Las memorias de Juan Carlos I

Lo que el Rey emérito no cuenta

En las memorias de Juan Carlos I -publicadas bajo el pomposo título de “Reconciliación”- no hay casi nada relevante. Lo verdaderamente interesante de la vida del emérito es lo que éste no cuenta en sus memorias, y que nos conducen a pilares nodulares no sólo de la Transición o de las primeras décadas de régimen democrático, sino de lo que hoy sigue sucediendo en España.

La publicación de las memorias de Juan Carlos I, bajo el pomposo título de “Reconciliación”, antes en Francia que en España, ha hecho correr ríos de tinta en los periódicos y llenado horas de tertulias en televisiones y radios.

No es para menos. El Rey es el jefe del Estado, el vértice de todo el edificio institucional. Por el pasan todas las relaciones económicas, políticas, militares, más cualitativas. Sus memorias deberían alumbrar los episodios más decisivos de la reciente historia de España.

Sin embargo, en el libro de Juan Carlos I, no hay casi nada relevante. Asistimos a una sucesión de lugares comunes, medias verdades y mentiras completas, y solo revela cosas no conocidas en cuestiones personales insustanciales.

Lo verdaderamente interesante de la vida del Rey emérito es lo que éste no cuenta en sus memorias, y que nos conducen a pilares nodulares que continúan determinando lo que hoy sucede en España.

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Lo insustancial es lo que nos dice Juan Carlos I

Hasta 512 páginas, publicada primero en francés, escrita por la autora gala Laurente Debray. Esta es la voluminosa extensión de “Juan Carlos I d’Espagne. Réconciliation”, las memorias oficiales del Rey emérito.

¿Qué nos cuenta? Poca cosa, para lo que el personaje vivió y conoce.

Una buena parte del libro se dedica a su vida personal. Desde el traumático episodio de la muerte de su hermano, a causa de un accidente cuando Juan Carlos manipulaba una pistola, a la ya conocida animadversión hacia la ahora Reina Letizia. Desde algunas de sus aventuras amorosas al trauma de la abdicación, el muro que el actual monarca, Felipe VI, puso con él para evitar que su influencia tóxica dañara a la Corona, o su lujosa huida -que no exilio- en Abu Dabi.

Lo verdaderamente interesante de la vida del Rey emérito es lo que éste no cuenta en sus memorias, y que nos conducen a pilares nodulares que continúan determinando lo que hoy sucede en España.

Reconoce que los 100 millones de dólares recibidos del rey Abdalá de Arabia Saudí fue “un regalo que no supe rechazar. Un grave error”. Pero ni una sola palabra sobre las millonarias comisiones que ha cobrado ilegalmente, el dinero evadido en paraísos fiscales para no pagar impuestos, o los delitos fiscales, probados por la justicia, que no han acabado en condena por la exagerada inmunidad que el monarca disfruta.

Juan Carlos I se atreve a ensalzar a Franco, difundiendo la falsedad de que le nombró rey porque el dictador fascista ya tenia previsto una apertura. Y falsea el pasado al difundir que él trajo la democracia, y no la poderosa lucha popular que hizo inviable la continuidad del fascismo.

Y cuando habla del 23-F busca desvincularse del golpe, atribuyendo toda la responsabilidad a la traición de personajes como Alfonso Armada.

De las memorias de Juan Carlos I desaparecen su relación con la oligarquía española o con EEUU

Pero en las más de 500 páginas de las memorias del Rey emérito no se dice nada sobre cuestiones capitales, como la relación de la Corona con la oligarquía española, o con poderes extranjeros como EEUU. No revela un solo dato o hecho sobre los episodios decisivos de nuestra historia reciente que él vivió en primera persona y como uno de sus protagonistas.

Lo importante no hay que buscarlo en lo que dice el libro de memorias de Juan Carlos I, sino en lo que no aparece en ninguna de sus páginas.

