Desde hace un tiempo a esta parte, no es extraño encontrarnos en las librerías con títulos, normalmente novelas, que intentan abordar el “desastre” amoroso de nuestro tiempo, algo que no es un invento reaccionario, o una clásica rencilla de viejos (“ahora todo va peor”), sino una realidad que se pone en evidencia con puras estadísticas: ahora no las tengo a mano, pero por decirlo con evidente exageración: el 50% de los matrimonios actuales se disuelven antes del primer año. ¿Qué está pasando? ¿Qué influye de una manera tan determinante en la “precarización” de las relaciones amorosas, que parecen sometidas al mismo ritmo de anudación/destrucción que las nuevas relaciones laborales? Y ¿qué papel está desempeñando ya internet y, en especial, portales o páginas de “contactos” como Tinder en la reconfiguración del universo de relaciones amorosas del presente? ¿Existe un nuevo amor a golpe de click?
Literatura sobre el desastre amoroso de nuestro tiempo existe en Occidente desde hace décadas. Hace casi sesenta años que John Updike publicó su Corre, conejo (1960), prototipo del hombre corriente y “feliz” que un día baja a comprar tabaco a la esquina y abandona la vida familiar para siempre. Se inauguraba así (en una sociedad plenamente capitalista, con divorcio y aborto, etc.) una veta literaria muy prolífica destinada a dar cuenta de un fenómeno que no ha hecho más que agudizarse con el paso del tiempo, con los cambios esenciales que se están produciendo (auge del feminismo, matrimonio homosexual, exhibicionismo social a través de internet, generalización de la pornografía, etc.) y con el gigantesco cambio cultural que supone el derrumbe del sistema patriarcal y la aparición y paulatina intromisión en nuestras vidas de gigantescas tecnologías que proporcionan medios de conexión impensables hasta hoy. Ese fenómeno no es otro que un cambio de paradigma en la configuración del hecho amoroso, fenómeno que no es nuevo, pues a lo largo de la historia se han sucedido distintos paradigmas (igual que se han sucedido distintos modos de producción), pero que, no obstante, es un síntoma muy potente de que se está produciendo (o asistimos a los comienzos) de un cambio social y cultural realmente cualitativo.
La literatura, que no deja de ser una forma de arte, y por tanto una especie de sismógrafo capaz de detectar movimientos telúricos en las capas más profundas antes de que asistamos al terremoto final, es lógico que se pregunte e indague de forma permanente e inquisitiva sobre qué está pasando alrededor de algo que no sólo tiene una importancia objetiva y social, sino que atañe a una de las partes más decisivas y sensibles de la vida de cada uno. Porque, aun a pesar de que la catástrofe se está apoderando de ese aspecto de la realidad y las relaciones amorosas parecen estar ya regidas por las reglas habituales de consumo que lo dominan casi todo, para una gran mayoría de la gente su vida amorosa y sentimental sigue siendo algo crucial.
Patricio Pron (Rosario, Argentina, 1975), con muchos años de residencia en Alemania, y una vida estable en España también larga, con siete novelas y cinco libros de relatos a cuestas, se atreve con “Mañana tendremos otros nombres” (Premio Alfaguara 2019) a meterse en este berenjenal, con una novela plenamente actual (rompiendo así, en cierta forma, con su tradición narrativa esencial, muy volcada en la influencia del pasado en el presente) y con la dificultad que conlleva sumergirse en la voracidad caótica del presente, donde es muy difícil encontrar asideros fijos y contrastados, como suele haber cuando hablamos del pasado.
Pron cuenta en una entrevista a El País esa “experiencia inicial” que le impulsó a meterse en una novela así. Dice que yendo en el metro un día por Madrid leyendo, observó a varias personas deslizando su dedo para seleccionar o rechazar parejas en Tinder. Y vio algo que le interpelaba. “La facilidad con la que estaban descartando a gente y la convicción compartida de que todas estaban eligiendo cuando en realidad solo estaban escogiendo a partir de un menú creado por un algoritmo me hicieron recordar que muchos de mis amigos de mi misma edad sentían que no hacían pie en este nuevo orden amoroso”. De ahí surgieron una serie de preguntas e interrogantes: “Qué es el consentimiento, qué es una pareja en un momento en el que hay nuevas formas de unión, cómo redefinimos el destino o el azar ahora que tenemos estas herramientas sofisticadas para nuestras relaciones”, que lo empujaron a construir la historia que se narra en “Mañana tendremos otros nombres”, una novela que se centra en la ruptura de una relación amorosa en un contexto que remite a una realidad actual.
Aunque no estamos ante una clásica novela de ideas o novela filosófica, “Mañana tendremos otros nombres” sí aspira a alcanzar un cierto estándar de valor universal. Por ello, tal vez, sus personajes, los protagonistas de la ruptura (“autopsia de una relación amorosa”, la definió el jurado del premio, presidido por Juan José Millas), carecen de nombre concreto: son Él y Ella, entes narrativos plenamente singulares, pero a la vez cargados deliberadamente por el autor con un cierto peso simbólico.
El libro tiene, además, un evidente “aire generacional”, puesto en juego a través de la incertidumbre y los interrogantes que acosan a los personajes, en los cambios íntimos y sociales a los que se enfrentan y en la forma cambiante en que conciben y practican el amor.
Todo un desafío para un escritor ya consagrado que es bien modélico en su actitud y sus compromisos sociales y políticos. Y que no ha dudado en abandonar su “zona de confort” literaria para enfrentarse a un reto nada fácil: auscultar el sismógrafo que detecta los movimientos sísmicos que cambian en profundidad el mundo en el que vivimos.