La existencia de un gobierno de coalición progresista ha creado mejores condiciones para defender la unidad en Cataluña. Los hechos así lo demuestran. Frente a la apuesta del “círculo de Waterloo” por el “cuanto peor, mejor”, se abre paso una vía de diálogo que, aunque no se haga explicitado, todos saben que se basa en la imposibilidad de volver a la unilateralidad.
Habrá quien, dentro y fuera de Cataluña, intenten hacerlo descarrilar. Pero, más allá de las disputas entre las élites políticas, la superación del procés se nutre de una mayoría social catalana que, como demuestran todas las encuestas, rechaza en proporciones cada vez mayores la división y la fragmentación.
Tras la primera reunión celebrada en Barcelona entre Pedro Sánchez y Quim Torra, desde la presidencia de la Generalitat, y desde Waterloo, se han activado todos los mecanismos para intentar colocar todos los obstáculos posibles a un posible acuerdo.
La portavoz del gobierno catalán, Meritxell Mundó, perteneciente a JuntsxCat, el partido de Puigdemont, ha pospuesto la primera reunión de la mesa entre gobiernos, que Pedro Sánchez se comprometió a realizar antes de que concluyera febrero. Colocando además la imposible condición de la aceptación de un “mediador internacional” que iguale, como si fueran Estados diferentes a los gobiernos español y catalán.
Además, Puigdemont prepara para el 29 de febrero un acto del Consell de la República en Perpiñán. Utilizando la recién adquirida inmunidad como eurodiputado para trasladar el conflicto a Francia… a escasos kilómetros de la frontera española.
Pero la voluntad de los sectores más reaccionarios de las élites del procés por avivar el conflicto, se estrellan contra muros que no están en Madrid sino en Barcelona. Una encuesta publicada por La Vanguardia así lo atestigua.
En ella, quienes votarían No en un referéndum por la independencia superan a los que votarían sí. El apoyo a la ruptura solo se impone entre los menores de 29 años… aquellos que han sido plenamente educados por el procés.
Pero la verdadera posición de la sociedad catalana, a la que se quiere conducir a un falso “enfrentamiento con España”, se revela cuando se le pregunta por sus sentimientos de pertenencia. Solo un 14% declara sentirse “únicamente catalán”. Por el contrario el 50% se considera “tan catalán como español”. Y un 25% comparten, primando a uno o a otro, el sentimiento de pertenencia a España y a Cataluña.
La respuesta es mucho más explícita cuando se pregunta a los catalanes cómo se sienten cuando viajan por España. Un 74% afirma que se siente en su propio país, y únicamente un 8% considera que es un “extranjero en otro país”.
Esta es la realidad de la sociedad catalana, unida por múltiples vínculos con el resto de España… y que se niega a romperlos.
Cuando la sociedad catalana puede pronunciarse lo hace en el sentido contrario al del viento que sopla desde Waterloo.
Frente a los intentos por azuzar el enfrentamiento, levantando obstáculos que impidan un acuerdo, más de un 80% de los catalanes apoyan las vías de diálogo abiertas.
Y hasta un 81% considera que la actual situación económica de Cataluña es mala (un 49%) o regular (un 32%). Solo un 18% la considera buena. Los responsables de esta realidad son, en buena parte, los sucesivos gobiernos de Mas, Puigdemont o Torra, ejecutores de la mayor oleada de recortes contra la población.
Esta voluntad mayoritaria en la sociedad catalana es la que ha empujado a ERC a respaldar la constitución de un gobierno progresista o a abrir un proceso de diálogo, en abierta oposición al camino del 1-O y la DUI que respaldaron en 2017.
Definitivamente, los mayores problemas de las élites del procés no están en Madrid sino en Barcelona, en la mayoría de catalanes que se niegan a seguir sus dictados.