Los cuervos llamando negra a una paloma. Imagínense a Rodrigo Rato, Rita Barberá o Granados acusando de supuestos delitos de corrupción… a Manuela Carmena. Eso es lo que ha pasado en Brasil al ponerse en marcha el proceso de impeachment contra la presidenta Rousseff. A lo que estamos asistiendo en Brasil no tiene nada que ver con la lucha contra la corrupción. Se trata de un golpe de Estado de nuevo tipo. Una nueva fase, mucho más aguda y agresiva, de la intervención hegemonista sobre el gigante carioca.
Mientras 36 de los 38 diputados de la comisión especial de la cámara de diputados que ha impulsado el proceso de impeachment contra Dilma Rousseff están siendo procesados por delitos de corrupción… la propia presidenta brasileña no ha podido ser formalmente acusada de nada. No hay ni una sola prueba en su contra de lo que se le acusa: violar normas fiscales para financiar a su partido.
En cambio, el propio presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha -una de las dos cabezas del PMDB, hasta ahora principal socio de gobierno del PT, y cabeza visible del movimiento para destituir a Dilma y desprestigiar a Lula- es reo en el Tribunal Supremo Federal por diversas causas de corrupción ligadas a Petrobras, y ha sido descubierto manteniendo cuentas ocultas en Suiza. «Para Washington, recuperar el control político de Brasil es la pieza clave de su ofensiva general, a través de la estrategia de los “golpes blandos”, en América Latina»
Es una maniobra puramente política, de naturaleza golpista. El Abogado General del Estado, José Eduardo Cardozo, no duda en hablar de golpe de Estado. “Los actos por los que acusan a Rousseff no tienen la menor procedencia”. Ninguno de los diputados opositores que votaron a favor del impeachment se molestó en argumentar ni fundamentar los actos de corrupción que supuestamente motivan la acusación. En un bochornoso espectáculo televisado durante horas a una audiencia enfrentada y polarizada, los diputados pro-impeachment -muchos de ellos socios del gobierno semanas antes- justificaban su voto “en nombre de Dios”, de “la Patria”, de “la familia”. Algunos se explayaron más y expresaron motivos más sinceros como “acabar con la Central Única de los Trabajadores y sus marginales”, “para que se les deje de dar dinero a los desocupados”. El más transparente fue el diputado Jair Bolsonaro, que votó “contra el comunismo”, y lanzó vivas al torturador de Dilma durante la dictadura, el coronel Brilhante Ustra. “Destituir a una presidenta que no ha cometido delitos ni ha robado un centavo, sin delito ni dolo, es un golpe de Estado”, asegura Cardozo.
EL IMPEACHMENT HA CRUZADO EL RUBICÓNCon 367 votos favorables y 137 en contra, la Cámara de Diputados ha reunido más de los dos tercios necesarios para iniciar el proceso de impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff, que ganó las elecciones -hace apenas año y medio- con 54 millones de votos, casi 4 millones más que su eterno perseguidor, el proyanqui Aecio Neves. Las maniobras político-mediático-judiciales buscan “corregir” la voluntad popular expresada en las urnas y forzar la destitución o la renuncia de Rousseff. Pero aún les queda un camino largo.
El proceso pasa ahora al Senado, donde previsiblemente no será detenido. Si en el Parlamento el impeachment necesitaba los dos tercios, en la Cámara Alta sólo necesita mayoría simple. De lograrse el impeachment del Senado -previsto para mayo- la presidenta Rousseff tendría que separarse del cargo de manera provisional por 180 días (seis meses), período en el cual el Senado emitiría el “veredicto final”, con o sin pruebas.
Durante ese periodo, la otra cabeza del cambiacapas Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el hasta ahora vicepresidente Michel Temer, asumiría la presidencia provisional de Brasil hasta 2018.
De momento Temer -teóricamente acusado de las mismas faltas que Rousseff, pero sospechosamente airoso del vilipendio mediático al que someten a Dilma o Lula- mantiene un perfil bajo. Aunque la legislación lo coloca en primera línea sucesoria, es altamente impopular: según las encuestas sólo el 2% de los brasileños lo quiere como presidente.
Ni eso ni sus propios escándalos de corrupción fueron obstáculo para que los diputados del PMDB fueran a celebrar su traición a casa de Temer. El PMDB de Temer y Cunha es una fuerza acostumbrada a la flexibilidad viperina y a romper o formar alianzas a conveniencia.
Fueron aliados de Cardoso y luego del PT mientras pudieron obtener ventajas. Tambien los otros tres ex-socios de gobierno (PP, PSB y PR), que han abandonado el barco esta última semana con urgencia roedora.
LA BATALLA DE BRASIL ESTÁ MUY LEJOS DE HABER ACABADORoma sí paga a traidores, o eso esperan ellos. Washington -el verdadero director de esta trama- espera cobrarse con el derribo del gobierno del PT una auténtica pieza de caza mayor. Para el hegemonismo, recuperar el control político del auténtico gigante iberoamericano es la pieza clave de su ofensiva general -a través de la estrategia de los ‘golpes blandos’- en América Latina. Brasil es el país que por su peso económico, territorial y demográfico es el fiel de la balanza capaz de provocar que el continente dé un giro hacia atrás, un retroceso en las conquistas sociales, económicas y políticas alcanzadas por sus gobiernos antihegemonistas en las dos últimas décadas.
Otra cosa es que lo consigan. A pesar del innegable impulso a la ‘desestabilización blanda’ de Brasil que supone la luz verde al impeachment, quien piense que el PT o las clases trabajadoras cariocas van a bajar los brazos es que ignora por completo la larga historia de lucha de la izquierda brasileña, curtida durante décadas de golpismo, escuadrones de la muerte y dictaduras militares. Además de una base social reactivada y radicalizada en las manifestaciones contra el golpe, dispuesta a luchar sin descanso, el PT tiene el botón rojo electoral.
La convocatoria de elecciones anticipadas -con el enorme prestigio de Lula Da Silva como candidato- podría desbaratar de un golpe el culebrón del impeachment y crear otro terreno de batalla mucho más favorable al PT.La batalla de Brasil está muy lejos de haber acabado. Ni Washington ni la izquierda antihegemonista han mostrado aún ni de lejos toda su fuerza.