Este libro, publicado hace un año, en marzo de 2021, por Lumen, apenas medio año después de la muerte de Marsé, no es ese clásico libro oportunista que se saca deprisa y corriendo a la muerte de un autor célebre, sin su conocimiento y su aquiescencia, para explotar el carisma del escritor o para alimentar las querencias de sus seguidores. Como muy bien aclara Ignacio Echevarría en el prólogo a esta edición, fue el propio Marsé quien dio su aprobación a su publicación, quien preparó el manuscrito para la imprenta y en ningún momento pensó que se trataría de un libro póstumo. De modo que todo lo que contienen estas extrañas y extraordinarias “memorias” es material que Marsé decidió y quiso hacer público, aun a sabiendas de que muchas de sus opiniones “privadas” iban a levantar bastantes ronchas, lo que por otra parte tampoco debía extrañar a nadie, pues la contundencia de las opiniones de Marsé era bien conocida. Su rostro de púgil correspondía milímetro a milímetro con su actitud combativa y su negativa a rendirse sin lucha o a tragar con lo que no le convencía. En el epitafio de su muerte, Vila-Matas recordaba una anécdota que lo definía muy bien: estaban acodados a la barra de un bar, se acerca un periodista para preguntarles sobre una cuestión política o personaje público, que qué opinaban y Marsé, adelantándose, respondió: “Aquí estamos en contra de todo”. Ese estar “en contra de todo” recorre el espíritu y la letra de las páginas de este libro, un libro que con toda seguridad apreciarán los lectores fieles de Marsé, pero también los verdaderos amantes de la literatura y cualquiera que quiera conocer y entender una época determinada de la historia de España, con sus singulares querellas, interminables conflictos y agudas contradicciones.
“El más íntegro y despiadado autorretrato del escritor”
En “Notas para un diario que nunca escribiré”, Marsé reúne las notas, textos o entradas que escribió en un diario a lo largo del año 2004 y los apuntes que realizó en varios cuadernos los años siguientes. No son, pues, unas memorias en sentido clásico, ni abarcan toda su vida literaria, son una expresión concentrada pero suficiente para hacerse una idea del “mundo Marsé”, de sus filias y fobias, de sus contundentes opiniones sobre Cataluña y España, sobre escritores y artistas, sobre la literatura, el periodismo, el cine y la política, sobre sus protagonistas. Pero, asimismo, sobre sus pequeñas o grandes batallas cotidianas, su vida familiar y social, su condición de ciudadano, de padre o de abuelo. Y también embriones de relatos, recuerdos, sentencias y hasta poemas. Configurando lo que Ignacio Echevarría califica como “El más íntegro y despiadado autorretrato del escritor”. Un autorretrato en el que el escritor se muestra desnudo, sin tapujos, sin autocensura, expresando tanto su ternura infinita hacia su nieto o su bilis terrible contra la burricie de tantos políticos, ineptos o malvados, que envenenan la política catalana y española. Pero, más allá de todo ello, el diario traspira, casi a pesar del propio Marsé (que continuamente parece arrepentirse de haber iniciado unas anotaciones “que no van a ninguna parte”), todo su universo propio, el universo singular de uno de los grandes escritores españoles de los últimos 50 años. Un escritor que creó un espacio y un tiempo literario propios que eran a la vez el espacio y el tiempo de un mundo que vivimos todos o forman nuestro pasado ineludible: desde la derrota republicana a los años del franquismo y el alborear de la democracia. Algunos de los personajes y ambientes que Marsé recreó en sus novelas y relatos forman parte ya del imaginario de ese tiempo, como el extraordinario Pijoaparte (el “charnego irreductible”) de “Últimas tardes con Teresa”, o el magma humano que puebla “El embrujo de Shanghai”.
“¿Hasta cuándo habrá que repetir que en literatura lo verosímil es más valioso que lo real?”
Como anota con gran perspicacia Echevarría, aunque el texto puede dar la falsa impresión de ser un catálogo de anotaciones cotidianas tediosas (levantarse, desayunar, comprar la prensa, ir a la piscina, recibir visitas familiares…), el diario contiene temas bastante relevantes, desde el punto de vista literario, como una “apasionada y explícita apología del arte de la ficción”, que Marsé defiende a capa y espada, sobre todo confrontándola con tendencias literarias que la ponen en cuestión, ya sea en nombre de “la autoficción”, “la novela basada en hechos reales”, el relato construido sobre la base de la documentación exhaustiva o la metaliteratura. Hay momentos en que el escritor explota con frases memorables: “¿Hasta cuándo habrá que repetir que en literatura lo verosímil es más valioso que lo real?” o “Lo real puede no ser verdad; la ficción sí puede”.
Y a tenor de la defensa que los críticos literarios del momento hacen de todas estas corrientes “enemigas”, Marsé no duda en considerar que la ficción está en cierta modo a la defensiva en el campo literario contemporáneo, y que incluso él está ya “en la antesala del olvido, respirando un venenoso silencio y un doloroso ninguneo”.
No parece que este pesimismo tenga mucho fundamento. La obra de Marsé dista mucho de estar olvidada. Tampoco parecen muy certeros algunos de sus juicios literarios (como la crucifixión permanente de Juan Goytisolo). Pero más allá de esto, el libro tiene un interés y un poder irresistible.