«Como apoyo a su teoría, Merkel hace referencia a Alemania, cuya elevada competitividad se basa, según la canciller, en la «moderación salarial». La moderación salarial que ha tenido lugar durante este periodo en Alemania no era para reducir los precios (que no se redujeron), sino para aumentar los beneficios empresariales, que alcanzaron niveles sin precedentes. El porcentaje de beneficios del sector empresarial aumentaron, de un 36% del valor añadido bruto en 2004, al 41% en 2008. Mientras, los salarios permanecieron constantes.»
El objetivo no es la defensa de la economía o de la cometitividad, sino de los intereses de las grandes empresas (incluyendo también, por cierto, a los bancos) a costa de los intereses de los trabajadores. Es lo que antes se llamaba lucha de clases, lo cual ahora se enmascara bajo el discurso de la competitividad. Y este es el modelo que la canciller Merkel y su partido desean implantar en la UE. Estos intereses empresariales y financieros son los que ahora están promoviendo el mismo discurso en España, presionando para que exista un descenso de los salarios. (PÚBLICO) EL CONFIDENCIAL.- Resulta curioso que a menudo se esgriman los mayores incrementos de los costes laborales unitarios en España respecto de Alemania, pero al tiempo se oculta que en el país de la canciller Merkel los precios han subido también bastante menos, lo que resta presión a los salarios. Con base 100 en el año 2005, el IPC ha subido en Alemania hasta los 109,6 puntos, pero en el caso español se ha disparado hasta los 114,9 puntos (un 55% de inflación más en sólo seis años). ¿Son los salarios los únicos culpables de este incremento de los precios? No parece que vayan por ahí los tiros, como demuestran tanto el deflactor del producto interior bruto como el hecho de que el peso de los asalariados en el reparto del PIB esté bajo mínimos. ¿O es que las subidas de impuestos o la evolución de las rentas empresariales no tienen nada que ver con la pérdida de competitividad? EL PAÍS.- Cuando las manifestaciones masivas se iniciaron en Túnez, ¿quién iba a pensar que el régimen de Ben Ali se vendría abajo tan rápido? ¿Quién podía prever que Egipto no tardaría en asistir a una protesta popular tan inaudita? Se ha derribado una barrera y nada volverá a ser lo mismo. Es bastante probable que, dada la centralidad de Egipto y su importancia simbólica, otros países sigan la senda. ¿Pero cuál será el papel de los islamistas después del derrumbe de las dictaduras? Durante décadas, la presencia de los islamistas ha justificado la aceptación por Occidente de las peores dictaduras en el mundo árabe. Y fueron estos mismos regímenes los que demonizaron a sus oponentes islamistas, sobre todo a los Hermanos Musulmanes egipcios, que históricamente representan el primer movimiento de masas bien organizado y con influencia política del país. Opinión. Público Lucha de clases bajo otro nombre Vicenç Navarro Estamos viviendo la avalancha conservadora-neoliberal liderada por la canciller Angela Merkel, que propone realizar reformas en la eurozona encaminadas a mejorar la competitividad de los países que la componen a base de reducir los salarios y los derechos laborales. En tal postura se presupone que la competitividad depende en gran medida de los salarios, de manera que su variación a la baja producirá un aumento al alza de la competitividad, al permitir una bajada de precios, lo que hará que los productos sean más baratos y con ello aumentará su competitividad. Como apoyo a su teoría, Merkel hace referencia a Alemania, cuya elevada competitividad se basa, según la canciller, en la “moderación salarial”, la palabra utilizada en el discurso neoliberal para definir un proceso en el que los salarios están estancados o disminuyen mientras que la productividad aumenta. El problema de tal teoría es que los datos no apoyan tales tesis. Como muy bien ha documentado Ronald Janssen en su artículo European Economic Governance: The Next Big Hold Up On Wages, en la revista Social Europe Journal (02-03-2001), la famosa