El mismo ministro Montoro, que fuera su mano derecha, estalló hace poco en una polémica entrevista contra Rodrigo Rato. «No entiendo como alguien de tu nivel de renta puede usar una ‘black’ para ahorrarse unos miles de euros». Y efectivamente, podemos quedarnos en la faceta de sinvergüenza de un banquero y ejecutivo con un altísimo nivel de vida que no necesita en absoluto los 100.000 euros en gastos de su tarjeta black o los 5,3 millones que se le han detectado en paraísos fiscales. Podemos enfadarnos, airarnos y cocernos en nuestra propia indignación y seguiremos sin entender nada. Ahí es donde nos quiere colocar Montoro o el tratamiento mediático de casos como el de Rato, Miguel Blesa o todos los ex-consejeros de Caja Madrid o de Bankia. Como en el caso de los trileros, mientras intentamos mirar la bolita alguien nos está levantando la cartera.
Mientras la atención se centra en las mordidas de los Rato o los Blesa con las tarjetas black para gastárselo en noches de clubs y lujos, o en las imágenes del exministro olvidándose de sus problemas con la justicia dándose un chapuzón desde un yate, los 300.000 preferentistas de Bankia siguen clamando justicia. Jubilados en su mayoría a los que se les estafó y se les arrebató los ahorros de toda una vida. Un timo de la estampita ‘legal’ que Bankia y otras entidades fiancieras practicaron impúnemente durante años. La atención de los medios se centra en los excesos de las black, pero las líneas de investigación sobre las preferentes y depurar responsabilidades hasta las más altas esferas de la banca pronto pierden fuerza y la atención es desviada hacia otros focos. ¿Cuantos ejecutivos bancarios, cuantos consejeros de consejos de administración han mordido el suelo de la cárcel por robar los ahorros de cientos de miles de personas?. Ninguno.
Mientras los noticiarios nos hablan de los más de 5 millones de euros que Rato esconde en distintos paraísos fiscales, el foco mediático pasa de puntillas sobre el frade contable de 3.500 millones de euros de su salida a bolsa, que afectó a otros 300.000 inversores, en su mayoría pequeños ahorradores. Ni tampoco en el derribo controlado de Bankia -desde intereses extranjeros, con la complicidad del ministro De Guindos- y su posterior rescate con 23.000 millones de dinero público, para acabar vendida próximamente a precio de saldo a la gran banca y fondos extranjeros. 23.000 millones de todos los españoles que son el equivalente a varios años de recortes en sanidad o educación y que -como ha pasado con el resto de los rescates bancarios- los contribuyentes nunca veremos regresar a las arcas públicas. Cuanto más se habla de Rato o de Blesa más empeño se pone en borrar esto de la memoria colectiva.
«Mientras la atención se centra en las mordidas de los Rato con las tarjetas black, los 300.000 preferentistas de Bankia siguen clamando justicia.»
Lo verdaderamente opaco no son las tarjetas black o las corruptelas de los ejecutivos de la banca. Lo que está realmente oculto -y buscan ocultarlo aún más de la opinión pública- son los mecanismos -a veces ilegales y fraudulentos, pero la mayoría de las veces perfectamente legales- con que los bancos y monopolios saquean al conjunto de la población. La CNMV ha fijado en 48.000 millones el coste de la corrupción en la contratación pública, el 25% de todas las licitaciones. Un gigantesco negocio de 192.000 millones de euros en el que participan constructoras del IBEX35 como Sacyr Vallehermoso, OHL o FCC o entidades financieras como Bankia. Entidades que firmaban en la Caja B del PP que ha condenado en juez Ruz. ¿Cuantos oligarcas van a ir a acompañar a Bárcenas a Soto del Real?
Los grandes bancos -nacionales y extranjeros-, monopolios y multinacionales son el auténtico epicentro de la corrupción en España. Necesitan de ella no sólo para llevarse el dinero público en suculentos contratos, sino para intervenir políticamente el país. Necesitan de cuadros gestores como Rodrigo Rato -y sus tupidas conexiones con el poder político- para hacer triunfar sus negocios, construidos sobre el expolio del conjunto de la sociedad. Pero no olvidemos nunca quienesno no son sino testaferros bien remunerados, y quién se queda la parte del león de la riqueza que brota del sudor de nuestra frente.