Volkswagen trucó 11 millones de vehí­culos para poder contaminar con impunidad

Los envenenadores de Wolfsburgo

Ahora nos hemos enterado del escándalo Volkswagen... ¿pero cuántos casos como este se están ejecutando con silencio e impunidad? ¿Acaso los monopolios farmacéuticos, quí­micos o de la distribución alimentaria, resistirí­an controles como los que sabemos se ha saltado Volkswagen?¿Hasta dónde llega el envenenamiento a que nos someten los monopolios para aumentar sus beneficios?

Volkswagen ha utilizado durante años la etiqueta «verde» para aumentar su negocio. Ahora sabemos que trucó 11 millones de vehí­culos para presentar como «ecológicos» motores que superaban hasta 40 veces los lí­mites legales de gases contaminantes. El capitalismo alemán, presentado como emblema de «eficiencia», «competitividad» y «buenas prácticas» aparece en el lodo de la corrupción y la manipulación. No les importa envenenar a la población con una contaminación masiva si así­ aumentan sus gigantescos beneficios. Todos anuncian propósitos de enmienda y los gobiernos o la UE preparan el endurecimiento de los controles. Pero no estamos ante «las trampas de unos desaprensivos» que puedan resolverse con mayor vigilancia. Es un caso más de extorsión monopolista, donde gigantes como Volkswagen -con la colaboración de Estados, gobiernos y organismos públicos- imponen su dominio a través de métodos tanto legales como ilegales. El escándalo Volkswagen demuestra hasta que punto el dominio monopolista es incompatible con la salud de la población y del planeta.

Un fraude masivo

El origen del escándalo está en las investigaciones de la ONG norteamericana International Council on Clean Transportation sobre emisiones contaminantes en vehículos diésel. Los dos modelos Volkswagen escogidos superaban en hasta treinta veces los límites permitidos. La ONG hizo llegar los datos a la agencia medioambiental estadounidense, que tras un año de investigación ha acusado a Volkswagen de utilizar un programa informático para trucar 482.000 vehículos. «El poder de los grandes monopolios o de los grandes bancos, se impone violentamente sobre la población. Y no les importa lo más mínimo envenenar, contaminar…»

Desde la alta dirección de Volkswagen en Wolfsburgo se elaboró una estrategia para violar las reglamentaciones europeas y las leyes medioambientales en Estados Unidos.

El truco consistía en instalar en los motores un programa informático que detectaba el momento en que el vehículo está siendo sometido a una prueba. Lo que permitía disminuir la emisión de gases solo en ese momento, aparentando cumplir los límites legales. Una vez en circulación, los vehículos llegaban a emitir óxidos de nitrógeno (NOx) hasta 40 veces superiores a lo permitido en Estados Unidos.

No es solo un problema ambiental, que ya seria grave, sino que también afecta a la salud de la población. El NOx, el gas fruto de la combustión del oxigeno con el nitrógeno, es perjudicial para la salud. Los 11 millones de coches trucados de Volkswagen arrojaron casi tres millones de toneladas de NOx por encima de los límites legales que se consideran nocivos para la salud.

Este software fraudulento pretendía conceder ventajas a VW en una guerra económica y comercial. Los modelos híbridos ofrecidos por algunos fabricantes asiáticos están consiguiendo crecimientos importantes de ventas en un mercado que empieza a valorar la limpieza medioambiental. El diésel puede ser una tecnología competitiva en costes con los híbridos, siempre y cuando ofrezca un nivel similar de emisiones. Gracias al trucaje de los motores, Volkswagen conseguía un “aval verde” que le permitía aumentar sus ventas.

Y no les importó envenenar de forma masiva a la población con sus gases contaminantes.

Lo que en un principio parecía un episodio puntual de “malas prácticas” circunscrito a EEUU se ha convertido en un inmenso fraude a escala global. Volkswagen ha reconocido que hay en total 11 millones de vehículos afectados en todo el mundo. Afectando también a otras marcas como BMW, cuyos motores superan 11 veces los límites de emisiones contaminantes establecidos en la normativa europea Euro 6. Y golpeando a un mercado de vehículos diésel que representa menos del 3% de los coches vendidos en EEUU pero que llega hasta casi la mitad en Europa.

¿Y quién controla a los controladores?

El fraude en los motores diésel de Volkswagen se viene practicando desde 2008 en todos los Golf de la sexta generación, o desde 2007 en los todoterrenos Tiguan. ¿Cómo es posible que se haya ejecutado un fraude tan masivo durante tantos años sin detectarse? ¿Es que han “fallado los controles”, como ahora afirman muchos?

No. No ha “fallado” nada. Todo ha salido según lo previsto. Se trata de un fraude planificado y un envenenamiento consciente a la población, que ha podido ejecutarse gracias al gigantesco poder económico y político de la burguesía y el Estado alemán.

