Intentan convencernos de que lo que nos jugamos -los pueblos del mundo- en las inminentes elecciones norteamericanas es impedir que un personaje tan ultrareaccionario y grotesco como Donald Trump alcance la Casa Blanca. Y que esa batalla, de consecuencias decisivas para todo el planeta, se decidirá por las filias y fobias de los millones de votantes hacia uno u otro candidato.
Estas ideas, machaconamente difundidas, no solo nos confunden, sino que prácticamente eliminan toda conciencia sobre lo que de verdad suponen unas elecciones en la única superpotencia.
En las presidenciales norteamericanas se pone en juego la línea con la que EEUU debe gestionar su hegemonía global frente a los pueblos y países del mundo. Este es el auténtico contenido de la política norteamericana. Por eso es la única superpotencia.
Y a través de los dos candidatos en la carrera presidencial dirimen sus diferencias los principales sectores de la burguesía norteamericana. Su disputa, y no la “libre decisión” de los millones de votantes, es lo que decide el resultado final.
Solo desde aquí podemos valorar el enfrentamiento entre Hillary Clinton y Donald Trump. Que gira en torno a la forma de abordar el mayor desafío que afronta EEUU: cómo contener la emergencia china dentro de unos limites que no cuestionen su hegemonía.
¿Donald Trump pensando en términos de “alta política internacional”? Sí. Detrás de su amistad con Putin no están las provocaciones de un multimillonario, ni la fascinación por sus modos autoritarios. Sino los intereses de la hegemonía norteamericana.
Trump (coincidiendo con reputados estrategas norteamericanos, como Z. Brzezinski) considera un error el enfrentamiento con Rusia. Y propone unirla dentro de una especie de “frente global antichino”, encabezado por EEUU pero que deberá reconocer los intereses del resto de miembros.
La contención de China también está detrás de las propuestas económicas, aparentemente alocadas, de Trump. Su defensa del proteccionismo a ultranza, o la oposición a los grandes tratados comerciales, intenta desesperadamente dificultar la expansión económica de Pekín.
Clinton ofrece otro camino para conseguir el mismo objetivo. Impulsó como secretaria de Estado la concentración de la fuerza militar norteamericana hacia Asia, para “cercar” y “vigilar” a China. Contribuyendo a una escalada militar que ya está creando nuevos conflictos en Asia-Pacífico.
¿Quiere esto decir que se trata de un conflicto entre Washington y Pekín, del que el resto permanecemos al margen?
De eso nada. Para mantener su hegemonía, EEUU debe contener el ascenso de China, pero también reforzar su dominio sobre el conjunto de países y pueblos del mundo.
Por eso Trump amenaza con no proteger a los miembros de la OTAN que “no estén al corriente de pago”. Exige, con modos muy poco diplomáticos, que los “aliados” aumenten su contribución a mantener el aparato militar norteamericano.
Coincidiendo en ello con Obama, Cinton, o incluso Bernie Sanders, el candidato a las primarias demócratas presentado como “izquierdista” al que apoyó Podemos.
Hillary Clinton representa una posición mucho más dura, incrementando la intervención -política y militar- norteamericana para imponer sus intereses en todo el planeta.
Su trayectoria así lo confirma. Como secretaria de Estado dio cobertura al golpe en Honduras, impulsó la intervención militar que ha conducido a Libia al caos, defendió la línea más agresiva para imponer un cambio de régimen en Siria… Ha prometido a Wall Street imponer a Europa el TTIP para incrementar la penetración del capital norteamericano.
Detrás de Clinton o Trump hay importantes sectores de la burguesía norteamericana.
Su apuesta principal es Clinton, los grandes bancos de Wall Street la prefieren, y los principales periódicos (históricos portavoces de la gran burguesía estadounidense) han pedido el voto por ella.
Pero Trump no es un “outsider”. Para llegar al último escalón de la carrera presidencial debe contar con apoyos en el Estado y en la burguesía norteamericana. Así lo confirma la última oleada de difusión de los emails de Hillary Clinton, con el FBI -uno de los principales aparatos del Estado- irrumpiendo en campaña para ofrecer munición a Trump.
La agudización de la disputa entre ambos, con Trump anticipando un fraude electoral, no se debe al carácter más reaccionario o más “moderado” de uno u otro candidato. Sino a la ausencia de una alternativa clara en la burguesía norteamericana para detener un declive imperial cada vez más agudo.
Y que obliga a Washington a imponer mayores tributos a los países que domina -como España-, o a revolverse agresivamente para intentar recuperar el terreno perdido -como en Hispanoamérica con la estrategia de “golpes blandos”-.
Los que nos llaman a celebrar el triunfo de Clinton para evitar “el desastre Trump”, nos conducen a los pueblos al sinsentido de respaldar a la candidata preferida por los grandes banqueros de Wall Street o los principales generales del Pentágono. Y que, como presidenta, no hará otra cosa que imponer sus intereses en todo el planeta.
Gane quien gane las elecciones norteamericanas, vamos a vivir -una vez resuelto el camino a seguir en la cabeza de la superpotencia- una intensificación de las maniobras norteamericanas por encuadrar más férreamente a los países bajo su órbita, resolver los conflictos abiertos y fortalecer su presencia, sobre todo militar, en Asia.
Lo que va a afectar tanto a la situación de la guerra en Siria como a la actividad de la OTAN, el futuro del TTIP, o la estabilidad en Asia. Repercutiendo especialmente en países con un mayor grado de dependencia respecto a Washington, como España.