competitividad alemana tiene muy poco que ver con el nivel de los salarios, con su moderación o con los precios de los productos que Alemania exporta. El éxito de las exportaciones alemanas no se basa en sus precios, tal como ha documentado la propia Comisión Europea. Esta, en un informe de 2010, concluyó que el crecimiento de las exportaciones alemanas durante el periodo 1999-2008 (un crecimiento anual del 7,3%) se debió primordialmente al crecimiento de los mercados importadores. Sólo un 0,3% se debía al cambio de precios de los productos exportados. El milagro exportador alemán se debe, principalmente, al enorme crecimiento de las importaciones de productos alemanes por parte sobre todo de las economías emergentes. Tales productos son manufacturas, equipamientos de tecnologías Telecom, infraestructura de transportes y otros. El éxito de las exportaciones se debe, por lo tanto, al know how y muy poco a los precios de los productos. Estudios econométricos realizados en Alemania han mostrado que una reducción del 10% en su precio sólo aumentaría las exportaciones un 4%. De estos y otros datos se deduce que la moderación salarial que ha tenido lugar durante este periodo en Alemania no era para reducir los precios (que no se redujeron), sino para aumentar los beneficios empresariales, que alcanzaron niveles sin precedentes. El porcentaje de beneficios del sector empresarial en los sectores manufactureros y otros sectores exportadores aumentaron, de un 36% del valor añadido bruto en 2004, al 41% en 2008. Mientras, los salarios permanecieron constantes. Y ahí está la razón del discurso conservador-neoliberal. El objetivo no es la defensa de la economía o de la competitividad, sino de los intereses de las grandes empresas (incluyendo también, por cierto, a los bancos) a costa de los intereses de los trabajadores. Es lo que antes se llamaba lucha de clases, lo cual ahora se enmascara bajo el discurso de la competitividad. Y este es el modelo que la canciller Merkel y su partido (perteneciente a la misma familia política que el Partido Popular en España) desean implantar en la UE. Estos intereses empresariales y financieros son los que ahora están promoviendo el mismo discurso en España, presionando para que exista un descenso de los salarios. Desean que los salarios bajen para que aumenten sus beneficios, argumentando que la reducción de los salarios hará mejorar las exportaciones y con ello la economía. Pero las exportaciones en España han continuado creciendo, tal como han ido creciendo también la productividad y los salarios, en porcentajes, por cierto, muy similares a Alemania, como bien ha documentado Mark Weisbrot en su artículo Spain’s Trouble are Tied to Eurozone Policies, en The Guardian (29-01-2001). En realidad, como en Alemania, la variabilidad en los precios no es determinante del tamaño de las exportaciones españolas. También, como en Alemania, la demanda de los países importadores es la clave. Reducir los salarios en España a fin de afectar a la competitividad requerirá un recorte salarial muy sustancial para que ello se note. Y este recorte afectará muy negativamente a la demanda interna. Y ahí está el meollo de la cuestión en España y en la UE. Sus exportaciones no dependen tanto del precio de sus productos, sino de la demanda de estos, lo cual depende, a su vez, del crecimiento de los mercados domésticos e importadores, que son en su mayoría los países de la eurozona. Las exportaciones españolas se basan en productos de tecnología alta y media (productos manufacturados), como en Alemania, y productos agrícolas, pesca y artesanía de baja y media tecnología, cuyas exportaciones y consumo dependen más de su calidad que de su precio. El mejor determinante de las exportaciones españolas es el crecimiento de la capacidad adquisitiva de los países importadores, tales como Alemania (que depende del nivel de sus salarios). De ahí que la reducción salarial tanto en Alemania como en España (y en otros países de la eurozona) va precisamente en contra del aumento del comercio, pues deprime la demanda tanto doméstica como exterior, retrasando notablemente la capacidad de recuperación de las economías europeas. Lo que está ocurriendo en la eurozona es que los intereses financieros y de las grandes empresas están utilizando la crisis, que ellos mismos crearon, para conseguir lo que siempre desearon: la reducción e incluso eliminación de los derechos sociales, laborales e incluso políticos de las clases populares en general y de la clase trabajadora en especial. Y esto es de lo que debe informarse a la población. PÚBLICO. 