Volkswagen es el principal emblema del capitalismo industrial germano. En el primer trimestre de este año superó a Toyota, colocándose como el primer vendedor de coches mundial. El año pasado obtuvo una cifra récord de beneficios (más de 11.000 millones de euros) y de facturación (más de 200.000 millones).

En Volkswagen ha cristalizado una forma peculiar de “unión personal” entre la oligarquía financiera y el Estado. La fundación de Volkswagen fue fruto de un plan de fomento de la industria del automóvil impulsado por los nazis con el objetivo de relanzar sus fábricas y hacerlas más competitivas frente a las inglesas y francesas. El Estado alemán proporciono a Ferdidand Porsche la infraestructura necesaria para la construcción de las fábricas.

Desde entonces, el Estado alemán ha estado presente en el accionariado de Volkswagen. Por eso los poderes públicos alemanes han amparado y protegido el fraude. El diputado verde Oliver Krischer ha acusado al ministro de Transportes del gobierno de Merkel, el socialcristiano Alexander Dobrindt, de conocer desde julio el sistema con el que Volkswagen engañó y no haber hecho nada.

Lo mismo ocurre con la Unión Europea. En 2010 el Joint Research Centre, el Departamento de Investigación de la Comisión Europea, sabía que los controles a las emisiones de los coches de Volkswagen no mostraban cifras fiables. Y en 2013 explicaron en otro documento el uso de los conocidos como «chips Volkswagen» o «defeat devices», que son dispositivos que desactivan funciones para controlar las emisiones cuando el coche está en un laboratorio.

El silencio y la inacción de la UE, a pesar de ser plenamente conscientes de la manipulación, permitió a Volkswagen seguir engañando, contaminando y envenenando durante unos cuantos años más.

Hay quien defiende la necesidad de una mayor intervención política de los Estados, imponiendo controles más duros para evitar “los desmanes y trampas del capital”.

¿La UE que ha amparado el fraude de Volkswagen es la que debe ahora pasar a controlarlos? ¿El Estado alemán que es también accionista de Volkswagen va a impedir sus desmanes?

El problema no es la “falta de controles” sino el excesivo control de los grandes monopolios, las oligarquías financieras que son sus propietarios y los Estados que garantizan su atraco a la población.

Es este gigantesco poder lo que les permite imponer leyes draconianas a los demás mientras ellos se las saltan con absoluta impunidad.

El ladrón no puede hacer otra cosa que robar

El capitalismo alemán se nos presenta como modelo de eficiencia y competitividad frente al “capitalismo de amiguetes” basado en la corrupción. Y una parte de la izquierda defiende la necesidad de “volver al capitalismo productivo” frente a “los excesos de un capitalismo salvaje exacerbadamente especulativo”.«Marx ya dijo en el Manifiesto Comunista que el dominio de la burguesía es incompatible con los intereses más básicos de la humanidad. Y los hechos no hacen sino demostrarlo»

Pues resulta que Volkswagen, una de las joyas de la corona del capitalismo productivo alemán, era en realidad un nido de corrupción, trampas y engaños.

No es una “excepción”, sino que esa es la norma.

La gran industria alemana se benefició hasta 1998 de un interesado vacío legal que le permitió pagar sobornos en medio planeta y desgravar esas mordidas en los impuestos a pagar en Alemania.

Este sistema permitió a Siemens, otra joya de la gran industria germana, expandirse con rapidez por los mercados en vías de desarrollo. En España, la empresa pagó comisiones millonarias, que le permitieron por ejemplo adjudicarse los contratos del AVE. En 2008, Siemens fue obligada a pagar una multa de unos 1.000 millones de dólares tras haber sido hallada culpable de haber cometido por más de 400 casos de soborno en casi todo el mundo. Pero en España terminó creando una “caja negra” para seguir pagando sobornos.

Ahora nos hemos enterado del escándalo Volkswagen… ¿pero cuántos casos como este se están ejecutando con silencio e impunidad? ¿Acaso los monopolios farmacéuticos, químicos o de la distribución alimentaria, resistirían controles como los que sabemos se ha saltado Volkswagen? ¿Hasta dónde llega el envenenamiento a que nos someten los monopolios para aumentar sus beneficios?

No hay un capitalismo monopolista “malo”, que comete excesos y ejecuta fraudes, y otro capitalismo monopolista “bueno”, donde no existe el engaño.

Por definición el poder de los grandes monopolios o de los grandes bancos, se impone violentamente sobre la población a través de la extorsión, utilizando indistintamente vías legales e ilegales. Y no les importa lo más mínimo envenenar, contaminar…

El escándalo Volkswagen nos lo ha recordado desvelando la verdadera cara del alabado capitalismo industrial alemán. Que es también la de todo el capitalismo monopolista.

Marx ya dijo en el Manifiesto Comunista que el dominio de la burguesía es incompatible con los intereses más básicos de la humanidad. Y los hechos no hacen sino demostrarlo.