Libia: esclavitud, ignominia e hipocresía occidental

“Hombre fuerte para trabajar”, asegura el vendedor a los asistentes. «Vendido por 1.200 dinares libios”, sentencia el subastador. No es una película, las imágenes son reales y las ha difundido de forma viral la CNN. Es Libia, es el siglo XXI, es a plena luz, en la calle.

Seis años después de la intervención de la OTAN -dirigida «desde atras» por Washington y perpetrada por sus vasallos europeos- para derribar al régimen de Gadafi en el marco de la estrategia norteamericana para rediseñar el norte de Africa (las «primaveras árabes»), Libia es un pozo de caos y desesperación. Como carroñeros, tres fuerzas en guerra se disputan el país. El «gobierno» del presidente Fayez al-Sarraj, que apenas controla los alrededores de Trípoli. El Parlamento de Tobruk -reconocido por la UE y la ONU, respaldado por el general Haftar, y que a su vez no reconoce a Al-Sarraj- que controla la Cirenaica al este y dos tercios de la producción de petróleo. Y en el interior del país, toda una constelación de milicias y grupos armados dominado por islamistas y señores de la guerra.

Todos ellos cometen las más brutales vejaciones contra la marea incesante de seres humanos, de migrantes subsaharianos, que cruzan gran parte de África -incluido el Gran Desierto, la parte más mortífera- para llegar a Libia, hoy convertida en el embudo más despiadado de la ruta principal para llegar a la prosperidad europea. El trayecto es un campo de minas lleno de peligros, pero el hambre, la miseria, la guerra o la tiranía les muerden en la espalda. No hay esperanza en lo que dejan atrás.

En el trayecto por el Sáhara, donde las arenas y la sed masacran a una cantidad desconocida, los subsaharianos son «rescatados» por los grupos armados… para ser vendidos luego como esclavos -a plena luz del día- a ciudadanos libios. Sus dueños les hacinan por miles en centros de detención, les torturan y les obligan -maltratándoles mientras telefonean- a pedir un rescate a sus familias en Mali, Ghana o Senegal. Aquellos que no pueden pagar son dejados morir de inanición, y sustituidos por la próxima remesa de esclavos. En el caso de las mujeres, la subasta es idéntica pero su destino es ser vendidas como esclavas sexuales abocadas a la prostitución.

Los que sí pagan el rescate son liberados para que puedan seguir la próxima etapa del viaje: enfrentarse -previo pago de un nuevo importe por el pasaje a las mafias- a los peligros del Mediterráneo, un monstruo que solo desde 2014 se ha tragado la vida de más de 20.000 seres humanos en la ruta central, la que conduce de Libia a Italia.

Todo esto ocurre a las puertas de Europa, ante las denuncias reiteradas de las ONG que operan en la zona. Ante la crudeza de las imágenes y la crueldad de los relatos, las autoridades de la UE -las mismas que han alcanzado un acuerdo de cooperación con un guardia costera libia por 130 millones de euros que arroja a los migrantes al mar- se han dado golpes de pecho. Como si los gobiernos de las potencias europeos, todos ellos encuadrados en la OTAN y sus bombardeos, no tuvieran nada que ver en haber sumido a Libia en una guerra que ha acabado con la vida de 140.000 habitantes, el 7% del país, en haberla convertido en un agujero negro de horror, violencia y esclavitud.

Pero al otro lado del Atlántico, el principal responsable guarda silencio. Los diseñadores de las ruinas ardientes que hoy son Libia están en Washington. En 2010, un informe de la inteligencia norteamericana mostraba cómo un amplio conjunto de países musulmanes “estaban maduros para la revuelta popular”. Y algunos, como Hillary Clinton -entonces secretaria de Estado de Obama y una de las principales instigadoras de la agresión contra Libia- pensaron que en ese movimiento podrían derribar a uno de los regímenes más hostiles e impermeables a su influencia… el de Gadafi. Ellos son los autores intelectuales de este infierno cotidiano en el que todo es posible, incluido el tráfico de seres humanos.

Las imágenes de la cadena norteamericana CNN no solo nos repugnan de horror. También nos recuerdan que Libia vive bajo la amenaza de una nueva intervención hegemonista, con el pretexto de combatir el islamismo del Daesh… ¿o de acabar con la esclavitud?. Todo es posible bajo la desvergonzada hipocresía imperialista.