10-2-2011 Opinión. El Confidencial Salarios, productividad y ley del embudo Carlos Sánchez Decía Gómez de la Serna que en Madrid a las siete de la tarde si no das una conferencia, te la dan. Y da la impresión de que eso mismo sucede con las polémicas y tormentas en un vaso de agua que a menudo riegan el quehacer diario de la clase política y mediática. Es imposible zafarse de ellas. Unas veces se pone de moda hablar del ‘modelo austriaco’, otras de la flexiseguridad en el mercado de trabajo, y, de forma periódica (cada vez que hay una reforma laboral), del despido. Ni que decir tiene que la logorrea dura lo mismo que un par de tertulias. Ahora, y tras la visita de la canciller Merkel a Madrid, se ha puesto de moda hablar de la economía alemana. O mejor dicho, de sus virtudes en cuanto a modelo de negociación colectiva. Se pone en valor, sobre todo, el hecho de que los salarios crezcan en Alemania como la productividad, e incluso Malo de Molina, el conspicuo director del servicio de estudios del Banco de España, ha llegado a decir que ligar los salarios al IPC es un ‘residuo’. El debate no daría más de sí si no fuera porque pone de manifiesto hasta qué punto los diagnósticos que se hacen sobre la economía española -y son muchos- se basan en apriorismos y un cierto oportunismo político. Y el Banco de España, que se sepa, nunca ha puesto en marcha entre sus trabajadores un modelo similar de negociación colectiva como el que plantea, pese a tener autonomía para ello. ¿Por qué será? Ni siquiera la CEOE entre sus cientos de trabajadores. Ni el propio Botín, que ha dicho que los salarios deben crecer como la productividad; lo cual, dicho sea de paso, hubiera hecho ricos a sus 21.000 empleados. Probablemente, porque una cosa es predicar y otra dar trigo. Pero lo más curioso del caso es cómo se escogen los argumentos de formar torticera y se ofrecen de forma sesgada. Ni que decir tiene que la negociación colectiva en España es manifiestamente mejorable. Principalmente porque su mala arquitectura institucional (con comités de empresa escasamente profesionalizados –en el mejor sentido del término-) ha acabado por empobrecer las relaciones laborales en las empresas. Los convenios se limitan en la mayoría de los casos a regular el salario y algunas mejoras sociales de menor cuantía, pero sin abordar los problemas de fondo de la empresa (flexibilidad interna, formación y cualificación profesional, modalidades de contratación o participación de los trabajadores en la gestión de la compañía). Los riesgos de hacer copias mecánicas Desde luego que esto no ocurre en los grandes convenios colectivos que afectan a miles de trabajadores, como reflejan los criterios de negociación colectiva de CCOO para 2011; pero sucede que más del 95% del tejido productivo de este país está formado por empresas de menos de 10 trabajadores, y este es un factor que habría que tener en cuenta antes de imitar de forma mecánica lo que ocurre en Alemania. Y en este sentido no deja de sorprender que se reivindique el modelo de revisión salarial alemán, pero obviando que ese procedimiento de actualización de las nóminas está incardinado en un modelo de relaciones laborales (70.000 convenios colectivos) que entre sus virtudes está la cogestión de las grandes fábricas entre trabajadores y empresarios o la existencia de comités de vigilancia paritarios en los que unos y otros (no los hunos y los hotros, que decía Unamuno) deciden cuestiones empresariales de carácter estratégico. Por ejemplo, la