El Foro de la Palabra

Los polos se derriten. El Trinche no

El Trinche jugaba por amor al juego. No por ganar

La música del Trinche no se puede tararear. O se la escucha con todo el cuerpo y la mitad del alma o no se puede escuchar. Su muerte en una ciudad lastimada por una Argentina siempre inconclusa no pone fin a nada. Es el comienzo definitivo del mito. Él se ocupó de hacerme entender que hacer un gol o conquistar un título no es la finalidad del juego. Ahora. Cuando se acabó este partido, cuando su cansancio vital lo arrojo contra el pavimento tan duro de una ciudad que lo amaba, si no fuera porque esto de existir es así, el Trinche comenzaría a jugar otro partido.

¿Qué pasará con el Trinche cuando deje de jugar? Una bicicleta casi nueva para un héroe viejo. Para el que siempre estuvo al borde de romper las costuras de un universo futbolístico demasiado suturado por el dinero. Un dinero que no le importaba no pudo comprar lo único importante: el tiempo.

El juego. Eso que se escabulle de una responsabilidad muy seria y por eso mismo acaba suspendiendo el tiempo. A eso lo llamamos juego. Jimi Hendrix era zurdo y tocaba con una guitarra para diestros. El Trinche se ponía las botas de fútbol al revés. ¿O serían sus neuronas las que cambiaban el origen y la dirección del balón? Jorge Luis Borges.

La piedra quiere ser eternamente piedra y el tigre un tigre. Borges había descubierto a Spinoza y el Trinche también. Cada cosa quiere perseverar en su ser. Deportistas. Actores. Músicos. Da lo mismo. Allí donde hay un lugar para lo metafísico surge otra cosa. El ser acomoda como puede la subjetividad y si tiene talento sale para cualquier lado.

El Trinche recibe el balón. Un pie lo acomoda. El otro lo acaricia. Un actor recibe una acción. Lo que recibe lo transforma. Lo que devuelve es mejor que lo que recibió. No son palabras. No son gestos. No son movimientos. Son actos. Precisos en lo técnico. Llenos de vida. La metafísica del futbol. La metafísica del Teatro.

El Trinche entra al vestuario. Se sienta en un banco de madera. Largo. Muy largo. Como el tiempo que trascurre hasta el comienzo del partido. Primero se pone la camiseta. Siempre el cinco. A veces el diez. La mano derecha acaricia no sin cierta delectación el cuero de la bota izquierda. Con ella conseguirá el gol del triunfo. El actor frente al espejo no ve sus arrugas. Hoy cuando sea Hamlet, que en realidad era un joven gordito melancólico muy afectado por la muerte de su padre, el será un hombre de 50 años, con aspecto de 40 y vitalidad de 30. Lo necesario para encarnar al gran mito shakesperiano. El actor mira su reloj. Hoy vendrán a la función dos de sus exmujeres y su madre. Las tres aún lo aman. El Trinche jugaba para una mujer. El actor actúa para una mujer.
Barishnikov bailaba para una mujer. Estamos atrapados en el narcisismo. Esa forma superior del individualismo.

El fútbol hace diana justamente ahí. La filosofía existencial de nuestro tiempo tan valorada y proclamada por el neoliberalismo. El individualismo. Menos mal que el fútbol no lo asimila del todo. Para jugar hacen falta once de un lado y once del otro. To be or not to be. Frente al espejo. Ser o no ser mientras repasa su texto. Justo en el mismo instante en que el Trinche recuerda a Spinoza. Él es el único jugador de fútbol que estudia filosofía. Baruj Spinoza se pelea con William Shakespeare. Toda cosa desea perseverar en su ser. Quiere pertenecer. No es de ser o de no ser. Es de pertenecer. Insistir. Resistir. Jugar en toda la cancha. La filosofía no es para iniciados. Es para los que puedan iniciarse cada día. Yo lo hago con la pelota en los pies con un pase de 40 metros.

Por eso no sé si Nietzsche y Zaratustra tenían razón. “No os aconsejo la paz, sino la victoria”. El actor espía por un pequeño orificio que hay en el telón y ve muy poco público. Ya vieron Hamlet tantas veces, piensa. Para no deprimirse se lo repite a sí mismo una vez más. La moral se consolida en la derrota. Mis amigos. La gente que me admira. A los que les gusta el fútbol y no por ello no les gusta el Teatro, me quieren convencer de que todo es lo mismo. Fútbol y Teatro la misma cosa. Por este pequeño agujero del telón trato de detectarlo. Se nos confunde el talento individual con el individualismo. Se nos confunde el goce íntimo que ofrecemos a los demás con el egocentrismo. Se nos confunde la parte con el todo. Creen que una acción que sorprende o un regate que deslumbra están al servicio de una institución, una empresa o una bandera. Se escucha gritar a alguien. Ha llegado el Trinche. Sigue caminando por la cuerda floja. Nunca dejará de hacerlo. La pandemia en el fútbol y en la escena se llama POR AMOR AL ARTE. Con lo difícil que es amar lo que uno hace… ¿tú me preguntas si esto lo hacemos por amor al arte? ¡Cuídate! Nos dicen al despedirse de nosotros como expresión de afecto. ¿Qué nos cuidemos de qué? Del Trinche. Regresa en bicicleta.

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Un joven periodista visita a la leyenda del fútbol Tomás Felipe Carlovich (“El Trinche”) para organizarle un partido homenaje, pero descubre que tras la fama y el mito se esconde un hombre que jugó por amor al juego. A través de recuerdos, mitos y diálogos filosóficos, se revisan las decisiones, el éxito, la fama y la manera de vivir. Una obra de Jorge Eines y José Ramón Fernández.