Año y medio después de una elección que despertó inusitadas expectativas de cambio tanto en Estados Unidos como en el mundo entero, y no sólo por el color de su piel, sino por sus promesas y compromisos, ¿qué balance cabe hacer de la presidencia de Obama?
Utilizando un símil que sin duda sería grato a Alfred Hitchcock, odría sintetizarse el papel del presidente Obama como el de un personaje que estuviera sacando constantemente Mac Guffin a escena, con el fin de distraer la atención de los espectadores con pistas y trucos falsos, o vacíos, para así mantener celosamente oculto lo que realmente está haciendo. Ante la ausencia manifiesta de un plan global y consistente para afrontar las tres grandes crisis de Estados Unidos e intentar revertir su situación de declive estratégico, y a la espera de que el paso del tiempo mande al desván del olvido todas y cada una de sus promesas electorales, Obama se ha embarcado en una política "continuista" y "de parches", caracterizada por un esfuerzo titánico para hacer creer a todo el mundo que mantiene y cumple sus promesas de cambio, mientras que en los hechos hace todo lo contrario. De ahí la necesidad de estar esgrimiendo constantemente un Mac Guffin tras otro. Los ejemplos abundan y abarcan prácticamente todo lo esencial de su mandato. Prometió liquidar "las guerras de Bush" y retirarse de la región. Siete años después del patético fin de la guerra de Irak, escenificado por Bush desde la cubierta del USS Lincoln, Obama acaba de proclamar el segundo (¿y definitivo?) fin de aquella guerra, pero callando celosamente que EEUU aspira a mantener de forma indefinida un contingente de 50.000 soldados en el país. También en Afganistán lo primero que hizo fue fijar un calendario de retirada, pero como evidente cortina de humo para embarcarse en la mayor escalada bélica de la guerra afgana, desde sus inicios en 2001: el envío de otros 30.000 soldados más, que suman ya la cifra escalofriante de 100.000 combatientes norteamericanos en Afganistán. El fracaso del general McChrystal, y el nombramiento de Petraeus -el hombre que "negoció" y "mitigó" la derrota en Irak-, han puesto dramáticamente encima de la escena, estos últimos días, el fiasco de la apuesta bélica de Obama. La gran ofensiva militar prevista para el verano -y en la que Obama cifraba todas las esperanzas de su éxito y de la porterior retirada- se ha convertido en los dos meses -junio y julio de 2010- con más bajas norteamericanas desde 2001. La guerra que Obama iba a enterrar está más viva que nunca. La famosa "reforma financiera" y el énfasis en los estímulos económicos, destinados supuestamente a poner coto a los desmanes de Wall Street y hacer frente al desempleo, se han revelado también como dos Mac Guffin colosales. A fecha de hoy, el más espectacular de los resultados de la llamada "reforma financiera" es que los grandes bancos de Estados Unidos, que en 2008 y 2009 habían desaparecido de la lista de los diez primeros del mundo, tanto por capitalización bursátil como por beneficios, en 2010 han vuelto al "top ten" e, incluso, a final de año, podrían volver a encabezarlo. Morgan Stanley, Bank of America, y hasta el Citibank (que llegó a valer, en el momento álgido del terremoto financiero, menos de diez mil millones de dólares en bolsa), han vuelto a la senda de los beneficios gloriosos y han recuperado posiciones de privilegio en el sistema financiero mundial… gracias a la política y a las "reformas" de Obama: ¿dónde está el látigo con el que se iba a doblegar a Wall Street? Y otro tanto puede decirse de los famosos "estímulos económicos", presentados ante la opinión pública, una y otra vez, como una panacea para luchar contra el paro y la crisis, y beneficiar a los más desfavorecidos. De hecho, estos planes de estímulo no han sido otra cosa que ayudas "encubiertas" a las grandes empresas y a los monopolios, para que dieran salida a sus enormes stocks de productos almacenados después de tres años de una drástica caída de las ventas. Según los analistas, el crecimiento del PIB norteamericano los dos primeros trimestres de este año se basa, estrictamente, en que se ha dado salida a esos stocks. Crecimiento real y actividad real no hay. Por eso no baja el paro. Un paro que oficialmente está en el 9,5%, pero que otros analistas independientes lo elevan hasta el 19%. La política económica de Obama, realmente, sólo está beneficiando a los bancos y a los monopolios. Todo lo demás son engaños. Y lo mismo ocurre en el tema de la inmigración. Cabe recordar que el voto latino fue clave para la elección de Obama, y que ese voto se logró bajo la promesa de que habría una nueva política de inmigración, lo que incluía, implícita o explícitamente, la "legalización" de los más de diez millones de inmigrantes hispanos sin papeles que viven y trabajan en EEUU. Nada se ha hecho en esa dirección. Recientemente, la administración Obama ha impugnado algunos artículos de una ley, xenófoba y racista, que se pretendía aprobar en Arizona, y que autorizaba a la policía a detener y expulsar a los "ilegales" amparándose en "sospechas" tales como el color de la piel o el acento de la lengua. Obama ni siquiera ha prohibido o tumbado esa ley: sólo le ha puesto algunas objecciones. Otro Mac Guffin. Como el de la "reforma sanitaria", que iba a crear un estado de bienestar a la europea. Al final, sí, 30 millones de personas más tendrán acceso a ciertas prestaciones sanitarias gratuitas, pero será a costa de que el estado pague a las compañías privadas su seguro. ¡Otro gran negocio para las grandes empresas privadas! Con semejante política (más las indecisiones ante China: hoy palo, mañana zanahoria; y como los chinos no se doblegan, vuelta a empezar: otra vez palo, otra vez zanahoria…) no es extraño que, a unos meses de las cruciales elecciones de mitad de mandato, Obama se encuentre en serios apuros electorales. Y eso, incluso, cuando los norteamericanos aún no pueden haber olvidado del todo los cataclismos de la última era republicana.