La guerra de Libia se ha convertido en escenario de disputa entre diferentes centros de poder. Turquía y Rusia apoyan cada uno de los dos bandos que luchan por el control de Trípoli. Pero EEUU es el árbitro de la contienda: oficialmente, respalda al Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) que lidera Fayez el Sarraj; extraoficialmente -y a través de potencias como Egipto, Arabia Saudí o Emiratos Arabes- respalda al ejército del mariscal Hafter, que asedia la capital.
Tras la guerra civil de 2011 -instigada desde EEUU- y el bombardeo de Trípoli por parte de la OTAN, Libia se ha convertido en un Estado fallido, en un caos sangriento. Hasta hace no mucho, dos gobiernos -uno con sede en Trípoli, respaldado por la comunidad internacional, y otro con base en Tobruk (este del país), con apoyo del señor de la guerra Jalifa Hafter- se disputaban el control del país con oleadas de violencia intermitentes.
En abril de 2019, la ofensiva del mariscal Hafter sobre Trípoli rompió el tenso equilibrio. Se trata de un ex-colaborador de Gadaffi que ha pasado dos décadas exiliado en EEUU, llegando incluso a adquirir la nacionalidad norteamericana. De la mano de la CIA, volvió a Libia para intervenir en la guerra civil, haciéndose fuerte con el apoyo de Emiratos Árabes, de Francia y sobre todo del mariscal egipcio Al Sisi, otro hombre fuerte de Washington.
Sobre el papel, el Gobierno de Unidad (GNA) -dirigido por Fayez al Serraj y que apenas controla Trípoli y Misrata- es en teoría el único «legítimo» de Libia y cuenta con el respaldo, también oficialmente, de la ONU, la Unión Europea y EEUU. Pero Washington ha dejado claro que su apoyo es variable. Ya en abril, representantes de la Casa Blanca transmitieron un cálido saludo a Hafter, deseándole que «culminase con éxito sus esfuerzos para iniciar en Libia un sistema político estable y democrático».
Todo parecía indicar que Hafter tomaría pronto la capital, pero no ha sido así. El gobierno de Fayez al Serraj ha resistido y ha buscado apoyos, encontrándolos en la otra ribera del Mediterráneo. La Turquía de Erdogan ha decidido respaldar militarmente al gobierno del GNA… por un precio.
Turquía y el GNA han firmado a finales de noviembre un acuerdo de demarcación de las fronteras marítimas de sus zonas económicas exclusivas. Un acuerdo que permite a Turquía hacer prospecciones en busca de bolsas submarinas de hidrocarburos. Pero esta delimitación submarina choca con los aspiraciones extractivas de Egipto, Grecia y Chipre.
Los turcos dan la versión contraria para justificar su apoyo a Fayez al Serraj. “Desde el inicio de la guerra, Emiratos Árabes Unidos y Egipto han apoyado a Hafter porque saben que les será más fácil controlar los recursos energéticos a través de un dictador y porque así pueden minar los intereses turcos en el Mediterráneo, donde también Grecia está trabajando junto a Egipto para arrebatarnos nuestros legítimos derechos”, dice el experto turco Emrah Kekili.
Para acabar de rizar el rizo, al panel de apoyos del señor de la guerra libio-estadounidense Jalifa Hafter, se ha unido recientemente la Rusia de Vladimir Putin. La llegada de los rusos, que se suman a los mil mercenarios sudaneses con que cuenta Hafter, está desequilibrando ligeramente la guerra a favor del mariscal.
¿Qué busca Moscú en esta guerra? Lo mismo que Turquía: no solo hidrocarburos, sino áreas de influencia. Con el declive norteamericano -que aún es el árbitro en el Norte de África, pero cuya atención tiende a fijarse en otros escenarios mundiales- Turquía y Rusia tienden a adoptar un papel cada vez más activo en Oriente Medio y el Mediterráneo oriental.
No pocos expertos comparan los movimientos de Moscú y Ankara de los últimos años como una especie de baile, con momentos de acercamiento y momentos tensos. Ambas potencias regionales han acabado conviviendo en Siria. Putin apoya el régimen de Damasco, y Erdogan protege a los reductos rebeldes de Idlib al noroeste, al tiempo que lanza ofensivas contra el Kurdistán sirio.
De manera similar, parece que la participación de Turquía y Rusia en la guerra de Libia -cada uno apoyando militarmente a un bando- busca repartirse el país, sin hacerse demasiado daño, a la espera de que EEUU se distraiga de su arbitrio.
«Si Turquía se convierte en el principal defensor del GNA, en lugar de Europa o EEUU, entonces todo lo que se necesitará será un acuerdo entre Moscú y Ankara para resolver el problema libio. Y con ese acuerdo quedará mermado el poder americano y europeo”, afirma el analista Karim Mezran, miembro de Atlantic Center.
BOCADILLO: Con el declive norteamericano, Turquía y Rusia tienden a adoptar un papel cada vez más activo en Oriente Medio y el Mediterráneo oriental