Horas después de que se hicieran públicas las palabras de una concejala de Ciudadanos en Zaragoza, Carmen Herrarte, que dijo que «Irene Montero está donde está porque la ha fecundado un macho alfa», los campeones del griterío, la demagogia y la provocación fascista decidieron hacer un «sujétame el cubata».
En un debate en el Congreso de los Diputados sobre la Ley del ‘Solo Sí es Sí’, y tras haber llamado a la Ministra de Igualdad «libertadora de violadores», la diputada de Vox Carla Toscano decidió cruzar otra línea roja de la decencia parlamentaria. «El único mérito que ha hecho usted es estudiar en profundidad a Pablo Iglesias”.
El lógico alboroto e indignación que se levantó en la Cámara ante semejante e intolerable muestra de machismo y de insultos no achantó a la bancada de Abascal. Al contrario, se sonrieron orgullosos. Ya tenían lo que querían: barro, fango, escándalo, crispación y ruido, mucho ruido.
Porque a eso ha venido a la política Vox, un partido que nació financiado por un millón de dólares procedentes de un extraño exilio iraní vinculado a los aparatos de inteligencia norteamericana, o que mantiene reuniones periódicas con los nódulos más ultrareaccionarios del establishment y los centros de poder de Washington. A enfangar, a ensuciar, a degradar, a intoxicar y envenenar de odio y tensión la política y el debate parlamentario, y también las calles.
Cuanto más se habla de los exabruptos fascistas de Vox, de sus provocaciones reaccionarias, machistas, homófobas o racistas, más oculta -bajo una montaña de mierda- queda su verdadera función y utilidad para las clases dominantes y centros de poder.
Porque la ultraderecha es el ariete para introducir -crudamente y sin anestesia- en el debate político cuestiones tan impopulares como la privatización de las pensiones, de la sanidad o de la educación.
“Hoy empezó el totalitarismo en España (…) No están actuando ustedes, señores de la ultraizquierda en el Gobierno, de una manera distinta a Hitler y a Stalin (…) Están deshumanizando a la oposición, que es el paso previo al Gulag”. Además de seguir la táctica goebbelsiana de acusar a los demás de lo que tú mismo haces, estas palabras fueron pronunciadas en septiembre en sede parlamentaria por Rubén Manso, considerado el gurú económico de Vox.
Es el mismo Manso que hace unos años dijo que «No es función del Estado proveer de ningún bien ni de ningún servicio. Salvo tres o cuatro, como justicia criminal, policía y Ejército. Todo lo demás -asegurar la vejez, dar educación a los hijos, gozar de ahorros suficientes o de un sistema de protección que nos asegure la sanidad- deben ser decisiones de consumo».
Vox exige, en román paladino, privatizar todos los servicios públicos, para entregarlos en manos del gran capital. Esa es su verdadero programa, su verdadera «utilidad» para la oligarquía y el imperialismo.
¿Deberíamos escandalizarnos más por las primeras declaraciones ultras… o por las segundas?