catalán.
El 21-D esas cifras se han confirmado… a la baja. Ahora los votos a los partidos independentistas han descendido hasta el 37,1% del censo total.
¿Cómo va a imponerse la voluntad de poco más de un tercio sobre la de dos tercios de la población?
Esta realidad, la de una mayoría social en Cataluña que defiende la unidad, está distorsionada por una ley electoral aberrantemente injusta.
En la provincia de Barcelona, donde se concentra el 74% de la población catalana y la mayoría de la clase obrera y el pueblo trabajador, las candidaturas no independentista ganan por goleada. Superando en 400.000 votos a la independentistas, y obteniendo nueve escaños más.
En las 23 ciudades mas pobladas de Cataluña, los partidos no independentistas concentran el 60% o más de los votos.
Es en la Cataluña rural, más conservadora, donde los independentistas tienen su principal granero de votos, superando en 350.000 votos a los partidos que defienden la unidad.
La sobre-representación del voto de la Cataluña rural por parte de una ley electoral, que también infra-valora el de las zonas urbanas, es lo que permite a los independentistas tener cinco escaños más a pesar de tener cinco puntos menos en el voto.
Nuevo escenario, misma batalla
Debemos prepararnos para continuar, en el marco creado tras el 21-D, la batalla contra los proyectos de fragmentación.
El independentismo, encabezado por Puigdemont, ha sabido aprovechar los enormes recursos acumulados tras décadas de control de poder autonómico -económicos, sociales, políticos, mediáticos…-. Explotando el victimismo, gracias en parte a la política del gobierno de Rajoy, y en parte porque otros, incomprensiblemente desde la izquierda, les han permitido cubrir sus vergüenzas con un traje de “luchadores por la democracia” que no les corresponde.
Van a utilizar el govern de la Generalitat para hurgar en las heridas contra la unidad. Con absoluta desfachatez, Puigdemont ya amenaza desde Bruselas con que “España tiene un pollo enorme”.
La inestabilidad política va a agudizarse, y eso tendrá malas consecuencias para los intereses populares, tanto en Cataluña como en el resto de España.
Pero el 21-D también nos ofrece recursos esperanzadores. Se ha activado, acudiendo masivamente a votar, movilizándose y convirtiéndose en protagonista político, la mayoría que defiende la unidad, especialmente en el seno del pueblo trabajador.
Ellos volverán a tener el gobierno autonómico. Pero la sociedad catalana, apoyada por el conjunto del pueblo español, no va a permitir que con el apoyo de solo el 38% consigan imponer una independencia que la mayoría rechaza.