Miedo. Tienen miedo. Esa fue la conclusión que un nutrido grupo de empresarios alemanes sacó de las instituciones empresariales afincadas en Cataluña y de los empresarios de esta comunidad. Durante un tiempo, los ejecutivos germanos buscaron el apoyo de algunas instituciones económicas y patronales para canalizar su malestar en contra del proceso independentista de Artur Mas, pero no encontraron a nadie
¿Miedo de los empresarios catalanes? ¿A quién? “Tienen miedo a represalias, a perder clientes, a que la ira nacionalista se vuelque en contra de ellos, porque esto puede llegar a ser un fenómeno incontrolable”. Para Wienberg, “a los alemanes nos sorprende mucho esta situación, especialmente porque vivimos en una democracia. Pero sabemos de lo que hablamos. En nuestro país hemos sufrido las consecuencias del nacionalismo, hemos visto muchas cosas que no nos gustaban. Y aquí vemos cosas que tampoco nos gustan, como por ejemplo el miedo que existe”.
De esa generalización de pavor que atenaza al empresariado se excluyen dos nombres de referencia: el editor José Manuel Lara y el presidente de Freixenet, Josep Lluís Bonet, que alertaron públicamente de los peligros de la independencia. A ellos se refirió ayer Albert Peters, expresidente del Círculo de Directivos de Habla Alemana (KDF, en sus siglas en alemán), al presentar el manifiesto, ya conocido como Declaración de Barcelona, en nombre de la plataforma
“Como empresarios, profesionales liberales y residentes en Cataluña, observamos con gran
Los peligros del “fervor nacionalista”
El manifiesto subraya que “si Cataluña se separa de España, ya no pertenecerá a la Unión Europea. Las negociaciones de adhesión para reincorporarse de nuevo durarían años y requerirían unanimidad. Si Cataluña quedara fuera de la Unión Europea, es dudoso que el euro siga siendo su moneda oficial. No existiría la financiación a través del Banco Central Europeo. Tampoco existiría la libre circulación de trabajadores, mercancías, servicios y capitales. Todos los convenios para evitar la doble imposición y los referidos a la Seguridad Social
Y concluye que “alertamos de los peligros de un fervor nacionalista, que en el último siglo ha traído sufrimientos inmensurables sobre Europa y que tampoco traerá nada bueno para Cataluña”.
Todo un torpedo a la línea de flotación de las tesis independentistas de Artur Mas, porque ello evidencia que el capital, el gran capital, le da la espalda. Y, especialmente, el capital alemán, aquel en cuyas manos están algunas de las multinacionales más importantes de Cataluña, que no quiere ni oír hablar de independencia.
Silencio del Govern
Carlos Wienberg explica a El Confidencial la génesis de este movimiento: “Entre el grupo de empresarios que apoyamos la Declaración había ya hace tiempo un fuerte malestar por el hecho de que nadie alertase sobre los graves problemas que habría si Cataluña saliera de Europa y del euro. Nadie, excepto algunas honrosas excepciones, alertaba de esos peligros. Y desde el punto de vista
El portavoz del Gobierno y consejero de la Presidencia, Francesc Homs, eludió pronunciarse públicamente sobre la Declaración, pero a nadie se le escapa que es un mazazo sin precedentes para el Gobierno de Artur Mas. Entre los que apoyan el texto antisecesionista hay nombres propios de mucha enjundia que participan en la plataforma a título individual pero que, lógicamente, se asocian al peso específico de sus empresas
Albert Peters, junto a una delegación de estos empresarios, mantuvo contactos con
El mazazo de Joan Rosell
No fue el único mazazo de la jornada. Artur Mas vivió un auténtico día horribilis, porque a la Declaración de Barcelona hay que sumarle las manifestaciones del presidente de la CEOE, Joan Rosell, que se descolgó paralelamente con un posicionamiento inequívoco frente a los secesionistas: “La mayoría de los catalanes ni se quieren ir ni nos queremos ir”. Rosell vaticinó un desastre económico en el caso de que Cataluña se separe de España, pero también “un destrozo importante de las relaciones humanas”.
El posicionamiento del líder de la gran patronal se asemeja al expresado durante las pasadas semanas por representantes del propio Gobierno español y de algunos partidos
Pero la cuestión no es esa. La cuestión es que la desafección ciudadana hacia los políticos ha ido trasladándose hacia el sector del capital: ahora son las empresas