Iniciamos con esta entrega un recorrido por nuestro calendario y los acontecimientos en torno a los cuales se organiza. Encontraremos en este camino todo un conjunto de fiestas, ritos y símbolos que perviven en la tradición de los pueblos, que todos conocemos, pero de los que en muchos casos se nos escapan algunos significados que pueden sernos tanto reveladores, como enriquecedores. Pretendemos sugerir, más que asentar. Se trata, ante todo, de señalar, más que de comprender, estas prácticas que son, al ser voz viva de nuestros antepasados, parte de nosotros, y de invitar a reflexionar sobre ellas con el asombro y la admiración que éstas merecen.
Marzo es el mes en el que múltiles culturas celebraron el inicio del año, coincidiendo con la llegada de la primavera y el renacer de la naturaleza que tanto tuvo que sorprender al hombre primitivo. Tanto al Imperio Romano, como, posteriormente, a la Iglesia, les costó siglos extirpar este hábito de los pueblos que estaban bajo su dominio o influencia. En Francia, por ejemplo, esta práctica se mantuvo vigente hasta que el rey Carlos IX decretó en el año 1564 que el año empezara en enero y no en marzo. Y, en Gran Bretaña y sus colonias, hasta que en 1752 el Parlamento optó por el inicio del año el primero de enero en lugar del 25 de marzo.Y es que la llegada de la primavera, para las sociedades preindustriales, mucho más ligadas a la tierra, era un acontecimiento que marcaba un punto de inflexión, quizá el más importante del año, en las tareas cotidianas. Hoy en día, inmersos dentro del modo de producción industrial capitalista y con más de la mitad de la población mundial viviendo en ciudades, este acontecimiento ha perdido, en parte, su significado. Las FallasEn España, hablar de marzo es hablar de las Fallas, festividad que se celebra actualmente en multitud de localidades de la Comunidad Valenciana en honor de San José. Culminan en la noche del 18 al 19 de marzo con la cremà, en la que los valencianos queman los monumentos falleros que todos conocemos, figuras satíricas y burlescas que hacen referencia a la actualidad. Tienen, por tanto, estas fiestas un claro componente crítico y de denuncia.La versión más extendida sobre el origen de la Fallas (del latín fácula, antorcha pequeña) es la de que éstas se remontan a los tiempos medievales, cuando los carpinteros quemaban, en la víspera de San José, su patrón, virutas y trastos viejos haciendo limpieza de los talleres antes de entrar la primavera. Que esta práctica, a la que los valencianos le han ido añadiendo, sin duda, rasgos de su propia cultura e historia, como es la pólvora o la música de bandas en la calle, haya llegado a convertirse en una fiesta de interés turístico internacional, nos habla no sólo de una capacidad inventiva inherente a los valencianos, sino, sobre todo, de un sentido del humor, típico de los valencianos, que, además, recibe su nombre de la misma lengua valenciana: la socarronería. Socarrar, tanto en castellano como en valenciano, es quemar, que es precisamente lo que les sucede a las fallas. Y la socarronería es, según la Real Academia, “astucia o disimulo acompañados de burla encubierta”, y socarrón es, según el maravilloso y poético diccionario de María Moliner, “la persona hábil para burlarse de otros disimuladamente, con palabras aparentemente ingenuas o serias, y aficionado a hacerlo”… Y es que hace falta mucha socarronería para que una simple quema periódica de objetos inservibles se haya transformado en la incineración simbólica y humorística de todo aquello que es rechazado abiertamente por el pueblo. Y todo bajo la mirada de las sucesivas castas dirigentes.Existen otros autores que le otorgan un origen más antiguo a la fiesta, defendiendo que las Fallas son una versión moderna de un arcaico ritual de tradición pagana que anuncia la entrada de la primavera y trata de propiciar la fertilidad a través del fuego. El fuego, como veremos, cobrará suma importancia, sobre todo en todo el levante español, en la noche de San Juan, la noche más corta del año, que da paso al verano. El fuego sería símbolo, en este caso, de purificación y renovación. Y no se puede negar que algo o mucho de esto hay en las Fallas.Pero quizá, la del origen medieval, es la versión más extendida, la más popularmente aceptada porque es la que más se acomoda al carácter y al modo de sentir del pueblo que las celebra.Cuaresma y Semana SantaPero marzo también es el mes de la Cuaresma, que es el período (cuarenta días) preparatorio para la Pascua, la Semana Santa, en la que se rememora la muerte y resurrección de Cristo.Es insoslayable, en este caso, el paralelismo con las creencias y ritos de los antiguos pueblos del Mediterráneo en las que un dios resucita tras ser muerto o sacrificado. El concepto de sacrificar a, y no para, un dios es interesantísimo y nos remite a creencias que nos cuesta comprender, a conceptos que se nos escapan como agua entre los dedos, a ideas que se escurren a través de la limitada rejilla de nuestras concepciones actuales sin poder llegar a asirlas, a retenerlas, para poder comprenderlas. Y eso que forman parte de nuestra propia tradición.Y eso a pesar de que seguimos reproduciendo unos ritos que fascinan a propios y extraños, en muchos lugares de nuestro territorio, con un fervor que va mucho más allá de lo explicable sólo a partir de la religión católica.Por el interés que suscita y la cantidad de simbolismos que acumula en estratos que se remontan hasta tiempos antiquísimos esta celebración, remitimos al lector a una próxima entrega, en la que se trata específicamente el tema de la Semana Santa y su período preparatorio.