La cadena de atentados que han golpeado a las principales ciudades europeas no puede ser azaroso. Atentados que estallan como bombas racimo debilitando a una Europa dividida y con cada vez menos peso político y económico.
A 5 días de las elecciones un nuevo atentado golpea Londres. Tras la conmoción del atentado en Manchester un nuevo atentado siembra el pánico en Londres. Una furgoneta ha arrollado a peatones que se encontraban en el puente de Londres, en el centro de la capital británica. Al menos siete personas han muerto y más de 20 han resultado heridas en la noche del sábado en varios atentados perpetrados al sur de Londres.
Tras el impacto tres hombres salieron del vehículo y atacaron con cuchillos a personas ya heridas. Varias zonas del sur de la ciudadfueron acordonadas; la policía forzó el desalojo del Shard, el mayor rascacielos de la ciudad, y el teatro The Globe. Tres hospitales fueron acordonados y un hotel en las cercanías del Puente de Londres fue puesto bajo protección policial.
Pero este atentado es también un planificado golpe, uno más, contra una Europa sumida en una crisis de imprevisibles consecuencias. Y que persigue alimentar las sacudidas en un tablero mundial donde crece la incertidumbre. No es casualidad que se elija Londres para sembrar el terror a 5 dias de las elecciones y con el Brexit como horizonte.
La cadena de atentados que han golpeado a las principales ciudades europeas no puede ser azaroso. Atentados que estallan como bombas racimo debilitando a una Europa dividida y con cada vez menos peso político y económico.
Con este nuevo atentado se busca remover un tablero mundial que está sufriendo preocupantes sacudidas. Basta recordar las consecuencias de anteriores atentados para evidenciar el poder de desestabilización de esta oleada de terror. Quebrando las resistencias de algunos países europeos, especialmente Francia, para respaldar las acciones militares en Siria. Sembrando el enfrentamiento con los refugiados y alentando la xenofobia…
Ante este nuevo atentado hay quien ya afirma que la única forma de acabar con la amenaza terrorista es atacar su retaguardia, “echando pie a tierra en Siria, Libia, Irak…”, es decir con una mayor intervención militar sobre el terreno. Y seguramente volveremos a escuchar las justificaciones de medidas que recorten las libertades.
Vivimos un momento de reordenamiento mundial, y los atentados terroristas cumplen el papel de alimentar las peores tendencias.
¿Quién se beneficia?
El terrorismo, no importa bajo que bandera o justificación se esconda, es siempre fascismo. No importa que adopte un halo de rebelión, una forma étnica, xenófoba o racista, o una de fanatismo religioso. El fondo es siempre el mismo: pretende imponer sus proyectos políticos amedrentando a la población a través de la fuerza, extendiendo el terror y el miedo a través de los medios más criminales. Exige el sometimiento absoluto de toda la sociedad y de cada individuo, eliminando cualquier disidencia y pulverizando las libertades individuales y la democracia, hasta imponer su dominio mediante una dictadura del terror.
El terrorismo islámico nada tiene que ver con “una respuesta desesperada de los pueblos árabes”. En su origen -tanto de ISIS como de Al Qaeda- encontramos los proyectos de dominio global de la superpotencia norteamericana, y abundantes pistas que conducen a la financiación saudí -un firme aliado de EEUU- del Estado Islámico. Hay abundantes documentos gráficos que lo demuestran, como la foto de 2013 del senador John McCain -uno de las principales figuras del Partido Republicano- reunido en Siria con «rebeldes» que resultaron ser dirigentes del ISIS. Tras McCain, aparecía Al-Baghdadi, califa del Estado Islámico.
Los recientes atentados buscan encuadrar a la sociedad británica en un camino de guerra y confrontación, a pocos días de unas elecciones en Reino Unido. Encauzando en una senda donde están justificadas las medidas de excepción policiales o judiciales, de persecución a inmigrantes, refugiados o minorías religiosas, alimentando el monstruo de la xenofobia, un instrumento de control social. Y sobretodo donde están creadas todas las condiciones para que Reino Unido -el segundo mayor ejército de la OTAN- y su opinión pública acepten sumergirse sin rechistar en las guerras de Oriente Medio, Sahel o el Norte de África. Y detrás de Gran Bretaña, el más fiel aliado de EEUU, el resto de países de la Alianza Atlántica, también golpeados por la lacra de matanzas terroristas en sus capitales.
Apenas cuatro días después del atentado de Manchester, y con los británicos conmocionados, Theresa May participaba en la Cumbre de la OTAN, donde Donald Trump pronunciaba palabras llenas de xenofobia. “Ustedes tienen miles y miles de personas entrando por sus países y extendiéndose por todas partes, y en muchos casos, no tenemos idea de quiénes son. Debemos ser duros. Debemos ser fuertes. Y debemos permanecer vigilantes». Terrorismo, inmigración y guerra son tres aspectos que la propaganda de la Casa Blanca busca vincular en la opinión pública, para tener la justificación de las aventuras militares en las que el Pentágono necesita que participen los vasallos europeos.