«La retribución a los consejeros ejecutivos y a la dirección general también experimentó una importante subida en 2009 aunque más moderada que la de las pensiones. Mientras que en 2008 la retribución de la cúpula directiva se situó en los 3,8 millones de euros, el año pasado cifra se incementó el 5,2 por ciento para situarse en los 4 millones de euros.»
Esta subida se vio acomañada también de un incremento de las dietas que percibieron los consejeros que pasaron de los 1,19 millones de euros en 2008 a los 1,21 millones de euros en 2009, es decir, el 1,6 por ciento más. Esta nueva retribución se produce en el mismo año en el que la entidad presentó un recorte de su beneficio neto del 59 por ciento hasta los 79 millones de euros y en el que la morosidad marcó un récord al situarse en el 5,3 por ciento. (EL ECONOMISTA) EL PAÍS.- La crisis de la deuda en Grecia está llegando al punto de no retorno. A medida que se esfuman las perspectivas de un plan de rescate, en gran parte gracias a la obstinación alemana, los inversores inquietos han hecho que los tipos de interés de las obligaciones del Estado se pongan por las nubes, lo que ha disparado el coste de los préstamos del país. Esto hundirá aún más a Grecia en la deuda y minará todavía más la confianza. A estas alturas, es difícil ver cómo podrá el país escapar de esta nefasta espiral hacia el impago. EXPANSIÓN.- Los esfuerzos de las entidades financieras, sobre todo de las cajas, por captar el ahorro de los españoles para compensar las restricciones de liquidez como consecuencia de la crisis financiera internacional ha desembocado ya sin ningún tipo de disimulos en una guerra abierta del pasivo. La caja de los truenos la ha destapado Santander, ofreciendo junto con Banesto, Open Bank y Banif depósitos con una rentabilidad del 4% a un año, de las más altas del mercado. Le ha faltado tiempo a BBVA para replicar con remuneraciones del 4% para todo el dinero procedente de Santander, y del 3,25% para el de otras entidades. Informe. El Economista Llenando la hucha: los jefes de Caixa Catalunya se suben un 35% la pensión F. T. / F. Ll. La directiva de la caja eleva su sueldo el 5,2% el año en que la entidad financiera gana el 59% menos. Los directivos de Caixa Catalunya llegarán a la fusión con Marensa y Tarragona con la hucha de las pensiones llena, en concreto, el 35,3 por ciento más que el año anterior, según consta en el informe de gobierno corporativo remitido por la entidad a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). Desde la entidad explican que este incremento se debe a la actualización y equiparación de los derechos de los directivos nuevos con los antiguos. Los primeros suponen el 80 por ciento del staff. Frente a los 1,7 millones de euros que la cúpula directiva de la institución catalana declaró en fondos de pensiones en 2008, un ejercicio más tarde esa cifra se había disparado hasta los 2,3 millones. La retribución a los consejeros ejecutivos y a la dirección general también experimentó una importante subida en 2009 aunque más moderada que la de las pensiones. Mientras que en 2008 la retribución de la cúpula directiva se situó en los 3,8 millones de euros, el año pasado cifra se incementó el 5,2 por ciento para situarse en los 4 millones de euros. Esta subida se vio acompañada también de un incremento de las dietas que percibieron los consejeros que pasaron de los 1,19 millones de euros en 2008 a los 1,21 millones de euros en 2009, es decir, el 1,6 por ciento más. De esta revisión salarial tampoco escapó la retribución del presidente de la entidad. El sueldo de Narcís Serra, que no cuenta con derechos ejecutivos, pasó de los 175.000 euros en 2009 a los 117.800 euros que percibió durante el pasado año, lo que porcentualmente representa un aumento del 1,6 por ciento. Esta nueva retribución que percibirá el presidente se produce en el mismo año en el que la entidad, que el próximo 17 de mayo tiene previsto llevar a la Asamblea su proyecto de integración con Caixa Manresa y Tarragona, presentó un recorte de su beneficio neto del 59 por ciento hasta los 79 millones de euros y en el que la morosidad marcó un récord al situarse en el 5,3 por ciento. Hay que recordar que a principios de este año ya se desató la polémica a raíz del incremento de sueldo del 35 por ciento del director general de la entidad, Adolf Todó, para el ejercicio de 2010. El primer ejecutivo ha pasado de cobrar 600.000 a 800.000 euros. EL ECONOMISTA. 