política de retribuciones, las inversiones o, incluso, operaciones corporativas. Como consecuencia de ello, en las empresas con más de 2.000 trabajadores, la representación en el consejo de administración es casi paritaria, mientras que la representación se reduce a un tercio en las empresas con menos de 2.000 trabajadores (o con menos de 500 en el caso de las sociedades limitadas). Como señala este documento que resume el modelo de relaciones laborales en Alemania, los comités de empresa disfrutan de derechos de información y participación, así como de cogestión en temas sociales (en particular ordenación laboral, jornada laboral, salarios y rendimiento), y están obligados a colaborar con los empleadores, por lo que no está permitida la conflictividad laboral entre empleador y comité de empresa. Salarios y productividad En España, sin embargo, se ha decidido coger el rábano por las hojas y sólo se habla de la relación entre salarios y productividad (una cuestión sin duda esencial), pero sin tener en cuenta que lo importante es tener un sistema productivo capaz de aguantar un modelo de relaciones laborales como el alemán, cuyo éxito está basado no sólo en la moderación salarial (sin duda indispensable), sino también en el hecho de que la lucha contra inflación es un objetivo de país. Resulta por eso curioso que a menudo se esgriman -con razón- los mayores incrementos de los costes laborales unitarios en España respecto de Alemania, pero al tiempo se oculta que en el país de la canciller Merkel los precios han subido también bastante menos, lo que resta presión a los salarios. Con base 100 en el año 2005, el IPC ha subido en Alemania hasta los 109,6 puntos, pero en el caso español se ha disparado hasta los 114,9 puntos (un 55% de inflación más en sólo seis años). ¿Son los salarios los únicos culpables de este incremento de los precios? No parece que vayan por ahí los tiros, como demuestran tanto el deflactor del producto interior bruto como el hecho de que el peso de los asalariados en el reparto del pib está bajo mínimos. ¿O es que las subidas de impuestos o la evolución de las rentas empresariales no tienen nada que ver con la pérdida de competitividad? Lo que tiene realmente que ver con la capacidad de competir en los mercados internacionales (salvo que se elija la vía vietnamita -ya ni siquiera la coreana-, no es otra cosa que la productividad, y ésta depende más de la innovación tecnológica y del modelo productivo que de los salarios. Y por eso no estará de más recordar -como hacen estas tablas- que mientras la productividad por ocupado en euros constantes del año 2000 se sitúa en Alemania (año 2009) en 41.456 euros, en España apenas alcanza los 30.859 euros. Es decir, un 34% más. ¿Es eso lo que tienen que bajar los salarios para ser tan competitivos como Alemania? Tampoco parece que por aquí vayan los tiros. Es evidente, sin embargo, que hay que cambiar las reglas de juego de la negociación colectiva. Y aprender, sin duda, mucho de Alemania, donde por cierto los sindicatos están pegados a lo que ocurre en las fábricas y no son perejil de todas las salsas, como les ocurre a Méndez y Toxo, quienes en las últimas semanas han estado más horas en Moncloa que Bernardino León, el secretario general de la presidencia. EL CONFIDENCIAL. 10-2-2011 Opinión. El País La Turquía democrática es el modelo Tariq Ramadán Cuando las manifestaciones masivas se iniciaron en Túnez, ¿quién iba a pensar que el régimen de Ben Ali se vendría abajo tan rápido? ¿Quién podía prever que Egipto no tardaría en asistir a una protesta popular tan inaudita? Se ha derribado una barrera y nada volverá a ser lo mismo. Es bastante probable que, dada la centralidad de Egipto y su importancia simbólica, otros países sigan la senda. ¿Pero cuál será el papel de los islamistas después del derrumbe de las dictaduras? Durante décadas, la presencia de los islamistas ha justificado la aceptación por Occidente de las peores dictaduras en el mundo árabe. Y fueron estos mismos regímenes los que demonizaron a sus oponentes