Tras la explosión de miles de dispositivos busca-personas -unos 5.000 aparatos manipulados, que ha causado 12 muertos y miles de heridos- 24 horas después una segunda oleada de explosiones en aparatos de comunicación, los walkie-talkies, ha causado al menos 20 muertos y más de 450 heridos, principalmente entre militantes de Hezbolá, pero también entre la población civil.
Nadie puede dudar de que detrás de estos ataques terroristas está el Israel de Benjamín Netanyahu, que desde el inicio de su guerra genocida contra la Franja de Gaza hace ahora once meses, no ha dejado de lanzar ataques contra Líbano y su milicia chiíta, Hezbolá, buscando una represalia que justifique una invasión del país del cedro, y buscando -más allá aún- un choque con los valedores de Hezbolá, la República Islámica de Irán.
La operación, en la que como un caballo de Troya electrónico Israel ha sido capaz de interceptar en secreto miles de dispositivos comunicadores de tecnología anticuada -buscas y walkie-talkies, difícilmente hackeables- procedentes de Taiwan, y colocarles bandas explosivas al lado de sus baterías, para accionarlas simultáneamente una vez que Hezbolá los ha distribuído entre sus cuadros y mandos. Se trata de una operación que arranca cuatro o cinco meses antes, según los expertos,
Pero tampoco es ningún secreto que este ataque, que obliga a Hezbolá a responder, y que puede servir de pretexto para que Israel invada, una vez más, Líbano, ocurre pocas semanas antes de las elecciones norteamericanas, en las que se decide cual de las dos líneas -la de Kamala Harris o la de Donald Trump- estará al frente de la superpotencia.
Como ya ha ocurrido en las postrimerías de las legislaturas de varios presidentes norteamericanos, el estallido de una nueva guerra en Oriente Medio -promovida por los halcones de Washington y Tel Aviv- se encarga de dejar una herencia ensangrentada para el próximo inquilino de la Casa Blanca.