10-4-2010 Opinión. El País Aprender de Grecia Paul Krugman La crisis de la deuda en Grecia está llegando al punto de no retorno. A medida que se esfuman las perspectivas de un plan de rescate, en gran parte gracias a la obstinación alemana, los inversores inquietos han hecho que los tipos de interés de las obligaciones del Estado se pongan por las nubes, lo que ha disparado el coste de los préstamos del país. Esto hundirá aún más a Grecia en la deuda y minará todavía más la confianza. A estas alturas, es difícil ver cómo podrá el país escapar de esta nefasta espiral hacia el impago. Es una historia terrible, y sin duda una lección con moraleja para el resto de nosotros. ¿Pero cuál, exactamente, es la moraleja? Sí, Grecia está pagando el precio de la irresponsabilidad fiscal de antaño. Pero la historia no acaba ahí ni mucho menos. La tragedia griega también ilustra el grave peligro que supone una política monetaria deflacionista. Y esa es una lección que uno espera que los responsables políticos estadounidenses se aprendan de memoria. La clave para comprender los apuros de Grecia es que no se trata simplemente de un problema de deuda excesiva. La deuda pública de Grecia, del 113% de su PIB, sin duda es alta, pero otros países han hecho frente a niveles de deuda similares sin sufrir crisis. Por ejemplo, en 1946, Estados Unidos, recién salido de la Segunda Guerra Mundial, tenía una deuda federal equivalente al 122% del PIB. Sin embargo, los inversores estaban relajados, y con razón: durante la década siguiente, la relación entre la deuda y el PIB se redujo a casi la mitad, lo que disipó cualquier preocupación que la gente pudiese tener respecto a nuestra capacidad para pagar lo que debíamos. Y la deuda como porcentaje del PIB siguió cayendo en las décadas siguientes, hasta alcanzar un mínimo del 33% en 1981. ¿Y cómo se las arregló el Gobierno de EE UU para pagar la deuda contraída en la guerra? En realidad, no la pagó. A finales de 1946, el Gobierno federal debía 271.000 millones de dólares; a finales de 1956, esa cifra había aumentado ligeramente, hasta los 274.000 millones de dólares. La relación entre la deuda y el PIB no cayó porque la deuda se redujese, sino porque el PIB subió y, medido en dólares, casi se duplicó en el transcurso de una década. La subida del PIB medido en dólares fue consecuencia casi a partes iguales del crecimiento económico y de la inflación, con un PIB real y un nivel de precios general que subieron alrededor de un 40% entre 1946 y 1956. Desgraciadamente, Grecia no puede esperar una evolución similar. ¿Por qué? Por el euro. Hasta hace poco, ser miembro de la zona euro parecía algo bueno para Grecia, y traía consigo préstamos baratos y grandes entradas de capital. Pero esas entradas de capital también provocaron inflación; y cuando la música paró, Grecia se encontró con unos costes y unos precios muy alejados de los de las grandes economías europeas. Con el tiempo, los precios de Grecia tendrán que bajar. Y eso significa que, a diferencia de lo que pasó en EE UU tras la guerra, cuando parte de la deuda se esfumó gracias a la inflación, Grecia va a ver la carga de su deuda aumentada por culpa de la deflación. Y eso no es todo. La deflación es un proceso doloroso, que invariablemente afecta al crecimiento y al empleo. De modo que Grecia no va a librarse de la deuda mediante el crecimiento. Por el contrario, tendrá que hacer frente a su deuda con una economía que, en el mejor de los casos, estará estancada. Así que el único modo en que Grecia podría dominar su problema con la deuda sería mediante recortes en el gasto y subidas de interés feroces, medidas que por sí mismas empeorarán la tasa de paro. No es de extrañar, por tanto, que los mercados de obligaciones estén perdiendo la confianza y llevando la situación al límite. ¿Qué se puede hacer? La esperanza era que otros países europeos llegasen a un acuerdo que garantizase la deuda griega a cambio de una estricta austeridad fiscal. Eso podría haber funcionado. Pero sin el apoyo alemán, un acuerdo así no puede alcanzarse. Grecia podría aliviar un poco sus problemas abandonando el euro y devaluando su moneda. Pero resulta difícil saber cómo podría hacer eso sin desencadenar una