islamistas, sobre todo a los Hermanos Musulmanes egipcios, que históricamente representan el primer movimiento de masas bien organizado y con influencia política del país. Durante más de 60 años, los Hermanos, ilegales pero tolerados, han demostrado una gran capacidad de movilización popular en las elecciones relativamente democráticas en las que ha participado, aquellas que han elegido, entre otros, a representantes sindicales o profesionales, concejales o parlamentarios. ¿Son los Hermanos Musulmanes el poder emergente en Egipto y, de ser así, qué podemos prever de una organización como la suya? De Occidente hemos acabado por esperar análisis superficiales del islam político y, en concreto, de los Hermanos Musulmanes. Sin embargo, no solo el islamismo es un mosaico de tendencias y facciones divergentes, sino que sus múltiples y diversas facetas han ido surgiendo a lo largo del tiempo para responder a cambios históricos. Los Hermanos Musulmanes, que comenzaron su andadura en la década de 1930 en forma de movimiento no violento, legalista y anticolonialista, proclamaron la legitimidad de la resistencia armada contra el expansionismo sionista que se estaba produciendo en Palestina durante el periodo anterior a la II Guerra Mundial. Entre 1930 y 1945, los textos de Hasan al Bana, fundador de la hermandad, demuestran que se oponía al colonialismo y que criticaba enérgicamente a los gobiernos fascistas de Alemania e Italia. Al Bana, que rechazaba el uso de la violencia en Egipto, aunque la consideraba legítima en Palestina como modo resistencia frente a las actividades terroristas de los grupos Stern e Irgún, creía que el parlamentarismo británico representaba el modelo más cercano a los principios islámicos. Su objetivo era la creación de un "Estado islámico" basado en una reforma gradual que se iniciaría con un plan de educación popular y con programas sociales de amplio alcance. Fue asesinado en 1949 por el Gobierno egipcio, por orden del ocupante británico. Tras la revolución de Gamal Abdel Nasser de 1952, el movimiento sufrió una violenta represión y varias tendencias distintas surgieron en su seno. Radicalizados por la experiencia de la cárcel y la tortura, algunos de sus miembros (que acabarían por abandonar la organización) llegaron a la conclusión de que había que derribar el Estado a toda costa, aunque fuera violentamente. Otros siguieron ateniéndose al reformismo gradual de los inicios. Muchos de los integrantes de la hermandad se vieron obligados a exiliarse: algunos en Arabia Saudí, donde recibieron la influencia de la ideología literalista saudí; otros, en lugares como Turquía e Indonesia, países mayoritariamente musulmanes en los que coexistían comunidades muy distintas. Por otra parte, otros se asentaron en Occidente, donde entraron directamente en contacto con la tradición europea de las libertades democráticas. Hoy en día los Hermanos Musulmanes beben de todas esas visiones. Pero los líderes del movimiento ya no representan las aspiraciones de los más jóvenes que, mucho más abiertos al mundo y deseosos de promover reformas internas, están fascinados con el ejemplo turco. Detrás de la fachada de unidad y jerarquía, operan influencias contradictorias. Nadie puede decir en qué dirección irá el movimiento. Los Hermanos Musulmanes no lideran la efusión que está derribando a Hosni Mubarak. Los Hermanos Musulmanes y el conjunto de los islamistas no representan a la mayoría. No cabe duda de que esperan participar en la transición democrática cuando Mubarak haya partido, pero nadie puede decir qué facción acabará imponiéndose. Entre los literalistas y los partidarios de la vía turca todo es posible, ya que la hermandad ha evolucionado de forma considerable durante los últimos 20 años. Ni Estados Unidos ni Europa, por no hablar de Israel, permitirán fácilmente que el pueblo egipcio haga realidad su sueño de alcanzar la democracia y la libertad. Las consideraciones estratégicas y geopolíticas tienen tal peso que el movimiento reformista será objeto, y ya lo está siendo, de un minucioso