Aunque habrán de resolverse el 30 de octubre, las elecciones brasileñas tienen un claro ganador, Lula, y un nítido derrotado, Bolsonaro. El progresista no sólo queda en primer lugar, sino que lo hace ganando más de 10 millones de votos. Mientras que el ultraderechista no sólo parece que lleva el camino de ser el primer presidente de Brasil que no es reelegido para un segundo mandato, sino que pierde 6,7 millones de votos, casi el 12% de los apoyos que consiguió en 2018
Con más de 57 millones de votos, Lula ha ganado la primera vuelta de las elecciones generales en Brasil. Y aunque se ha quedado a muy poco (1,6 puntos) de poder sentenciar los comicios con el 50% de los votos y proclamarse presidente, la victoria del candidato progresista es incontestable.
El candidato de la coalición progresista Brasil de la Esperanza -donde confluye desde la extrema izquierda (PSOL), la izquierda (PT) e incluso el centro-derecha (PSB), el expresidente Lula da Silva, no sólo consigue una ventaja de más de 5 puntos (6 millones de votos) sobre su oponente ultra, sino que avanza en 10,2 millones de votos respecto a los que obtuvo el candidato del PT, Fernando Haddad, contra Bolsonaro en la segunda vuelta de las elecciones de 2018.
Por el contrario, el actual presidente Bolsonaro -que tiene el apoyo de poderosos sectores de la oligarquía y los terratenientes, de los centros de poder hegemonistas, o de figuras como Trump; que cuenta con el respaldo de importantes medios de comunicación o de las iglesias evangélicas que encuadran a un tercio de los brasileños; y que tiene a su favor los instrumentos del poder (en las últimas semanas ha lanzado una lluvia de subsidios para tratar de ganarse el voto de los más pobres)- no sólo ha quedado segundo, sino que pierde 6,7 millones de votos (el 11,9% de su electorado) respecto a los que consiguió en 2018.
El voto de rechazo a la catastrófica gestión de Bolsonaro se ha concentrado claramente en Lula. Otros candidatos de la derecha oligárquica, como Simone Tebet o Ciro Gomes, apenas han raspado un 3 o un 4% de los votos.
Es cierto que el ultraderechista Jair Bolsonaro ha sacado mejores resultados de los que vaticinaban unas encuestas que lo situaban 10 o 15 puntos por detrás de Lula, y que la semilla del odio y la polarización que este «Trump tropical» ha sembrado ha arraigado en una parte de la población. Pero es también cierto que todos los análisis dan a Bolsonaro un techo electoral bastante ajustado al resultado que ahora ha sacado.
A pesar de todas las campañas de descrédito contra Lula que los medios de comunicación oligárquicos han vertido en estos años para tratar de erosionar su impresionante tirón electoral (abandonó la presidencia en 2011 con un 80% de aprobación, tras haber disparado la economía brasileña al club de los BRICS y haber sacado a 30 millones de personas de la pobreza), es el presidente ultraderechista el que tiene sobre sí un índice de desaprobación de más del 55%. Más de la mitad de los brasileños no votarían a Bolsonaro bajo ninguna circunstancia.
Por el contrario, Lula tiene mucho más margen para seguir ampliando su base de apoyo, no sólo seduciendo a los 5 millones que han votado por Tebet o a los 3,5 millones que lo han hecho por Gomes, sino sobre todo llamando a votar por él a los 32 millones de brasileños que -a pesar de que el voto es obligatorio, so pena de una pequeña multa- no han acudido a las urnas.
Para hacerlo, Lula cuenta con el aval de unos hechos incontestables. Durante su década al frente de Brasil, la pobreza se redujo a la mitad (del 33,3% al 15,5%), mientras que en los cuatro años de Bolsonaro ha vuelto a duplicarse. Durante su mandato, millones de brasileños pobres pudieron comer todos los días, comprarse una lavadora, acceder a la sanidad o mandar a sus hijos a la universidad. Durante aquellos años, el PIB creció un 7,5% generó más de dos millones de puestos de trabajo, logrando tasas de desempleo mucho más baja que la de Estados Unidos o Alemania.
Lula no sólo ha ganado en la primera vuelta, sino que tiene las mejores cartas para triunfar en el desempate, logrando un nuevo hito en la historia de Brasil.