La política nunca es incorpórea y siempre rinde tributo a sus ideólogos, ambos forman una imagen especular. Los políticos, al igual que el resto de ciudadanos, están conformados por el entorno, en parte por la genética, y mucho, por la calidad del líder que influencia, alienta, dirige, controla y reparte. Así al intentar explicar la actual situación de nuestro país y el por qué ha retrocedido de forma tan brutal en derechos y prestaciones sociales de toda índole parece que hay que comprender en manos de quien estamos y cuál es su fuente ideológica, su procedencia láctea, sus orígenes. Al fin y al cabo todos somos deudores de nuestro pasado.
Muchos políticos actuales fueron concebidos en aquellos barros teóricos de la intolerancia, el supremacismo, la xenofobia o el miedo a perder una identidad cuestionable. Para ello generaron un relato y una epifanía, voluntaria al principio e integrada en sus cromosomas políticos después, efectuando un recorrido mediante el cual han estructurado la actual ciénaga en la que han convertido España y en la que defecan su propia farsa convertida en política.
Torra habla “pestes” refiriéndose a los españoles a los que tacha incluso de “bestias”. Algunas de sus frases demuestran de forma absoluta el carácter político y personal del señor Torra, su esencia social, sus deseos, sus querencias, su prepotencia, su soberbia supremacista, su etnicismo, su ególatra racismo, su xenofobia y por cual sendero conduce al pueblo catalán entrecruzándose, que no paralelo, al pueblo español. Así frases tan explícitas como las que hemos leído estos últimos días nos demuestran lo dicho. Habla el señor Quin Torra y lo hace en nombre de una soberanía irreal, de un independentismo refutable y de un separatismo excluyente que identifica siempre al contrario, al español, pero que no termina de explicar que es ser catalán y solo consigue dividir al pueblo, a sus trabajadores, postergando un futuro más saludable, equitativo y justo.
Sin embargo estoy convencido que ese supremacismo está igualmente presente en la política española. Lo entiendo de esta manera cuando contemplo a las personas más dañadas por el actual modelo social, político y económico. Tengo que referirme pues a los parados, a los dependientes y a la ley de dependencia, a los pensionistas, a cualquier persona que no alcance ningún rescate social, a la educación, a la sanidad y sus listas de espera, a la ley mordaza, a la ley de conciliación familiar, al copago farmacéutico, a los sueldos, a los desahucios, a las inexistentes leyes bancarias, al trabajo mísero y empobrecedor, a la inexistencia de oportunidades para los jóvenes y al futuro incierto que comparten con pensionistas y otros ciudadanos y, en fin, al actual status político afanado en convertir en más rico al que ya lo es defendiendo, aun en contra de las clases desfavorecidas, aquellas políticas neoliberales tan amadas como consentidas por unos y por otros.
Dichos desfavorecidos conforman la misma clase social de siempre, quizás ahora más indefensa, rendida y sacrificada en la pira funeraria por un capitalismo salvaje al que se ha sumado la clase burguesa sin que presente el menor atisbo de duda o pudor. ¿Cómo debemos llamar a esto? ¿Qué otro nombre se le podría dar a esa acción, por ejemplo, donde 70 antidisturbios armados, como si de una acción antiterrorista se tratara, entran y desalojan sin más contemplaciones a una humilde familia con hijos? Tal como lo definió hace unos años un letrado de la PAH, tal situación podría calificarse de “terrorismo social”. ¿Cómo deberíamos llamar a estas políticas tan aberrantes y asociales? ¿Los damnificados de la misma no son suficientes todavía?
Mientras tanto algunos mantienen la idea de que Rajoy alimenta la división y el enconamiento pero que su postura no es comparable con la posición de Torra. Rajoy, eso dicen, simplemente afianza una política al servicio del FMI, de derechas y con poco parecido en lo ideológico-étnico a la postura etnicista, supremacista y xenófoba que mantiene el presidente catalán. Sin embargo algunos observamos en ambos simplemente un lenguaje distinto pero con similar contenido ideológico del que se pueden desprender las actuales consecuencias sociales. Lean el siguiente extracto de un artículo que escribió Mariano Rajoy Brey -dicen que es el actual presidente del Gobierno de España, pero nadie aclara de cuál de las tres- el 4 de marzo de 1983 en el diario El Faro de Vigo: “…Ya en épocas remotas -existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo- se afirmaba como verdad indiscutible, que la estirpe determina tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el hombre tenía intuitivamente -era un hecho objetivo que los hijos de “buena estirpe”, superaban a los demás- han sido confirmados más adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas “Leyes” nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no sólo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación /… / El hombre, después, en cierta manera nace predestinado para lo que habrá de ser. La desigualdad natural del hombre viene escrita en el código genético, en donde se halla la raíz de todas las desigualdades humanas: en él se nos han transmitido todas nuestras condiciones, desde las físicas: salud, color de los ojos, pelo, corpulencia… hasta las llamadas psíquicas, como la inteligencia, predisposición para el arte, el estudio o los negocios…”.
¿Esto no se está traduciendo en una política española socialmente darwinista, supremacista y etnicista parecida a la catalana? ¿No vemos en este escrito las raíces de una política preñada de genética y privilegios? Decíamos antes que todos somos deudores de nuestro pasado, y el PP fue un partido amamantado con rancia y caducada leche con aromas franquistas. Sin embargo les hizo crecer en un país democrático. Los ciudadanos le otorgaron el poder sin entender tal vez que desde su cuna, ya era compañero inseparable de privilegios y prebendas. Así condicionado por la misma fuerza que impele al escorpión a morir matando -sin razón aparente para ello, porque está en su naturaleza- reedita constantemente una moral huérfana que recuerda las costumbres de aquél régimen putrefacto y corrupto que transformó el país del alba republicana en un estercolero, bendecido pero maloliente, donde todos los abusos se consentían pero ni se veían ni constaban. El nepotismo, la corrupción, la compra de voluntades, la prevaricación, el imperio de los intereses de los más poderosos a costa de la ciudadanía y el uso de la Administración para fines particulares, eran y son las señas de un régimen que no termina de morir gracias al renacer constante de una casta política cuya naturaleza divina, darwinista o supremacista, ni puede ni quiere olvidar ni su historia ni sus orígenes, ni unas convicciones disfrazadas de “política necesaria” que solo consiguen aumentar la peligrosísima distancia entre ellos y la clase trabajadora a la que oprime y revienta mientras repiten aquel mantra del futuro basado en la cristiana teoría de la providencia.
Al final resulta que en lo político Rajoy y Torra no es que se parezcan, es que son lo mismo. Ambos deudores y, parece que de forma orgullosa, de su pasado. Y de la maldita hemeroteca.