seguimiento por parte de organismos estadounidenses, en colaboración con el Ejército egipcio, que, sirviéndose de prácticas dilatorias, ha asumido el crucial papel de mediador. Al optar por colocarse detrás de Mohamed el Baradei, cabeza visible de quienes se manifiestan contra Mubarak, los líderes de los Hermanos Musulmanes han hecho ver que no es momento de destacarse y plantear exigencias políticas que pudieran asustar a Occidente, e incluso al propio pueblo egipcio. El lema es: prudencia. El respeto a los principios democráticos exige que todas las fuerzas que rechacen la violencia y acaten el Estado de derecho participen en igualdad de condiciones en el proceso político. Los Hermanos Musulmanes deben integrarse en el proceso de cambio, y así lo harán si llegara a establecerse un Estado mínimamente democrático. Ni la represión ni la tortura han logrado eliminar a la hermandad, más bien al contrario. El debate democrático y el intercambio de ideas han sido los únicos factores que han influido en la evolución de gran parte de las tesis islamistas más problemáticas, que van desde la interpretación de la sharía hasta el respeto a la libertad y la defensa de la igualdad. Solo mediante el intercambio de ideas, no mediante la tortura y la dictadura, podremos encontrar soluciones que respeten la voluntad popular. El ejemplo de Turquía debería ser motivo de inspiración. Occidente continúa utilizando la "amenaza islamista" para justificar su pasividad y el apoyo descarado a las dictaduras. Cuando la resistencia contra Mubarak subió de tono, el Gobierno israelí pidió repetidamente a Washington que respaldara a la junta militar egipcia. Mientras, Europa optó por sentarse a esperar. Ambas actitudes son reveladoras: al fin y al cabo, frente a la defensa de los intereses políticos y económicos, poco peso tiene apoyar de boquilla los principios democráticos. Estados Unidos prefiere dictaduras que garanticen acceso al petróleo y dejen a los israelíes continuar su lenta colonización, antes que representantes populares creíbles que quizá no permitan el mantenimiento de esas situaciones. Citar las voces de peligrosos islamistas para justificar que no se preste atención a las voces del pueblo es una actitud tan corta de miras como ilógica. Durante las Administraciones de Bush y de Obama, EE UU ha sufrido una gran pérdida de credibilidad en Oriente Próximo, y lo mismo puede decirse de Europa. Si los estadounidenses y los europeos no reevalúan sus políticas, puede que otras potencias de Asia y Sudamérica se inmiscuyan en su compleja estructura de alianzas estratégicas. En cuanto a Israel, que ahora se ha situado como amigo y protector de las dictaduras árabes, su Gobierno podría llegar a darse cuenta de que éstas solo están comprometidas con su política de ciega colonización. El impacto regional de la retirada de Mubarak será enorme, pero es imposible predecir cuáles serán sus consecuencias. Después de las revoluciones tunecina y egipcia, el mensaje político está claro: con protestas masivas no violentas, cualquier cosa es posible y ya ningún Gobierno autocrático está del todo seguro. Presidentes y reyes sienten la presión de este histórico punto de inflexión. El malestar ha llegado a Argelia, Yemen y Mauritania. También deberíamos fijarnos en Jordania, Siria e incluso Arabia Saudí. Esta preocupante situación de inestabilidad es al mismo tiempo muy prometedora. El mundo árabe está despertando con dignidad y esperanza. Los cambios auguran tiempos de esperanza para los auténticos demócratas y problemas para quienes sacrificarían los principios democráticos por mor de sus cálculos económicos y geoestratégicos. La liberación de Egipto parece solo el principio. ¿Quién será el siguiente? Entre los musulmanes hay una masa crítica que apoyaría esa necesaria revolución surgida en el centro. Al final, únicamente las democracias que incorporen a todas las fuerzas políticas no violentas podrán llevar la paz a Oriente Próximo; una paz que también deberá respetar la dignidad de los palestinos. EL PAÍS. 10-2-2011