La matanza racista de El Paso desata una ola de unión y solidaridad con los hispanos en EEUU, y también una avalancha de indignación contra un presidente, Donald Trump, acusado de ser, con sus permanentes ataques racistas y xenófobos contra los latinos, el «autor intelectual» de este tipo de crímenes de odio
«EEUU se ha vuelto un basurero para los problemas de todo el mundo. Cuando México envía su gente, no envía a los mejores. Envían gente que tienen muchos problemas: traen drogas, crimen, son violadores. México se está burlando de nosotros». Estas palabras, pronunciadas por Donald Trump en 2015 ante miles de enfervorecidos seguidores en su campaña presidencial, es solo una pequeña muestra de la larga ristra de ataques, invectivas y embestidas -por tuitter o verbales- del líder republicano contra migrantes e hispanos, un sector de la población de EEUU que ya roza los 60 millones de personas, y es ya la principal minoría étnica (18%) por encima de los afroamericanos.
Como si fuera el ponzoñoso beleño de Hamlet, el discurso racista del presidente Trump, depositado en millones de oídos de enojados seguidores, envenena conciencias y alimenta el odio xenófobo. Por eso, cuando el 3 de agosto un fanático entró a a tiros en un hipermercado de El Paso para combatir “la invasión hispana”, matando a 22 personas e hiriendo a otras dos docenas, muchos han mirado inmediatamente a la Casa Blanca.
El autor material de la masacre -que había conducido nueve horas para llegar a una ciudad fronteriza que, además de ser puerta de entrada a EEUU desde México es un símbolo de convivencia pacífica entre blancos e hispanos- se llama Patrick Wood Crusius. Pero media nación ha señalado al inquilino de la Casa Blanca como autor intelectual.
“Las palabras tienen consecuencias, y las de este presidente movilizan a los grupos radicales que piensan que los latinos no formamos parte de este país», dice Sindy Benavides, directora de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos, la más antigua organización de derechos civiles de los hispanos en el país.
Casi uno de cada cinco estadounidenses es latino. Pero el 60% de los hispanos adultos, según el centro de investigaciones Pew Research, dice haber experimentado discriminación o haber sido tratado injustamente por su raza u origen étnico.
Detrás del odio étnico hay opresión de clase. Los hispanos -de México, Puerto Rico, Cuba y de otros países de Centro y Sudamérica- junto a los afroamericanos suelen encargarse de trabajos manuales y mal pagados -a menudo en condiciones de ilegalidad- en el campo, la construcción o las fábricas. La opresión sirve a la explotación, a que este tipo de proletariado marcado por su tono de piel o su acento ‘spanglish’ se vea obligado a vender su fuerza de trabajo en peores condiciones. Generando una superganancia capitalista
Por eso la opresión de la administración Trump no se dirige solo hacia quienes entran ilegalmente en el país, sino a los extranjeros que residen legalmente en EEUU buscan obtener la residencia permanente o la ciudadanía: la ansiada «Green Card». La Casa Blanca ha endurecido los requisitos para obtener la residencia a los inmigrantes legales que reciben ayudas sociales.
Ken Cuccinelli, director de la Oficina de Ciudadanía y Servicios de Inmigración (USCIS, por sus siglas en inglés), uno de los «halcones antiinmigración» más duros del gobierno Trump ha ampliado los baremos para que un migrante sea considerado una «carga pública»: «un individuo que recibe uno o más beneficios públicos durante más de 12 meses en un periodo de 36 meses”. Si alguien recibe dos ayudas durante un mes, contará como dos meses, y será estigmatizado como «carga», casi imposibilitando su naturalización en EEUU. «Recibir ayudas es indicativo de un estado financiero débil y aumenta la probabilidad de que el extranjero se convierta en una carga pública en el futuro», explica el comunicado de la USCIS.
Pero esta ultrarreaccionaria política tiene un efecto boomerang. Los continuos ataques de Trump están teniendo un efecto galvanizador sobre una comunidad hispana cada día más activa, organizada, integrada e influyente. «La matanza de El Paso ha sido un punto de inflexión, un detonante para pasar a la acción. Debemos registrarnos para votar, presentarnos para cargos electos», dice Benavides. «¡Debemos buscar nuestra voz, en la calle y en la política!”.