La olla a presión que es Marruecos ha reventado, o al menos ha comenzado un estallido de protestas que es ya el mayor desde la Primavera Árabe de 2011.
Miles de jóvenes, organizados en torno al «colectivo Generación Z 212” -el nombre se refiere a la generación posmilenial (1995-2010), junto al prefijo telefónico internacional de Marruecos- llevan más de una semana inundando las calles, plazas y avenidas de las principales ciudades del país, expresando el enorme océano de descontento que anega el país.
Claman contra la gigantesca desigualdad social, contra unas condiciones de vida y de trabajo cada vez más depauperadas, contra unos servicios públicos destartalados, contra la corrupción sistémica de la policía y las autoridades, y contra la represión y la falta de libertades. Y a sus propias reivindicaciones, no pocos suman la denuncia del genocidio en Gaza y de la complicidad del gobierno Marruecos y del Majzén -la Casa Real alauí y sus aparatos- con el Estado de Israel.
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El polvorín y la mecha
Las razones del estallido son múltiples, profundas y estructurales. Actualmente, la tasa de desempleo en el país se sitúa en el 12,8%, con un paro juvenil que sube hasta el 35,8%. La pobreza, aunque lleva disminuyendo en las últimas décadas, ha sufrido un repunte desde la epidemia del Covid y la escalada de inflación posterior, agravado por las consecuencias del terrible terremoto de hace un año. La mayoría de la población joven (55%) dice no tener ninguna expectativa de futuro, y hacen planes para emigrar en busca de una vida mejor.
La brecha de la desigualdad es muy honda: 1% más rico de la población marroquí acapara aproximadamente el 50% de la riqueza total del país, mientras que el 20% más pobre apenas sí retiene el 5,6% de los recursos. Y los índices de pobreza se duplican si vamos a las zonas rurales y a regiones como la del Rif.
A todo ello hay que sumar un régimen autoritario, corrupto y opresor, Cualquiera que haya viajado a este país habrá comprobado que los sobornos, las coimas, el caciquismo y la brutalidad forman parte del día a día de la policía y las autoridades. Una realidad que sufre todo Marruecos, y de forma multiplicada a la población saharaui de los territorios ocupados.
Al enorme polvorín de malestar que genera todo ello, se ha sumado la designación, hace dos años, de Marruecos -junto a España y Portugal- como sede del Mundial de fútbol de 2030, algo que el régimen marroquí ha tomado como un trampolín de propaganda.
Pero el «pan y circo» y la inversión millonaria para construir en tiempo récor infraestructuras deportivas contrasta con las malas condiciones de vida de millones de marroquíes, y con el mal estado de muchos servicios públicos, especialmente la sanidad de las áreas más atrasadas.
El detonante de la actual ola de protestas es una reciente tragedia. En el hospital Hassan II de Agadir, ocho mujeres embarazadas murieron en apenas diez días tras someterse a cesáreas. El centro, denunciado como “hospital de la muerte”, funciona con 4,4 médicos por cada 10.000 habitantes, menos de la mitad del ya bajo promedio nacional de 7,7 —muy lejos de los 25 recomendados por la OMS. Según Jeune Afrique, los quirófanos estaban “infestados de cucarachas” y sufren desabastecimiento crónico. Le Monde recogió testimonios estremecedores de pacientes tratados “como del ganado”, obligados a aportar sus propios suministros sanitarios por la falta de material.
La indignación popular estalló frente al hospital, obligando al ministro de Sanidad a destituir a la dirección y varios responsables regionales, mientras el primer ministro Aziz Akhannouch -justamente el magnate y alcalde de Agadir- intentaba justificar lo injustificable: “El hospital tiene problemas desde 1962 y estamos tratando de resolverlos”.
Este trágico hecho -que ha expuesto a los ojos de todo el país la corrupción del gobierno de Akhannouch, pero también las grietas estructurales de un régimen incapaz de responder a las demandas más básicas de su población.- ha disparado unas protestas donde consignas como “¡Queremos hospitales, no estadios!” o “No queremos el Mundial; queremos sanidad” son algunas de las más coreadas.
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Un estallido que va a más
Las protestas han sido originalmente convocadas por el colectivo ‘Generación Z 212’. un grupo de jóvenes -de clase media- organizados por canales de Discord (50.000 miembros) que no tiene líderes visibles ni siglas políticas, y que de hecho se demarcan de partidos o sindicatos tradicionales. Aunque sus demandas socioeconómicas y su denuncia contra el actual gobierno están muy claras, se han cuidado de no extender sus consignas contra el Rey Mohamed VI ni el Majzen.
“GenZ212 no está dirigido por partidos políticos ni viejos activistas; nace de la frustración, pero también del amor a Marruecos. Queremos que el país prospere, respetamos al Rey, pero nos sentimos abandonados por las instituciones que deberían servirnos”, dice uno de los jóvenes -que prefiere mantener su anonimato- a elDiario.es. “En muchas zonas rurales las escuelas están a kilómetros de distancia, los niños caminan horas y, cuando llegan, las aulas están saturadas, sin calefacción ni libros suficientes. Lo mismo ocurre en los hospitales: la gente no muere por la gravedad de sus enfermedades, sino porque no hay equipos ni personal. Eso ya no lo aceptamos como algo normal”.
GenZ212 hace mucho hincapié en el carácter completamente pacífico de las protestas que ha convocado, pero la represión es marca Marruecos. En los primeros cuatro días consecutivos de protestas, no cesaron las detenciones por parte de las fuerzas de seguridad marroquíes. Hakin Sikouk, presidente de la rama de Rabat de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), asegura a que solo en Rabat se produjeron más de 60 arrestos, así como un número indeterminado en otras ciudades como Casablanca, Agadir, Oujda o Meknes. Se estima que el número total de detenidos supera el centenar.
Pero conforme las movilizaciones se extienden y se hacen más masivas, incorporando a las clases más empobrecidas, excluídas y oprimidas, las protestas acaban en violentos choques contra las fuerzas represivas y en intensos disturbios en 23 provincias, con daños en 271 coches policiales. En Agadir, justamente el epicentro de estas protestas, la violencia policial ya se ha cobrado la vida de tres jóvenes y cientos de heridos
El malestar social ha detonado en Marruecos, generando un estallido de rebeldía que no se va a apagar.