catastrófica huida de su sistema bancario. De hecho, los depositantes preocupados ya han empezado a sacar dinero en metálico de los bancos griegos. No hay soluciones buenas para esto; de hecho, no hay soluciones que no sean terribles. ¿Pero cuáles son las lecciones para Estados Unidos? Por supuesto, que deberíamos ser fiscalmente responsables. Sin embargo, eso significa atajar los grandes problemas a largo plazo, sobre todo los costes sanitarios (en lugar de fanfarronear y ser tacaños en el gasto a corto plazo para ayudar a una economía en peligro). Pero hay otra cosa igual de importante: tenemos que mantenernos alejados de la deflación, e incluso de la inflación excesivamente baja. A diferencia de Grecia, no nos toca cargar con la moneda de otro. Pero como ha demostrado Japón, hasta los países que tienen su propia moneda pueden caer en una trampa deflacionista. Lo que más me preocupa de la situación de EE UU ahora mismo es el clamor cada vez mayor de los halcones de la inflación, que quieren que la Reserva Federal suba los tipos (y que el Gobierno federal suprima el estímulo económico) aun cuando el empleo apenas ha empezado a recuperarse. Si se salen con la suya, perpetuarán el paro masivo. Pero eso no es todo. La deuda pública de Estados Unidos será manejable si finalmente volvemos a un crecimiento vigoroso y una inflación moderada. Pero si ganan los que defienden la restricción monetaria, eso no sucederá; y podría pasar cualquier cosa. EL PAÍS. 10-4-2010 Editorial. Expansión Guerra del pasivo, sin disimulo Los esfuerzos de las entidades financieras, sobre todo de las cajas, por captar el ahorro de los españoles para compensar las restricciones de liquidez como consecuencia de la crisis financiera internacional ha desembocado ya sin ningún tipo de disimulos en una guerra abierta del pasivo. La caja de los truenos la ha destapado Santander, ofreciendo junto con Banesto, Open Bank y Banif depósitos con una rentabilidad del 4% a un año, de las más altas del mercado. Le ha faltado tiempo a BBVA para replicar con remuneraciones del 4% para todo el dinero procedente de Santander, y del 3,25% para el de otras entidades. La decisión de las autoridades monetarias de retirar las medidas de estímulo al sector, un acceso a la financiación condicionado por la creciente prima de riesgo de la economía española –las emisiones se encarecen y los ráting de algunos títulos, como las participaciones preferentes, empeoran– explican en buena medida la decisión de la banca de diversificar sus canales de obtención de liquidez. Eso implica poner también el acento en los depósitos tradicionales, un instrumento que los grandes bancos no han explotado durante la crisis financiera. En todo caso, no estamos ante una mera decisión para obtener liquidez, si se considera que ya han demostrado su capacidad para obtener financiación en los mercados a un menor coste. El mensaje de la presidente de Banesto, Ana Patricia Botín, a sus empleados es suficientemente ilustrativo de lo que existe detrás del recobrado interés de los grandes por el depósito: “Muchos de nuestros competidores están despistados y debemos aprovecharlo para captar negocio”. Existe, pues, una estrategia dirigida a captar nuevos clientes y ganar así cuota de mercado en un momento delicado para el sector, aprovechando la debilidad de las cajas, inmersas en un complicado proceso de reconversión. Pese a que esta captación del ahorro erosionará los márgenes, en un momento en que los tipos de interés están al 1%, constituye un poderoso mecanismo para arrebatar clientes y fidelizarlos, como en su momento pudieron serlo las hipotecas, máxime si la mayor rentabilidad va ligada también a otros productos como la domiciliación de la nómina, seguros o planes de pensiones. Eso explica la inquietud en algunas cajas, más preocupadas ahora en resolver sus problemas de reconversión e integración que en el necesario impulso a su estrategia comercial. Por eso son muchos los que entienden que se trata de una presión añadida a las cajas para que dejen de remolonear y aceleren su reestructuración, imprescindible para engrasar el buen funcionamiento del sector financiero y procurar que vuelve a fluir el crédito a familias y empresas, sin el cual es impensable una recuperación vigorosa de la actividad y del crecimiento económico. EL ECONOMISTA. 9-4-2010