Libia y el proyecto Obama para Oriente Medio

La brutal respuesta de Gadafi masacrando a su pueblo ha sido el fulminante que ha hecho desencadenar la guerra. Pero en realidad los explosivos necesarios para su estallido habí­an sido depositados bastante antes por la Casa Blanca.

Justo en medio de las sorrendentes revueltas que, naciendo en Túnez se habían extendido a todo el Norte de África y Oriente Medio, el New York Times publicaba en portada un amplio reportaje desvelando como, ya en agosto de 2010, Obama había ordenado a sus asesores un informe secreto para identificar probables focos de conflicto en la región, y estudiar cómo EEUU podía impulsar el cambio político en unos Estados que son “valiosos aliados de Washington”. El informe, elaborado por expertos de la CIA, el Consejo de Seguridad Nacional y el Departamento de Estado, fue tan esclarecedor como concluyente. Un amplio conjunto de países en la zona “estaban maduros para la revuelta popular”; y los intereses estratégicos de EEUU aconsejaban el recambio de unos regímenes dictatoriales cuya pervivencia sólo podía conducir a una peligrosa inestabilidad que acabara poniendo en cuestión su histórico dominio de más de 6 décadas sobre una región vital para su estatus de superpotencia. Armado con el informe, Obama decidió adelantarse a los acontecimientos y actuar como el pirómano que es, a la vez, el jefe de los bomberos. Aplicarían ellos mismos la cerilla a un pajar reseco antes de que una excesiva acumulación de descontento social provocara una combustión espontánea incontrolable. Confiando al mismo tiempo en que su dominio sobre las estructuras del poder político y militar de esos Estados permitiría conducir la transición hasta unos regímenes más estables, pero igualmente controlados por Washington. LLevándose por el camino, en ese movimiento, algunos de los regimenes historicamente más hostiles e impermeabes a su influencia. La jugada, al menos hasta el momento, les salió redonda en Túnez y Egipto. Pero ha encallado en Libia. Y la inicial correlación de fuerzas favorable en la región hacia el cambio impulsado por Obama, estaba siendo puesta en cuestión por la respuesta de Gadafi, arrinconando a la oposición en Bengasi. Era imprescindible revertir nuevamente la situación para poder seguir impulsando el proyecto que ha de dotar de estabilidad y seguridad a su dominio sobre Oriente Medio por otros 50 años más. Y puesto que la alternativa “a la egipcia” era inviable en Libia, debido a la red de fidelidades tribales, familiares y clientelares construida en torno a Gadafi, se hacía necesario un poderoso golpe discordante capaz de volver a alinear “correctamente” las piezas en el tablero regional. La forzada resolución de la ONU autorizando a establecer una zona de exclusión aérea sobre Libia ha sido el “golpe discordante” que EEUU necesitaba apara recuperar la iniciativa política. En realidad, su objetivo no es tanto Libia como allanar el camino para un desarrollo aún más veloz y profundo de su proyecto. Lo que explica la insistencia de Washington estas últimas horas en ceder rápidamente la dirección de las operaciones militares a la OTAN, o incluso a Francia e Inglaterra, y en admitir que su objetivo no es el derrocamiento del régimen de Gadafi. Su objetivo principal, volver a tomar la iniciativa y recomponer una correlación de fuerzas favorable en la región ya ha sido conseguido en apenas 72 horas.Ahora los europeos pueden, si creen que tienen la capacidad, enfangarse en decidir si quieren o no acabar con Gadafi. El objetivo de EEUU es mucho más amplio y ambicioso que todo eso y su mirada se dirige ya hacia Siria, este sí un objetivo verdaderamente estratégico para sus intereses. Para Obama, Gadafi sólo representa una molesta china que había que sacar lo más rápidamente posible del zapato para seguir avanzando a buen ritmo en la implantación de su proyecto regional. Si Europa quiere enfangarse en Libia, es asunto suyo. Ellos, mientras tanto, se dirigen implacablemente a reforzar su dominio exclusivo sobre Oriente Medio y sus puntos cualitativos.