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Lo relevante es lo que no aparece

Anticipemos algunos ejes de unas memorias del Rey emérito que sí serían verdaderamente interesantes. Y que destaparían los resortes de poder que han decidido el rumbo del país en las últimas décadas, y que siguen determinando lo que hoy sucede en España.

Pilar Urbano desvela que durante la transición “que el Rey se está moviendo durante esos años bajo la tutela norteamericana es evidente”.

Los escándalos de la Corona nos remiten al dinero. Conocemos las comisiones ilegales cobradas durante décadas por el Rey emérito, que le han permitido amasar una enorme fortuna.

Sin embargo, la “pista del dinero” se sigue solo a medias. Se limita la responsabilidad al monarca, exonerando a centros de poder nacionales y extranjeros que se beneficiaron de los “chanchullos” que enriquecían al monarca.

Se ha documentado que en 2003, el Rey emérito cobró 52 millones de euros por facilitar que uno de los grandes bancos británicos, Barclays, adquiriera el Banco Zaragozano.

Y existen pruebas de que una parte del dinero “desaparecido” de la filial española del grupo kuwaití KIO, llegó al anterior monarca para facilitar que la aviación norteamericana pudiera disponer a discreción de las bases españolas en la primera Guerra del Golfo.

Las conexiones del anterior monarca con EEUU son profusas… Pero no ocupan titulares. Ni páginas en sus memorias.

Se sabe que Juan Carlos I intervino directamente en 1974 para hacer posible que la Ford se instalara en España.

Nadie se ha fijado en un extraño profesor de kárate que acompañó al Rey emérito durante la transición. La periodista Pilar Urbano nos sitúa sobre la pista: “No deja de ser sorprendente que sus entrenadores [de Juan Carlos I] de kárate y squash, de gimnasio a domicilio, fuesen mandos de la Inteligencia Militar de EEUU”.

Muchos investigadores han documentado la estrecha relación de Juan Carlos I con EEUU, certificando que la Corona ha sido, y es, una vía de intervención de una potencia extranjera sobre nuestro país.

En la transición el Rey actuó bajo un guion diseñado en Washington

Joan E. Garcés, asesor de Salvador Allende, certifica que uno de los pesos pesados de la CIA, Vernon Walters, se entrevistó con Franco para garantizar que nombraría sucesor a Juan Carlos I.

El historiador Paul Preston reconoce que hubo “discretas presiones de EEUU para convencer a Franco de que entregara los poderes a Juan Carlos”.

El también historiador Charles Powell nos desvela que “durante la Transición el embajador norteamericano Wells Stabler mandaba informes a la Zarzuela que no mandaba al presidente Suárez”.

El investigador Alfredo Grimaldos ha documentado cómo Juan Carlos I, a través de Manuel Prado y Colón de Carvajal, negoció con Kissinger la entrega del Sáhara a Marruecos.

Y Pilar Urbano desentraña hasta qué punto EEUU, a través del Rey, fue el “director de orquesta” de la transición: “Antes de empezar a reinar al Rey le dan una falsilla – yo le llamo el catecismo de Wells Stabler, el embajador de EEUU – donde se le dice el ritmo ralentizado al que tiene que hacer la apertura. (…) Que el Rey se está moviendo durante esos años bajo la tutela norteamericana es evidente”.

Y un episodio capital como el 23-F evidencia la distorsión para ocultar su esencial.

Se ensucia la figura del Rey emérito, deslizando su aquiescencia con los movimientos golpistas… para que no aparezca de ninguna manera el verdadero centro rector detrás del 23-F.

Juan Carlos I sí sabía, y participó en el auténtico golpe que se ejecutó, con éxito, en 1981, y que no era el chusco espectáculo encabezado por Tejero en el Congreso, sino una operación para acabar con un Suárez que desde la presidencia del gobierno se negaba a acatar el mandato norteamericano de integrar a España de forma inmediata en la OTAN.

Estos sí son episodios sustanciales en los que el Rey emérito intervino, y que forman parte de sus auténticas memorias, las que nos interesan, y cuya huella y efectos siguen estando en el centro de lo que hoy pasa en nuestro país.